Con cada palabra, mi espíritu se elevaba. Era un regalo inesperado que me transportó a un mundo donde las emociones se entrelazaban con la belleza de los versos. En ese instante, comprendí que no estaba solo en mi travesía; viajaba en compañía de grandes maestros de la poesía.
Federico García Lorca, con su mirada profunda y su voz cargada de sentimiento, me acompañaba. Recordé sus palabras: "El poeta no es un hombre que se sienta a escribir; es un hombre que vive en la poesía." Su presencia me llenó de inspiración, y en mi mente resonaron sus versos sobre el duende, ese espíritu que se apodera de los artistas y les da vida. Con él, entendí que la poesía no solo se lee, se siente y se vive.
Antonio Machado también estaba allí, con su sabiduría de la vida y su amor por la tierra. Sus palabras me recordaron que "caminante, no hay camino, se hace camino al andar." En ese viaje a la zona de los Santos, me di cuenta de que cada paso que daba era una oportunidad para crear mi propio camino, una invitación a explorar la belleza que me rodeaba.
Luis Cernuda, con su melancolía, se unió a la conversación. Su voz resonaba en mi mente cuando decía que "la poesía es el lenguaje de los sentimientos." En ese bus, rodeado de paisajes que cambiaban a cada instante, sentí cómo la poesía se apoderaba de mí, transformando cada momento en una oportunidad para expresar lo que llevaba dentro.
Miguel Hernández, con su pasión ardiente, me recordaba que "no hay nada más hermoso que la poesía." Su espíritu combativo me inspiraba a abrazar la vida con fervor, a sentir cada instante como un regalo. Mientras el bus avanzaba, comprendí que cada poeta en mi viaje traía consigo un mensaje, un legado que me invitaba a seguir explorando el mundo de la literatura.
Francisco de Quevedo, con su agudeza y humor, me hizo reflexionar sobre la naturaleza humana. "El amor es un misterio," decía. Y en ese momento, entendí que el amor por la poesía es un misterio que se revela a medida que lo compartimos con los demás. La poesía une, conecta y nos hace sentir parte de algo más grande.
Luis García Montero, con su mirada contemporánea, aportó un aire fresco a nuestro viaje. "La poesía es un acto de amor," decía, y en ese instante, comprendí que mi amor por la literatura se reflejaba en cada página que leía y cada verso que recitaba. Su presencia me recordó que la poesía sigue viva, evolucionando con cada generación de poetas.
Clara Janés, con su voz suave y sabia, iluminó el camino. Sus palabras me hicieron pensar en la importancia de la creatividad literaria entre los jóvenes. "La poesía es el eco del alma," afirmaba. En ese viaje imaginario, sentí que también yo era parte de ese eco, que mi voz podía resonar en el vasto universo de la literatura.
Benjamín Prado, con su energía vivaz, me motivó a seguir escribiendo. "La poesía es un acto de resistencia," decía. En el trayecto hacia la zona de los Santos, me di cuenta de que, en un mundo lleno de ruido y distracciones, la poesía se convertía en un refugio, un lugar donde podía ser auténtico y libre.
Finalmente, Pablo Neruda, con su risa contagiosa, se sentó frente a mí, lleno de alegría por pasear por Costa Rica. Me preguntó mi nombre y, con curiosidad, indagó si los costarricenses leemos y si existe creatividad literaria entre los jóvenes.
Sus ojos brillaban al escucharme hablar sobre la rica tradición literaria de mi país, sobre cómo la poesía sigue floreciendo en cada rincón, en cada corazón que se atreve a soñar.
En ese viaje imaginario, rodeado de estos gigantes de la poesía, comprendí que la literatura es un regalo que debemos cuidar y compartir.
La conexión entre los poetas y su capacidad para tocar nuestras almas es un reflejo de la belleza que nos rodea. Así, mientras el bus avanzaba, sentí que cada verso, cada rima, se convertía en un puente que unía a generaciones de escritores y lectores.
Regresé a casa con el corazón rebosante de poesía, con la certeza de que el viaje nunca termina. La literatura es un camino interminable que nos invita a seguir explorando, a seguir soñando. En cada libro, en cada poema, hay un nuevo mundo por descubrir, una nueva voz que resuena en nuestro interior. Y, gracias a doña Otilia, su legado vivirá en mí, en cada lectura, en cada palabra escrita. Así, continuaremos el viaje, siempre hacia adelante, siempre en compañía de aquellos que nos enseñaron a amar la poesía y la belleza de las letras.