Dios es nuestro Creador y Padre, y nosotros fruto de su amor a través de nuestros progenitores, y lo seguirá siendo a lo largo de nuestra existencia y hasta el final de nuestros días, ya que “en Él vivimos, nos movemos y existimos” (Hechos 17,28). Por lo mismo, dependemos de Él, creaturas e hijos suyos. De ahí que lo propio sería siempre, pero especialmente en una situación de pandemia, el entender todo esto a la luz de la fe, tenerlo en cuenta a cada paso y, lo principal, vivirlo.
Me dirá que es difícil, sobre todo al tratarse de un mal tan arraigado y extendido, al no ver una pronta y eficaz salida. Ahora bien, se “ve” mediante la fe, de la que Dionisio el Areopagita dice que es “un rayo tenebroso”. Es decir, un rayo, luz; pero tenebroso, o sea, oscuro, lo que explica su dificultad y acrecienta el mérito de la fe. Una cosa es la fiducialidad, esperar y pedir que se haga nuestra voluntad, y hasta con un milagro, y otra la fe que es verlo todo a la luz de Dios y hacer lo que Él quiera y aceptar lo que no, el mal, pero que permite para nuestro bien. Imitar a Jesús: “Padre mío… hágase tu voluntad” (Mateo 26,42); a María: “Hágase en mí según tu palabra” (Lucas 1,38). Orar con el Padrenuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6,10).