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Un testimonio de fe y esperanza

By Willy Chaves Cortés, OFM. Orientador Familiar, UJPll / Máster en Comunicación Política, UCR. Diciembre 04, 2024

Sobreviví a dos intentos suicidas, y en mi viaje descubrí que la fe en Dios fue mi salvación.

En los momentos más oscuros, cuando sentía que no había salida, recordé que "Dios es mi refugio y mi fortaleza" (Salmo 46:1). Cada intento fue un grito de auxilio, pero en esos instantes críticos, la voz de Dios resonó en mi corazón, recordándome que "no estoy solo".

Aprendí que "en la angustia, Él me escucha" (Salmo 34:17), y que siempre hay una luz al final del túnel. La oración se convirtió en mi ancla, permitiéndome expresar mi dolor y buscar ayuda.

Mi primer intento fue un momento de desesperación. Sentía que el peso del mundo caía sobre mis hombros y que no podía soportarlo más.

Sin embargo, en ese momento crítico, algo dentro de mí se aferró a la esperanza. Recé con todas mis fuerzas, pidiendo a Dios que me mostrara el camino. Fue entonces cuando comencé a abrirme a la posibilidad de que mi vida podía ser diferente.

La búsqueda de Dios se convirtió en un refugio para mí. Comencé a asistir a misa y a leer las Escrituras. Encontré consuelo en los salmos, aprendiendo que "Dios está cerca de los quebrantados de corazón" (Salmo 34:18). A través de la oración, empecé a hablar sobre mi dolor y mis miedos, algo que nunca había hecho antes.

A pesar de mi búsqueda espiritual, la vida no fue sencilla. En un momento de desespero, hice un segundo intento. Esta vez, la experiencia fue diferente. Me encontré rodeado de personas que realmente se preocupaban por mí. Amigos y familiares comenzaron a notar mi lucha y se acercaron con amor y apoyo, recordándome que "dos son mejor que uno" (Eclesiastés 4:9).

Dios colocó en mi camino personas que jugaron un papel crucial en mi recuperación. Un sacerdote me ayudó a aprender a expresar mis emociones y a entender que está bien pedir ayuda.

Con su guía, empecé a hablar sobre mis sentimientos, dejando de lado el estigma que rodea la salud mental. También conocí a otros que habían pasado por experiencias similares, lo que me hizo sentir menos solo en mi lucha. Siempre llevaré en mi alma una sincera gratitud a Monseñor Hugo Barrantes. Él siempre nos apoyó en nuestra lucha por la salud mental al alcance de quien necesita ayuda.

Hablar sobre mis emociones fue un paso transformador. Aprendí que expresar mis sentimientos no era un signo de debilidad, sino de fortaleza.

Compartir mis luchas me permitió liberar una carga que había llevado durante demasiado tiempo. Además, al abrirme, creé un espacio seguro para que otros también compartieran sus historias, fomentando un sentido de comunidad y conexión invaluable. El buen y humano sacerdote Marvin Danilo Benavides, ha sido en mi vida un bálsamo de esperanza, acudo siempre en búsqueda de su auxilio cuando deseo con urgencia ser escuchado, comprendido y aconsejado, su cercanía es para mí un regalo de Dios.

Una de las lecciones más importantes en mi viaje fue reconocer que pedir ayuda es fundamental.

La sociedad a menudo nos enseña a ser autosuficientes y a no mostrar debilidad. Sin embargo, he llegado a entender que pedir ayuda es un acto de valentía.

Al hacerlo, me brindé la oportunidad de recibir el apoyo que tanto necesitaba. Aprendí a buscar ayuda profesional y a no dudar en acudir a mis seres queridos en momentos de tristeza.

Con la llegada de las festividades navideñas, que solían ser un desencadenante de tristeza, decidí enfrentar mis emociones de manera proactiva.

En lugar de dejar que la tristeza me abrumara, comencé a crear nuevas tradiciones que me llenaban de alegría. "El gozo del Señor es mi fortaleza" (Nehemías 8:10), y dedicarme a ayudar a otros en sus luchas se convirtió en una manera de encontrar significado en una época difícil.

La fe ha sido mi ancla en medio de la tormenta. A través de la oración y la meditación, he encontrado paz y guía.

Mi relación con Dios me ha enseñado que no estoy solo en mi sufrimiento. La espiritualidad me ha brindado consuelo y esperanza, recordándome que cada día es una nueva oportunidad para empezar de nuevo. Dios coloco amigos que de verdad me apoyan en esos tránsitos oscuros y tristes, Pepe quien siempre me escucha y aconseja, cuando estoy a punto de caer, su mano siempre me levanta cuando estoy a punto de caer en pedazos.

Agradezco a mi hermano Edelito. No llevamos la misma sangre, pero es y será mi hermano, mi refugio seguro con quien puedo contar siempre.

Hoy, puedo afirmar que "hay esperanza para el que cree". Mi historia es un testimonio de que, incluso en los momentos más oscuros, la fe puede iluminar el camino.

Si te sientes perdido, recuerda que "Dios tiene un plan para ti" (Jeremías 29:11), y siempre hay una oportunidad de renacer. La vida es preciosa, y con fe, amor y apoyo, todo es posible.

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