En su ministerio, el Papa puso mucho énfasis en como el amor de Dios nos viene a través de la humanidad de Cristo, de su misericordia que tiene que reflejarse en la vida de la Iglesia. De la misma manera que Jesús bendijo con sus manos humanas, manos que en la Cruz estaban sangrientas y sucias de sus caídas en el suelo, el Santo Padre nos animaba en la Iglesia a no tener miedo a ensuciarnos y arriesgarnos en las labores apostólicas para transmitir la bendición de Dios. En estos días, he escuchado a las puertas de la Nunciatura varios testimonios. Unos hablaban de la autenticidad y sencillez del Papa. Pero lo que más me ha impactado es un refrán muy común: “El Papa Francisco nos ha hecho sentir que somos parte de la Iglesia”. El enfoque del Papa Francisco, sin perder nada de la riqueza de la doctrina católica, era el compromiso de comunicar a Jesucristo al mundo a través de una faz muy humana de la Iglesia, humana en el sentido más elevado de la palabra. El canto del salmista hoy podríamos tranquilamente imaginar sobre los labios del Papa, “Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia”.
En el Evangelio, Cristo deja a los Apóstoles una imagen de como deberán trabajar en la viña del Señor. Jesús invita a los apóstoles a echar las redes para recoger una multitud de peces. Los apóstoles tuvieron que mojarse y ciertamente no era una tarea sencilla. San Juan nos dice que San Pedro entró en el agua inmediatamente y que luego “arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres”. Por su parte, el Evangelista Lucas, sobre este mismo episodio, añade unas palabras importantes de la boca del Señor: “Jesús dijo a Simón: No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
El Papa Francisco aceptó todas sus responsabilidades sin miedo al trabajo y sin miedo a las incomodidades. ¡Todavía me cuesta entender como el Papa no tomaba vacaciones, y a lo mejor algunos obispos y sacerdotes nos hemos sentido incómodos ante su buen ejemplo! Pero me imagino que le impulsaba ese mismo sentido de urgencia y obediencia a la voz del maestro que le decía a San Pedro, “Echad la red a la derecha de la barca y encontrareis”. Con dedicación y a menudo un buen sentido del humor, el Papa Francisco era incansable en echar las redes de la misericordia de Dios en medio de los mares de nuestra existencia.
En este contexto, me gustaría destacar una particularidad de su servicio a las almas. Viene de algunas palabras atribuidas a San Ignacio de Loyola y las que el Papa ha citado en sus discursos: “Non coerceri a maximo, contineri tamen a minimum, divinum est”. Una traducción sería: “El no dejarse restringir por lo más grande, y al mismo tiempo dejarse contener por lo más pequeño, es divino”. Me atrevería a decir que estas palabras describen elocuentemente la manera en que el Papa ejercía su ministerio. Ante las grandes preocupaciones del mundo, situaciones de guerra, desigualdades y tantas injusticias - y sabemos cuánto el seguía estas preocupaciones en el mundo internacional -, no perdió la capacidad de interesarse por los detalles pequeños. Lejos de cualquier superficialidad, los gestos del Papa para con los pobres, hacia los vulnerables en nuestra sociedad, y también hacia esas pobrezas espirituales y existenciales de la condición humana que comparten los ricos y pobres por igual, han sido siempre gestos auténticos, llenos de la misericordia del buen Dios.
Y no puedo dejar de mencionar la devoción del Papa Francisco a la Santísima Madre. En cada salida de Italia a otro país, él iba a la Basílica de Santa María Mayor para pedir la protección y ayuda de la Madre de Dios y al regresar, desde del aeropuerto iba directamente a la basílica para darle gracias, depositando a los pies de la Virgen las flores que le habían regalado en el último día de su viaje apostólico. Tuve la dicha en una ocasión de ver como el Santo Padre pidió un miembro de la Gendarmería Vaticana de cuidar una rama de flores durante el vuelo de retorno de un país para poder ofrecerlas en la Basílica a su regreso.
Concluyo con algunas palabras del Santo Padre dirigidas a la Iglesia y al mundo. En su mensaje por la paz este año el Papa escribió: “Que el 2025 sea un año en el que crezca la paz. Esa paz real y duradera, que no se detiene en las objeciones de los contratos o en las mesas de compromisos humanos. Busquemos la verdadera paz, que es dada por Dios a un corazón desarmado: un corazón que no se empecina en calcular lo que es mío y lo que es tuyo […] El desarme del corazón es un gesto que involucra a todos, a los primeros y a los últimos, a los pequeños y a los grandes, a los ricos y a los pobres […]. ¡Concédenos tu paz, Señor! […]. Perdona nuestras ofensas Señor, como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”.
Que el alma de Papa Francisco, quien trabajó sin tregua para transmitir las bendiciones de Dios al mundo, sea llevada por los ángeles y la ternura materna de la Virgencita a los brazos abiertos de Dios y sus mansiones eternas de paz y merecido descanso. Amén.