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La Visitación: un llamado a la generosidad y al amor

By Kattia Arias Alvarado, Mujeres en Victoria Junio 10, 2024
En este acto, María realiza una procesión del Corpus Christi, llevando a Cristo en su vientre hacia la casa de sus parientes. En este acto, María realiza una procesión del Corpus Christi, llevando a Cristo en su vientre hacia la casa de sus parientes.

En un mundo que frecuentemente nos insta a centrarnos en nosotros mismos, la fiesta de la visitación de la Santísima Virgen María a su prima Santa Isabel (31 de mayo) se alza como un faro luminoso de desinterés y compasión. Este relato no solo ilustra la profundidad del amor y la entrega de María, sino que también nos invita a reflexionar sobre cómo podemos incorporar estos valores en nuestras vidas diarias. La siguiente reflexión está basada en el evangelio de San Lucas:

“El ángel le respondió: 'El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios Dijo María: 'He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.' Y el ángel, dejándola, se fue En aquellos días, se puso en camino María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. En cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, Isabel quedó llena de Espíritu Santo y exclamó a gritos: 'Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno y ¿de dónde a mí que venga a verme la madre de mi Señor? Porque apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!'” Lc. 1, 35-45.

La noticia del embarazo de Isabel, a pesar de su edad avanzada y de haber sido considerada estéril, es un testimonio del mensaje del ángel que afirma que “no hay nada imposible para Dios”. María, al recibir esta noticia, se llenó de un gozo indescriptible, viendo en ello la Misericordia Divina. Pero lo que sigue es aún más revelador de su carácter: movida por el Espíritu Santo, se olvida de sí misma y se prepara para una entrega generosa hacia su prima.

El viaje de María no fue una obligación familiar; fue expresión palpable de amor fraterno y cuidado. Ella recorrió un camino largo y posiblemente arduo hacia la región montañosa de Judá, demostrando con cada paso la "generosa prontitud" que la caracteriza. Este viaje de tres días, realizado junto a San José, fue una muestra de su disposición a enfrentar cualquier dificultad para asistir a quienes amaba.

La llegada de María a la casa de Isabel desencadenó una alegría espiritual profunda, marcada por el salto de gozo del niño en el vientre de Isabel al escuchar el saludo de María. Este momento no solo subraya la conexión espiritual entre las dos, sino que también revela la influencia santificadora de María, incluso antes del nacimiento de Jesús.

Este episodio nos llama a admirar y aspirar a ese mismo espíritu de servicio que María mostró. Ella, como verdadera madre y discípula, nos enseña que el servicio genuino a menudo requiere sacrificio personal y una apertura constante a las necesidades de los demás. Nos invita a mirar más allá de nuestro círculo inmediato, a extender nuestro cuidado y compasión a quienes nos rodean, especialmente aquellos que pueden pasar desapercibidos o ser marginados.

Así como María respondió al llamado divino con fe y amor, nosotros también estamos llamados a cultivar un corazón que se regocije en el servicio, que encuentre en el acto de dar no una carga, sino una fuente de alegría profunda y transformadora. Que la Santísima Virgen María, modelo de fe, servicio y amor, nos guíe en este camino hacia una vida más plena y generosa, imitando su espíritu de entrega incondicional.

Si le damos una visión sacramental a la Visitación, en este acto, María realiza una procesión del Corpus Christi, llevando a Cristo en su vientre hacia la casa de sus parientes. Santa Isabel nos representa a todos al recibir al Señor con reverencia y alegría, exclamando: “¿De dónde a mí, que la madre de mi Señor venga a visitarme?” Lc. 1, 43. Este encuentro se marca por una explosión del Espíritu Santo, quien llena a Santa Isabel de gracia para proclamar: “¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¡Feliz la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!” Lc. 1, 42;45.

María encarna la plena confianza y el abandono en la iniciativa divina, permitiendo que el Plan de Salvación avance a través de ella. En efecto, María se convierte en el instrumento entregado completamente en las manos del Señor.

Por ello, oremos juntos: “Santa Madre de Dios, enséñanos a abrir nuestros corazones para acoger el amor que derramas sobre tus hijos y prepáranos a servir a los demás con la misma devoción y cariño con que tú serviste a santa Isabel. Que cada día de nuestra vida podamos estar atentos a las necesidades de quienes nos rodean, siguiendo tu ejemplar de amor y servicio, Amén”.

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