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Segundo Domingo de San José

By Charbel El Alam Monje de la Orden Libanesa Maronita Febrero 07, 2025

En este segundo domingo dedicado a San José, podemos contemplar las virtudes que hacen del Santo Patriarca un modelo para quienes, como él, llevamos una vida ordinaria de trabajo.

La primera alabanza que San José recibe en el Evangelio es ser un hombre justo. Esta justicia no se limita a la virtud de dar a cada uno lo que le corresponde; también implica la santidad de cumplir con la voluntad de Dios.

En el Antiguo Testamento, el concepto de justo equivale al término santo en el Evangelio. Justo es quien tiene un corazón puro y una intención recta, quien en su conducta observa lo que se prescribe en relación con Dios, el prójimo y consigo mismo. José fue justo por sus virtudes vividas plenamente en una vida sencilla y sin grandes apariencias.

Las virtudes de San José, a veces ocultas a los ojos de los hombres pero siempre resplandecientes ante la mirada de Dios, no son apreciadas por personas superficiales. Los hombres suelen centrarse en lo visible y descuidar lo interior; valoran las virtudes externas, útiles en los asuntos cotidianos, pero ignoran las virtudes interiores que solo Dios conoce.

Es en ese secreto donde reside el misterio de la verdadera virtud: José, hombre sencillo, buscó a Dios; José, hombre desprendido de los bienes terrenales, encontró a Dios; José, hombre apartado, gozó de Dios. Nuestra vida, como la del Patriarca, consiste en buscar a Dios en nuestras ocupaciones diarias, encontrarlo, amarlo, compartirlo y alegrarnos en su amor.

La primera virtud que se manifiesta en la vida de San José es la humildad, al descubrir la grandeza de su vocación y su propia pequeñez. Quizá, al concluir su trabajo o mientras miraba a Jesús a su lado, se preguntaba: “¿Por qué Dios me eligió a mí y no a otro? ¿Qué tengo yo para recibir esta misión divina?” No hallaba respuesta, porque la elección es siempre decisión del Señor, quien llama y da abundantes gracias para que los instrumentos sean aptos.

El nombre José, en hebreo, significa “Dios Añadirá”. Dios añade a la vida de quienes cumplen su voluntad una dimensión divina que da valor a todo. A la vida humilde y santa de José, Dios añadió la presencia de la Virgen María y de Jesús, Nuestro Señor. Dios nunca se deja ganar en generosidad. José pudo entonces hacer suyas las palabras de María: “El Todopoderoso ha hecho en mí maravillas, porque ha mirado mi pequeñez”.

José era un hombre ordinario en quien Dios confió para realizar cosas extraordinarias. El conocimiento de su misión, la inmensidad de la gracia recibida y su gratuidad confirmaron su humildad. Su vida fue siempre un canto de gratitud a Dios y de admiración por la misión recibida. Esto mismo espera el Señor de nosotros: que contemplemos todos los acontecimientos a la luz de nuestra propia vocación, la vivamos en plenitud, nos admiremos ante tantos dones divinos y agradezcamos al Señor su bondad al llamarnos a trabajar en su viña.

José no dudó de las promesas de Dios. Su fortaleza residió en una fe arraigada con la que dio gloria a Dios. A pesar de la oscuridad del misterio, permaneció firme, precisamente porque era humilde. La palabra de Dios, transmitida por el ángel, aclaró el misterio de la concepción virginal del Salvador, y José creyó con un corazón sencillo.

Pero la duda no tardó en regresar: José era pobre y dependía de su trabajo cuando recibió la revelación sobre la maternidad divina de María; y era aún más pobre cuando nació Jesús. No pudo ofrecer ni un lugar digno para el nacimiento del Hijo del Altísimo, ya que no fueron recibidos en ninguna posada de Belén. José sabía que este Niño era el Señor, Creador del cielo y la tierra. Más tarde, su fe sería puesta a prueba nuevamente con la huida a Egipto. En sus brazos, el Dios Todopoderoso huía de Herodes.

¡Cuántas veces debemos reafirmar nuestra fe ante hechos que muestran cuán diferente es la lógica de Dios de la lógica de los hombres! San José supo ver a Dios en cada acontecimiento, y para ello necesitó una gran santidad, fruto de su respuesta constante a las gracias recibidas.

La esperanza de José se manifestó en su deseo creciente de la llegada del Salvador, que sería confiado a sus cuidados. Más tarde, esta virtud se ejercitó en los primeros días de Jesús Niño, al verlo crecer junto a él, quizá preguntándose con frecuencia cuándo se manifestaría al mundo como el Mesías. Su amor por Jesús y María, alimentado por la fe y la esperanza, crecía día a día. Nadie los amó tanto como él. Nadie veló tanto por ellos como él. Este amor, sin duda, se reflejaba en su vida cotidiana: en su forma de trabajar, en su trato con vecinos, clientes y familiares.

La gracia permite que cada hombre alcance su plenitud según el plan de Dios; no solo sana las heridas de la naturaleza humana, sino que la perfecciona. Los innumerables dones que San José recibió para cumplir su misión y su perfecta respuesta lo convirtieron en un hombre lleno de virtudes humanas y sobrenaturales.

Su justicia y santidad ante Dios se reflejaban en su rectitud ante los hombres. San José era un hombre bueno, en toda la plenitud de la palabra: alguien en quien los demás podían confiar; leal con sus amigos y clientes, honesto y concienzudo en sus tareas.

La vida de San José estuvo llena de trabajo, en Belén, Egipto y Nazaret. Todos lo conocían por su dedicación y espíritu de servicio, fundamentales para formar un carácter fuerte, que le permitió seguir con prontitud los planes de Dios y soportar con valentía las pruebas.

Era un hombre amable en su trato, atento a las necesidades de los demás, cordial y alegre. El Evangelio no conserva ninguna de sus palabras, pero nos describe sus acciones, que reflejan su santidad y su amor, que deberían ser el espejo donde nos miramos quienes estamos llamados a santificar nuestra vida ordinaria como él.

Como decía San Pablo VI en una alocución del 19 de marzo de 1969: “San José es modelo de los humildes, que el cristianismo eleva a grandes destinos. San José es prueba de que, para ser buenos y auténticos discípulos de Cristo, no se necesitan grandes cosas, sino virtudes comunes, humanas, simples, pero verdaderas”.

 

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