En la literatura cristiana san Ignacio fue el primero en atribuir a la Iglesia el adjetivo “católica”, es decir, “universal”: “Donde está Jesucristo -afirma- allí está la Iglesia católica” (Carta a los cristianos de Esmirna, VIII, 2).
No quiero aventurarme ni parecer irrespetuoso, pero, en cierto modo, Ignacio es quien define un concepto de marca.
Y, desde su perspectiva, en el servicio de unidad a la Iglesia católica la comunidad cristiana de Roma ejerce una especie de primado en el amor: "En Roma ella, digna de Dios, venerable, digna de toda bienaventuranza... preside en la caridad, que tiene la ley de Cristo y lleva el nombre del Padre" (Carta a los Romanos, prólogo).
Eusebio de Cesarea, historiador del siglo IV, dedica un capítulo entero de su Historia eclesiástica a la vida y a la obra literaria de san Ignacio: "Desde Siria —escribe— Ignacio fue enviado a Roma para ser arrojado como alimento a las fieras, a causa del testimonio que dio de Cristo. Al realizar su viaje por Asia, bajo la custodia severa de los guardias… en cada una de las ciudades por donde pasaba, con predicaciones y exhortaciones, iba consolidando las Iglesias; sobre todo exhortaba, con gran ardor, a guardarse de las herejías que ya entonces comenzaban a pulular, y les recomendaba que no se apartaran de la tradición apostólica".
Ignacio encarna la propuesta de Pablo: “Ustedes son carta de Cristo […] escrita no con tinta, sino con el Espíritu de Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en las tablas de corazones de carne” (2 Co 3,3).
Algunos elementos del mensaje de San Ignacio que enriquecerán la comunicación eclesial serán:
- La claridad del mártir respecto a quiénes son sus audiencias, cuál es el contexto en el que sus mensajes serán difundidos y que objetivos puntuales buscaba alcanzar con ellos.
- En su mensaje se percibe la frescura de la fe de la generación que conoció a los Apóstoles. Una fe vital que desemboca en la imitación de Cristo ... “Permitidme ser imitador de la pasión de mi Dios".
- La irresistible orientación de san Ignacio hacia la unión con Cristo fundamenta una auténtica "mística de la unidad". Él mismo se define "un hombre al que ha sido encomendada la tarea de la unidad" (Carta a los cristianos de Filadelfia, VIII, 1).
- La unidad eclesial no se funda en argumentos sino en hechos y de ella depende el testimonio veraz que se ofrece al mundo. Así, “después de recomendar a los cristianos de Esmirna que "nadie haga nada en lo que atañe a la Iglesia sin contar con el obispo" recomienda: “Trabajad unos junto a otros, luchad unidos, corred a una, sufrid, dormid y despertad todos a la vez, como administradores de Dios, como sus asistentes y servidores. Tratad de agradar al Capitán bajo cuya bandera militáis y de quien habéis de recibir el sueldo. Que ninguno de vosotros sea declarado desertor. Vuestro bautismo ha de permanecer como vuestra armadura, la fe como un yelmo, la caridad como una lanza, la paciencia como un arsenal de todas las armas". [1]
- En su lenguaje destacamos el uso de imágenes y analogías para evidenciar la unidad fundamental que vincula entre sí a todos los fieles en Cristo: la lira, las cuerdas, la entonación, el concierto, la sinfonía.
Cuando percibimos un fuerte debilitamiento del sentido comunitario, de las pertenencias a instancias o estructuras, incluyendo a la Iglesia, desde la unidad y la universalidad (catolicidad) Ignacio aporta un mensaje vital y sólido respecto a la Iglesia. En él descubrimos que “una buena historia es capaz de trascender los límites del espacio y del tiempo. A distancia de siglos sigue siendo actual, porque alimenta la vida.”[2]
[1] Carta a san Policarpo, VI, 1-2: Padres Apostólicos, BAC, Madrid 1993, p. 500.
[2] Papa Francisco, Jornada Mundial de las comunicaciones 2020