Esta Asamblea Eclesial llega en un momento determinante en la historia de la Iglesia Católica en América Latina, con viejos y nuevos retos por delante, algunos provenientes de factores como la política, la economía y el ambiente, y otros internos relacionados con la comunión, la transparencia, la misión y la fidelidad a Dios.
Y lo vive aplicando la sinodalidad, tan propia del pontificado del Papa Francisco, es decir, en camino, todos juntos, por medio de una metodología representativa, inclusiva y participativa.
De este modo, la Asamblea Eclesial se presenta como un kairós, un tiempo de Dios para relanzar los grandes temas aún vigentes que surgieron en Aparecida y retomar temas y agendas impactantes en la vida de nuestros pueblos.
En concreto, aspiraremos, como Iglesia, a tener una plena y amplia participación de todo el pueblo de Dios que peregrina en América Latina y el Caribe, para que esta Asamblea sea una verdadera celebración de nuestra identidad eclesial al servicio de la vida.
Trataremos de ser una expresión genuina de una presencia que acoja las esperanzas y anhelos de todas las mujeres y hombres que conformamos la Iglesia, pueblo de Dios, especialmente en este tiempo de pandemia y de tantas otras pandemias que se han revelado lo largo de la historia.
Un tiempo en el que la coherencia con el Evangelio de Jesús será el gesto vivo que dará relevancia a nuestro ser y estará en medio de los gritos de los empobrecidos y de la hermana madre tierra.
Es tiempo de avivar la esperanza, de renovar la ilusión y la alegría porque percibimos el paso del Señor, quien sigue empujando a la Iglesia en pleno Siglo XXI para que encuentre los caminos que le permitan servir mejor a todas las personas ofreciendo lo mejor que la Iglesia puede darles: la persona de Jesucristo, nuestro Dios y Salvador.
Caminemos hacia esta Asamblea Eclesial con plena conciencia de que entramos en un tiempo de oración y de escucha del Espíritu, quien nos ayudará a reconocer comunitariamente los signos de los tiempos (Cfr. EG 14). Es una ocasión para practicar la lectura orante de la Palabra de Dios y para escucharnos mutuamente, con la seguridad de que el Espíritu Santo está presente, actúa en medio de nosotros, habla a las Iglesias (Cfr. Ap 3, 11) y nos transforma en una comunidad atenta a la voz de Dios, que hemos de aprender a discernir en un contacto vivencial con su Palabra y con nuestra historia.
Si usted, que lee este editorial, es una persona que siente en su corazón el deseo, muchas veces acallado, de contribuir al caminar de la Iglesia desde su conocimiento, experiencia u opinión, hágalo, este es el momento, infórmese de cómo puede participar en este primer proceso de escucha y sea parte de un cambio compartido, que busca construir la Iglesia latinoamericana del futuro, una Iglesia cercana, responsable, transparente y fiel.
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