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“No hay un pecado, que por más más grande que sea, que Dios no pueda perdonar”

By P. Charbel El Alam / Orden Libanesa Maronita Noviembre 03, 2023

Estaba plenamente consciente de lo que acontecería en esa gélida mañana porteña. En mi interior sabía que la experiencia que estaba por vivir me brindaría un calor que abrazaría mi corazón, disipando el invernal manto que envolvía la ciudad.

Ese día se grabaría en mi memoria como un recuerdo imperecedero el esperado encuentro con el fraile Luis Pascual Dri OFM Cap, confesor del Papa Francisco cuando todavía era Arzobispo de Buenos Aires.

La posibilidad de verlo y dialogar con él cobró forma cuando se hizo público, el pasado domingo 9 de julio, que el Santo Padre le conferiría el cardenalato a aquel que había sido su confesor. Fue entonces cuando comenzó a germinar en mi mente la idea de conocer a este venerable hombre, cuya influencia y relación espiritual con el Papa trascendían los límites del confesionario.

Con pasos firmes alcanzamos la imponente puerta de su monasterio, en el Santuario de Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya, donde se encuentra la curia provincial y la enfermería.

Con los latidos del corazón en un compás acelerado, rogamos a Nuestra Señora que intercediera por la salud del Padre, pues habíamos sido informados de que estaba afectado por un resfrío. Gracias a Dios, nuestras plegarias fueron escuchadas y el amable fraile nos recibió con benevolencia en su morada.

Ya frente a él, no pude dejar de notar que en los trazos de su rostro se distingue un fulgor radiante que refleja la sabiduría acumulada a lo largo de los años. A pesar de su dolencia y el severo resfrío que aquejaban su cuerpo, lo más sobresaliente fue su deseo inquebrantable de recibirnos.

Entonces me presenté y expliqué el motivo de la reunión: “Soy un monje de la Orden Libanesa Maronita y mi deseo es compartir su mensaje a través del perínclito periódico “Eco Católico” de Costa Rica”.

Inmerso en un torbellino de emociones, incluso me concedí la osadía de contactar al director de dicho medio de comunicación, el Lic. Martín Rodríguez, quien previamente me había mencionado haber leído gran cantidad de entrevistas sobre el Padre Luis. Con cortesía, el señor cardenal le extendió su saludo y con el corazón lleno de sentimiento, le otorgó una bendición cargada de emotividad.

Con voz suave y cálida, el Padre Dri nos compartía sus sabias palabras, oculto bajo una acogedora cobija, revelando así su incansable dedicación y carácter excepcional.

Lo llamo una gracia de Dios, un auténtico encuentro providencial porque en un breve momento pude obtener profundos y poderosos mensajes del cardenal Dri como el perdón de Dios y la importancia de la presencia de la Virgen María como intercesora ante su Hijo Jesucristo y Jesús ante el Padre.

Con esto, el cardenal Dri, portador de 96 inviernos vividos, invita a los feligreses a confesarse y a perder el miedo de no ser perdonados por Dios, ya que en sus tiernas palabras: “No hay un pecado, por más grande que sea, que Dios no pueda perdonar...”.

Al escucharlo se desliza una voz tan venerable como los senderos del recuerdo. Su tono sereno acaricia el aire, regalando suavidad a las palabras que pronuncia. Como un suspiro de sabiduría envuelto en la delicadeza del tiempo, sus pensamientos se despliegan con la majestuosidad propia de quien ha contemplado la grandeza y las vicisitudes de décadas pasadas.

Cada palabra, aunque entrecortada por la tos y el catarro, es un testimonio imperecedero de experiencias acumuladas y lecciones aprendidas a lo largo de un camino labrado con paciencia y fortaleza.

Comparto a continuación la esencia de nuestro diálogo:

 

¿Es usted el fraile que pide perdón a Jesús por perdonar tanto? 

-No hay un pecado, por más grande que sea, que Dios no pueda perdonar. Y como yo soy instrumento, y siempre instrumento porque el que perdona es el Padre Dios por el Espíritu Santo, reciban al Espíritu Santo. A quiénes ustedes perdonen serán perdonados y quienes no, no serán perdonados, serán retenidos. Así que yo eso siempre lo insisto, porque hay gente que sufre mucho, que está muy apenada, sufriendo por haber pecado en su pasado y que no se anima a confesar; yo los animo a eso, a perdonar, a confiar, a confiar mucho en la misericordia de Dios. Dios es amor. Dios es perdón. Dios es misericordia. Dios es paz. Dios es abrazo. Dios es todo lo que pueda sanar el corazón del hombre, por eso no podemos nosotros quedarnos lejos de ese regalo tan grande de Dios que es su misericordia y su perdón. 

Quiero agradecerle la generosidad de recibirnos…

-Gracias a ti. ¿Qué privilegio?, no es ningún privilegio, soy un pobre fraile que nací en el campo, me crié cuidando ovejas, vacas y chanchos. Ahí me crié yo porque quedé huérfano a los 4 años. Y bueno mi madre, una santa mujer, me acompañó siempre, yo la veía rezando el rosario siempre por el patio y a mí me quedó todo eso grabado.

¿Y su relación con el Papa Francisco? 

-Sí, desde que estaba acá. Desde que era primado de Buenos Aires estuve con él y venía muy a menudo porque es devoto de la Virgen de Pompeya… Yo lo quiero como un hermano…

Venerado Padre, con respeto le pido un consejo…

-Tú debes seguir confiando en Jesús y María. Abrázate siempre a ella porque es madre y lo que hace una madre no lo puede hacer nadie. Y Jesús nos dejó a ella cuando ya no tenía nada, nada que dar, porque no tenía ni sangre, ni ropa, ni nada, nos dejó a su madre. Así que tenemos que aferrarnos a ella, a María, que María nos lleve a Jesús y Jesús al Padre. Es el camino, ojalá que nunca nos olvidemos de eso.

 

Después de expresar mi gratitud y honor por haber compartido este provechoso encuentro, noté el Santo Rosario sobre la mesa y me permití indagar acerca de su devoción. Con su inigualable sabiduría, el venerado sacerdote compartió con delicadeza y profundidad una anécdota sobre esta sublime oración.

Cabe desatacar que en cada ocasión que me dirigía a él con el apelativo de “señor cardenal”, su risa brotaba como si estuviese escuchando algo que no le perteneciera. La impresionante manifestación de humildad por parte de este sencillo fraile se hizo patente cuando pronunció las palabras: “Yo no soy nadie”.

Poseo la costumbre de mencionar a San Maximiliano María Kolbe en presencia de un franciscano, debido a la veneración excepcional que albergo por este santo.

Me sorprendió gratamente cuando mencioné mi devoción por él, que el Padre Luis Pascual respondiera entusiasmado, con una exclamación firme y enérgica: “Todos los días en la misa, San Maximiliano María Kolbe está presente en mis oraciones, para que el Señor, con su entrega, supla mi frialdad, colme mi corazón de calidez y supla cualquier falta de amor que pueda tener”.

Antes de despedirnos, compartimos un gesto exquisito: un intercambio de rosarios. Él me obsequió el suyo, mientras que yo le entregué el mío con gratitud. Es un regalo precioso que atesoraré en mi corazón. 

Lo más cautivador, tras culminar mi conversación y al retirarme de su cuarto, solicité su bendición. Con infinita amabilidad y con su característica voz me otorgó la bendición de San Francisco de Asís, expresando: “El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor; el Señor se fije en ti y te conceda la paz” (Núm 6, 24-26). Fue un instante de profunda emotividad que permanecerá para siempre en mi. 

Tras esta hermosa visita, fuimos gentilmente guiados por un laico que trabaja en el convento para saludar de cerca a Jesús, el dueño de la casa y a Nuestra Señora del Rosario de Nueva Pompeya desde su camarín. Posteriormente, tuvimos el privilegio de explorar el monasterio y maravillarnos con las exquisitas pinturas y obras de arte religioso que embellecen este sagrado recinto.

Es relevante mencionar que el confesor ha dejado una profunda huella en el corazón del Obispo de Roma, lo cual lo ha llevado a considerarlo merecedor del título cardenalicio. Su influencia ha sido tan significativa que se refleja en esta decisión trascendental. 

A su vez, el Padre Dri menciona a dos eminentes capuchinos, Leopoldo Mandić y el Padre Francesco Forgione, conocido como el Padre Pío, quienes fueron para él auténticos modelos y mentores. En un emotivo recuerdo, incluso relató cómo en 1960, los tres compartieron vivencias en el mismo convento y fue el Padre Pío quien tuvo el honor de guiarlo en el camino de la confesión, dejando una huella profunda en su vida espiritual.

 

Religioso, formador, confesor

 

Luis Pascual Dri, nacido el 17 de abril de 1927 en Federación, Argentina, fue criado en una familia de diez hijos, la mayoría de los cuales abrazaron la vida religiosa. Quedó huérfano a la tierna edad de cuatro años, asumiendo la responsabilidad de cuidar los campos y los animales. Asistiendo a la escuela rural en su ciudad natal, emprendió un viaje notable a los 11 años cuando ingresó al Seminario Capuchino en Montevideo, Uruguay, donde completó su educación primaria y secundaria.

Su vida religiosa floreció y el 21 de febrero de 1945 hizo su profesión religiosa temporal como franciscano capuchino. Cuatro años después, realizó sus votos solemnes. El 29 de marzo de 1952 fue ordenado sacerdote en la Catedral de Montevideo.

Desempeñó diversos roles dentro del clero, siendo director del Seminario Menor San Francisco de Carrasco en 1953 y luego director del Seminario Seráfico de Villa Gobernador Gálvez en Argentina. Su dedicación a la educación lo llevó a especializarse en la formación de novicios en Europa a partir de 1961.

También compartió su conocimiento como profesor en el Colegio y Liceo Secco Illa en Uruguay hasta 1974. Después, tuvo breves períodos como párroco en Empalme y Colonia Nicolich. Posteriormente, en 1976, se convirtió en maestro de novicios en la localidad de Minas, en Uruguay. 

A principios de 1983, fue destinado a la parroquia de San Enrique de Villa Gobernador Gálvez. Cuatro años después, fue nombrado párroco de Santa María de la Ayuda en El Cerro, Montevideo. Luego, sirvió como párroco en el Santuario Nuestra Señora de Pompeya en Buenos Aires desde 2000 hasta 2003, y después en Mar del Plata.

Incluso después de retirarse a la edad de 80 años, en 2007, la devoción de Fray Luis a su llamado sigue siendo evidente, ya que continúa sirviendo como confesor en el Santuario de Pompeya, dedicando varias horas cada día a su ministerio.

 

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