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Evangelizar es comunicar

By Pbro. Glenm Gómez Álvarez / glenmgomez@gmail.com Marzo 13, 2023

Saludo con entusiasmo a quienes se disponen a leer estas notas que tienen como finalidad primordial fomentar, en comunión, una verdadera “pastoral de la comunicación” proactiva y efectiva.

En la práctica, estos apuntes van dirigidos a mis hermanos sacerdotes y a todos los agentes de pastoral, conscientes de que la comunicación es el eje transversal de toda actividad eclesial y que no hay proyectos de creación, gestión y promoción pastoral sustentables, al margen de constantes diagnósticos comunicacionales.

Por ello, aquí analizaremos la historia, los medios, las frecuencias, los contenidos, los intereses, el impacto, nuestros “públicos” internos y externos, y el acceso a lo que, como Iglesia, hemos entendido por comunicación.

A pesar de loables intenciones, seguimos adoleciendo de estrategias de comunicación y necesitamos fundamentos y criterios técnicos, teológicos y administrativos para generar plataformas y articular iniciativas en esta área.

Para quien escribe, la comunicación es entendida como el proceso de diálogo permanente y no la visión mecanicista que tiene aún primacía en la Iglesia y se caracteriza por la transmisión de información de modo lineal o unidireccional: “Yo lo digo y punto”, dando nula importancia al receptor, su interpretación y su reacción.

Por otra parte, vemos como en la Iglesia también se privilegia una perspectiva interpretativa, en otras palabras, aquella en la que los signos y los símbolos compartidos, algunos obsoletos o prescritos, deben ser comunes a todos, pero eso, desde luego, no es cierto. El vacío de contenidos, las discrepancias conceptuales o la imposibilidad de interpretar lo que se expresa, dan al traste con esta lógica.

 

“En su misión de comunicar a toda la humanidad el evangelio de Jesucristo, la Iglesia debe entender que lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la “proximidad”, sin la cual no existe un verdadero encuentro comunicacional y, menos aún, espiritual”.

 

Al respecto, enseña el Papa Francisco: “… conviene ser realistas y no dar por supuesto que nuestros interlocutores conocen el trasfondo completo de lo que decimos o que pueden conectar nuestro discurso con el núcleo esencial del Evangelio que le otorga sentido, hermosura y atractivo.” [1]

De frente a esos modelos caducos, es urgente considerar, desde el humanismo cristiano, que la comunicación tiene como centro a la persona, que es el fundamento de la comunicación misma y que esa persona está inmersa en el seno de una comunidad, con la que comparte su existencia y hace suyas las propuestas de Jesucristo con su mensaje de amor como valor supremo. A esto agregaría una perspectiva psicológica que, entre otros aspectos, considere el clima de la comunicación y al individuo como procesador de la información, enfatizando siempre las intenciones y los aspectos humanos de la comunicación que se funda.

Para nuestra alegría, Jesús es el modelo perfecto de comunicación. En él conocemos al Dios de la Misericordia: “Quien me ve a mí, ve al Padre” (Cf. Jn 14, 6-14). Él aparece siempre cercano a las gentes y en actitud de escucha y observación continua. Además, su lenguaje es directo, apropiado a su contraparte, cargado de una simbología propia de lo cotidiano, aún más, con las parábolas ajusta la profundidad de su palabra a las costumbres y labores de su tiempo y cultura, trascendiendo la elocuencia de su enseñanza, hasta nuestros días.

En su misión de comunicar a toda la humanidad el evangelio de Jesucristo, la Iglesia debe entender que lo primero, en la comunicación con el otro, es la capacidad del corazón que hace posible la “proximidad”, sin la cual no existe un verdadero encuentro comunicacional y, menos aún, espiritual: “Solo a partir de esta escucha respetuosa y compasiva se pueden encontrar los caminos de un genuino crecimiento, despertar el deseo del ideal cristiano, las ansias de responder plenamente al amor de Dios y el anhelo de desarrollar lo mejor que Dios ha sembrado en la propia vida.”[2]

Al conservar la alegría de comunicar el evangelio, decía Pablo VI: “Hagámoslo -como Juan el Bautista, como Pedro y Pablo, como los otros Apóstoles, como esa multitud de admirables evangelizadores que se han sucedido a lo largo de la historia de la Iglesia- con un ímpetu interior que nadie ni nada sea capaz de extinguir. Y ojalá que el mundo actual -que busca a veces con angustia, a veces con esperanza- pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio”, [3]  que comuniquen con el discernimiento, la seriedad, el respeto y la competencia este mensaje de esperanza para el mundo.

[1] Evangelii Gaudium, n.34

[2] Idem, n.171

[3] Pablo VI, Evangelii Nuntiandi, n.80

Last modified on Lunes, 13 Marzo 2023 16:50

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