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Los Evangelios y las Epístolas

By Pbro. Glenm Gómez A. Julio 09, 2023

En cuanto a los evangelios, como documentos escritos, recordemos un aspecto esencial: “Dios habla en la Escritura por medio de hombres y en lenguaje humano”. [1] A la luz de la Constitución Dei Verbum destaco dos aspectos: el origen apostólico de los Evangelios y el carácter histórico de los mismos: “Nadie ignora que, entre todas las Escrituras, incluso del Nuevo Testamento, los Evangelios ocupan, con razón, el lugar preeminente, puesto que son el testimonio principal de la vida y doctrina del Verbo Encarnado, nuestro Salvador. La Iglesia siempre ha defendido y defiende que los cuatro Evangelios tienen origen apostólico. “Pues lo que los Apóstoles predicaron por mandato de Cristo, luego, bajo la inspiración del Espíritu Santo, ellos y los varones apostólicos nos lo transmitieron por escrito, fundamento de la fe, es decir, el Evangelio en cuatro redacciones, según Mateo, Marcos, Lucas y Juan”. [2]

En cuanto al carácter histórico de los Evangelios, la Iglesia señala que “los cuatro referidos Evangelios, cuya historicidad afirma sin vacilar, comunican fielmente lo que Jesús, Hijo de Dios, viviendo entre los hombres, hizo y enseñó realmente para la salvación de ellos, hasta el día que fue levantado al cielo. Los Apóstoles, ciertamente, después de la ascensión del Señor, predicaron a sus oyentes lo que Él había dicho y obrado, con aquella crecida inteligencia de que ellos gozaban, amaestrados por los acontecimientos gloriosos de Cristo y por la luz del Espíritu de verdad … Reteniendo por fin la forma de proclamación de manera que siempre nos comunicaban la verdad sincera acerca de Jesús. Escribieron, pues, sacándolo ya de su memoria o recuerdos, ya del testimonio de quienes “desde el principio fueron testigos oculares y ministros de la palabra” para que conozcamos “la verdad” de las palabras que nos enseñan” (cf. Lc., 1,2-4).[3] 

 

Las Epístolas

 

“El Canon del Nuevo Testamento, además de los cuatro Evangelios, contiene también las cartas de San Pablo y otros libros apostólicos escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, con los cuales, según la sabia disposición de Dios, se confirma todo lo que se refiere a Cristo Señor, se declara más y más su genuina doctrina, se manifiesta el poder salvador de la obra divina de Cristo, y se cuentan los principios de la Iglesia y su admirable difusión, y se anuncia su gloriosa consumación”. [4]

Aunque, objetivamente, saltamos de un género literario a otro, las epístolas, (del griego: ἐπιστολ, epistolē, carta), sobre todo referidas a su tiempo y espacio inmediato, aluden no solo al uso de un verdadero medio de comunicación, ya en boga en el mundo bíblico, sino a una estrategia de comunicación verdadera en la que la proximidad, a pesar de las distancias, el acompañamiento a las comunidades diseminadas y la búsqueda de fines concretos, se ponen de manifiesto ampliamente.

La Iglesia de los primeros siglos, se vale del mayor medio de comunicación para los asuntos públicos y privados. La Iglesia crecía y en las comunidades surgen los problemas de orden doctrinal y administrativo que procuraban ir resolviendo. “Meditando en el misterio de Israel y en su «vocación irrevocable» [5], los cristianos investigan también el misterio de sus raíces. En las fuentes bíblicas las primeras comunidades encuentran elementos indispensables para vivir y profundizar en su misma fe. “También la Iglesia aprovecha la riqueza litúrgica del pueblo judío. Ordena la liturgia de las Horas, la liturgia de la Palabra e incluso la estructura de las Plegarias eucarísticas según los modelos de la tradición judía. Algunas grandes fiestas, como Pascua y Pentecostés, evocan el año litúrgico judío y constituyen ocasiones excelentes para recordar en la oración al pueblo que Dios eligió y sigue amando (cf. Rm 11, 2)”. [6]

 

Otras polémicas surgían con relación al paganismo y, particularmente, con el mundo grecorromano, expresión del contexto global en el que la evangelización se desarrolla y en el que la Iglesia comienza a interactuar. En el caso de Pablo, apóstol de las gentes, existe una clara visión universalista de la fe, pues “ya no hay judío, ni griego; ni esclavo, ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús” (Ga 3, 28).

Las cartas pretendían afianzar el compromiso de las comunidades. En el caso de las epístolas de Pablo, “estas acusaban con frecuencia el lógico desconcierto de los inicios, sobre todo buscar un engarce entre las exigencias de su vivencia y los imperativos de si entorno sociocultural. No resultaba fácil armonizar fe en un mundo que, aún blasonado de religioso, apenas conectaba con lo divino”. [7]

Con la evangelización en situaciones histórico-culturales diversas, la Iglesia también se enriquece. Ella debe dialogar, comunicar la verdad de Cristo Resucitado, pero ello no implica desechar la riqueza del pensamiento helenístico, entre otros valores.

Benedicto XVI, en este sentido, hace una interesante reflexión, en especial a quienes piensan que la Iglesia realizaba una especie de “barrido” intelectual o espiritual en las comunidades que se fundaban. A propósito de la tarea de Pablo afirma: “Conviene recordar de modo particular la filosofía estoica, que era dominante en el tiempo de san Pablo y que influyó, aunque de modo marginal, también en el cristianismo. A este respecto, podemos mencionar algunos nombres de filósofos estoicos, como los iniciadores Zenón y Cleantes, y luego los de los más cercanos cronológicamente a san Pablo, como Séneca, Musonio y Epicteto: en ellos se encuentran valores elevadísimos de humanidad y de sabiduría, que serán acogidos naturalmente en el cristianismo”. [8]

E incluso llega a afirmar: “Cuando san Pablo escribe a los Filipenses: “Todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” (Flp 4, 8), no hace más que retomar una concepción muy humanista propia de esa sabiduría filosófica.”[9]

Las cartas como medio de comunicación no eran uniformes, pues su formato y contenido diferían normalmente. Algunas de ellas tenían un alcance más amplio que a quienes iban originalmente dirigidas, pero, en otros casos, Pablo mismo pedía una circulación limitada o el intercambio de las mismas: “Después de que sea leída esta carta entre ustedes, procuren que sea leída también en la Iglesia de Laodicea, y consigan, por su parte, la que ellos recibieron, para leerla ustedes” (Colosenses 4,16).

Es importante tener en cuenta que las cartas exigen el conocimiento básico de las circunstancias históricas que rodean la escritura, las realidades a las cuales se hace frente, los grandes temas éticos, la conciencia, la libertad y la verdad, además de las actitudes pastorales, que habría perspectivas de futuro en la discusión de dilemas presentes.

Este fue un recurso extraordinario para la evangelización de muchas generaciones de creyentes, sin soslayar las limitaciones propias del medio en cuanto tal: "Aunque tengo mucho que escribiros, prefiero no hacerlo con papel y tinta, sino que espero ir a veros y hablaros de viva voz, para que nuestro gozo sea completo” (II Juan 1,12).

 

[1] Verbum Domini, n,34.

[2] Dei Verbum, n.18.

[3] Cf. Dei Verbum, n.19.

[4] Idem, n.20.

[5] (cf. Discurso a la comunidad judía de Roma: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 20 de abril de 1986, p. 1)

[6] Juan Pablo II, Discurso, 28 de abril de 1999.

[7] Antonio Salas, Vida de San Pablo, ediciones San Pablo, Madrid, 1998, p.113.

[8] Benedicto XVI, El ambiente religioso y cultural de san Pablo, audiencia general, 2 de julio del 2008.

[9] Idem.

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