Gracias a ustedes, docentes de Educación Religiosa, que, con su esfuerzo cotidiano, han traducido su vocación en el ejercicio responsable de una profesión, que engrandece el sistema educativo. Han visto en cada persona estudiante un “Cristo vivo”, recordando que, “cuanto hicieron a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicieron” (Mt 25, 40).
Así, emerge toda una espiritualidad que respeta la identidad religiosa de las personas estudiantes, en el ejercicio de la tarea educativa en las aulas escolares. Desempeño educativo nada fácil, en nuestro tiempo de cambios vertiginosos, de notorias desigualdades que agrandan brechas sociales y económicas. El indiferentismo religioso lleva a la incomprensión y al comentario hiriente, menosprecia la manifestación religiosa en el ámbito público, por razones ideológicas y hasta de intereses económicos. Todo discípulo en el anuncio de buenas noticias carga su cuota de dolor. Ya lo advertía el Maestro de Galilea, el que quiera ser mi discípulo: “tome su cruz y sígame” (Mt. 16,24).
En este contexto, la persona docente de Educación Religiosa, está invitada a ir más allá de ofrecer conocimientos académicos a sus estudiantes, debe testimoniar su fe y esperanza en aquel que es capaz de “cambiar el agua en vino” (cf. Jn 2,1-12), es decir, las situaciones apremiantes en momentos de gozo y alegría. Le demanda una gran creatividad, pero, ante todo, le lleva a poner su confianza en el Señor. San Pablo el pedagogo lo decía así: “yo sembré, Apolo regó; más fue Dios quien dio el crecimiento” (I Co 3,6).
Expresar nuestro más profundo agradecimiento a todos los que han hecho posible este gran servicio a nuestra sociedad que ha supuesto la asignatura de Educación religiosa en estos ochenta años. Desde los distintos estamentos institucionales, hasta las comunidades educativas de cada centro, los padres de familia que han escogido esta educación para sus hijos e hijas, primeros beneficiados y, especialmente los docentes de Educación religiosa, que han hecho posible este gran aporte social, que consideramos, también, acción evangelizadora. Profundamente agradecidos a ustedes que viven la fe en la escuela y que desarrollan, en ese ámbito, la misión de nuestra Iglesia.
Sigamos poniendo nuestra confianza en el Señor, con la intercesión de esos grandes educadores, nuestra Madre María y San José y, a todos ustedes, los acompaño con mi oración y bendición, y ruego por muchos años más de camino educativo en la fe, desde las aulas escolares costarricenses.
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