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Editorial: Pobreza y costo de la vida

By Redacción Julio 29, 2022

La inflación en nuestro país sigue al alza. A mayo anterior alcanzó un 8,71% según el Índice de Precios al Consumidor publicado el 7 de junio por el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Esta variación es la más alta que se ha registrado en el país desde mayo de 2009, mes en que Costa Rica registró una inflación de 9,52%.

En la práctica, esto se traduce en un aumento sostenido de los precios de los bienes y servicios y una consecuente pérdida del valor adquisitivo de nuestra moneda. Cada vez los consumidores podemos comprar menos con la misma cantidad de colones.

De acuerdo con el INEC, de los 289 bienes y servicios que integran el Índice, 66% aumentaron de precio, 24% disminuyeron y 10% se mantuvieron igual. Los bienes y servicios que presionaron al alza del Índice fueron la gasolina, la telefonía móvil y el transporte en taxi, entre otros.

Esto, que en teoría económica puede sonar muy técnico, es el desvelo de miles de familias en nuestro país que ven como su calidad de vida se deteriora porque simplemente el dinero no alcanza para sus necesidades básicas.

Y ni se diga el drama en aquellos hogares que ya antes de esta crisis estaban en situación de pobreza y pobreza extrema. Sin ningún temor hay que denunciar una vez más: ¡hay miseria en Costa Rica, hay hambre en Costa Rica!

Las causas de esta situación las conocemos: el aumento en el consumo mundial de bienes y servicios, especialmente el petróleo, hace que su precio alcance niveles históricamente altos, atizados por la guerra en Europa, que a su vez impacta la producción especialmente de granos básicos, así como los efectos perdurables de la pandemia en el comercio y el transporte internacional de productos.

Al no ser productores de crudo, Costa Rica necesita cada vez más dólares para comprar sus combustibles y eso hace que el precio de la divisa aumente, generando una cadena inflacionaria que al final es la causante de que para muchos sea tan difícil llegar a la quincena con el salario que se percibe.

Luego, internamente, hay otra serie de factores que también encarecen los precios, que van desde ineficiencias en la gestión tanto de las empresas públicas como privadas, escasos controles para una sana competencia, monopolios, hasta la consabida corrupción, desgraciadamente presente y persistente en tantos campos de nuestra vida social.

¿A qué vamos? Todos aquellos factores económicos que internamente sean posibles de modificar, a fin de que el golpe del costo de la vida no sea tan grande, deben de ser asumidos como prioridad en este momento por parte de las autoridades competentes.

El Banco Central en particular, está llamado a evitar que esta inflación se prolongue más en el tiempo. La institución posee las herramientas para intervenir la economía y paliar de alguna forma los efectos más duros sobre las clases más afectadas por la crisis.

Y desde luego, a nivel estructural, hay que entender que nuestro país no puede seguir por la senda de la desigualdad social. No es posible que pocas personas sigan concentrando riquezas inmensas, con las que podrían vivir mil vidas, mientras haya quienes se levantan y se acuestan sin trabajo, sin educación, sin alimento y sin oportunidades.

Y no es comunismo, como algunos podrían apresurarse a juzgar, es justicia, es humanidad, es desarrollo integral y es caridad cristiana, incluso es inteligencia, porque a nadie le sirve un estallido social de grandes proporciones, que desgraciadamente parece ser hacia donde nos encaminamos si seguimos excluyendo y dividiendo a la sociedad costarricense.

Nos unimos al llamado del Papa Francisco para la próxima Jornada Mundial de los Pobres, cuando pide que, “como miembros de la sociedad civil, mantengamos vivo el llamado a los valores de libertad, responsabilidad, fraternidad y solidaridad. Y como cristianos encontremos siempre en la caridad, en la fe y en la esperanza el fundamento de nuestro ser y nuestro actuar”.

Frente a los pobres -recuerda Francisco- no se hace retórica, se ponen manos a la obra y se practica la fe involucrándose directamente, sin delegar en nadie. Viene bien además en este momento una reflexión por parte de quienes han tenido oportunidades, acumulan riqueza y la ostentan quizás más de lo necesario: el dinero no puede convertirse en un absoluto, como si fuera el fin principal. Tal apego impide observar con realismo la vida de cada día y nubla la mirada, impidiendo ver las necesidades de los demás. Nada más dañino le puede acontecer a un cristiano y a una comunidad que ser deslumbrados por el ídolo de la riqueza, que termina encadenando a una visión de la vida efímera y fracasada.

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