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Juan Pablo II: el político de Dios

By Dr. Fernando F. Sánchez Campos Rector Universidad Católica de Costa Rica (UCAT) Marzo 02, 2023

Nunca olvidaré el día que vi al Papa Juan Pablo II por primera vez. Era marzo de 1983. Yo tenía nueve años. Junto a mis padres y hermanos, toda mi familia se reunió temprano a la vera del camino entre Heredia y San José para verlo pasar. Después de varias horas, dada la multitud que le esperaba en todo el recorrido, la caravana pasó frente a nosotros.

Ciertamente, tuvimos mucha suerte. La gente comenzó a cerrar la vía en busca de un lugar para tomar fotos. El papamóvil tuvo que bajar la velocidad, prácticamente se detuvo, y pasó casi pisándonos los pies. Entonces, tan solo separados por un cristal e irradiando un carisma extraordinario, Juan Pablo II me miró, me sonrió y me bendijo. Inmediatamente brotaron lágrimas. Ese momento quedará grabado en mi memoria por siempre. En cuestión de segundos el Papa había logrado hacerme sentir afortunado, seguro y bendecido.

Años después, al conocer testimonios similares, comprendí que este tipo de experiencias eran comunes. Karol Wojtyla tenía el don—propio de muchos santos—de hacer sentir especiales a quienes se le acercaban. Su capacidad para comunicarse y relacionarse con las personas a partir de una comprensión profunda de las motivaciones, los deseos y, sobre todo, las contradicciones del ser humano, fue una virtud que le permitió cambiar la historia. De hecho, Juan Pablo II fue un papa que elevó a niveles insospechados su liderazgo e influencia mundial al romper esquemas con total naturalidad, y así convertir supuestas contradicciones en bendición. Hay infinidad de ejemplos de esto. Señalo tres que me parecen especialmente significativos.

En primer lugar, demostró que “el pensar” y “el hacer” son virtudes que deben crecer juntas en la vida de todo ser humano. Por un lado, además de teólogo, filósofo, políglota y poeta, durante sus 26 años encabezando la Iglesia Católica el Santo Padre produjo—entre otros—14 Encíclicas, 15 Exhortaciones Apostólicas, 11 Constituciones Apostólicas, 44 Cartas Apostólicas, 5 libros y más de 20 mil discursos. En todos ellos, con magistral consistencia, resalta la fidelidad al Evangelio, y el valor y la dignidad de la persona humana.

Por otro lado, además de deportista y actor, Juan Pablo II fue el papa más viajero de la historia (visitó 133 países en sus 104 viajes pastorales internacionales, además de otras 146 visitas a lo interno de Italia). Igualmente, fue el Pontífice que ha compartido con mayor número de personas (celebró más de 1.000 audiencias generales semanales y recibió a más de 17 millones de fieles, entre los que se suman más de 500 jefes de Estado o de Gobierno), y el que ha proclamado más santos (482) y beatos (1.341) de todos los tiempos y de todos los orígenes.

En segundo lugar, a partir de potenciar similitudes y respetar diferencias, y de tener la sabiduría para considerar las dos versiones de todo conflicto, Juan Pablo II nos enseñó que con paciencia, humildad y tenacidad es posible la paz. El Papa fue un apóstol de la unión, un abanderado del ecumenismo. Así, tuvo acercamientos y lideró gestos históricos (su visita a la mezquita de Siria, a la sinagoga de Roma y su viaje a Israel fueron especialmente relevantes) con religiones tales como el Judaísmo, el Islam, el Budismo y, en general, con el Cristianismo, particularmente con los ortodoxos, los anglicanos y los luteranos, entre otros. Igualmente, se pronunció sin ambages y medió para apaciguar a gobiernos dictatoriales, buscar acercamientos en los conflictos de Medio Oriente, acabar con disputas en América Latina, conseguir auxilio para el drama africano, poner fin al comunismo y “humanizar” el capitalismo.

En tercer lugar, el Papa Juan Pablo II nos demostró que quien guía a los pueblos debe tener la capacidad de conciliar pasado y futuro al construir el presente. Más que un conservador o un liberal (calificativos que le molestaban), este gran Papa fue un “integrador” que se valió de sus dones y de los recursos que tuvo a la mano para sacar adelante la tarea que le fue encomendada por el Creador. Por un lado asumió posiciones—si se quiere—tradicionales en temas centrales como la ordenación de mujeres, el celibato sacerdotal, la sexualidad, la protección a la vida (aborto y eutanasia) y el fortalecimiento de la familia. Por otro, fue un Pontífice de avanzada en el respeto a la diversidad cultural, en el manejo de los medios de comunicación (en especial la televisión y el Internet), y en la difusión focalizada de su mensaje al dirigirse a grupos específicos de la Iglesia y la sociedad. En este sentido, se valió de la tecnología para “hablarle” magistral y directamente, entre otros, a los niños, los jóvenes, las mujeres, los ancianos, los matrimonios, las familias, los sacerdotes y los gobernantes.

Juan Pablo II no solo llevó a la humanidad de la mano hacia el tercer milenio, sino que en el proceso se convirtió en el gran arquitecto de la “civilización del amor”, por él tantas veces proclamada. Lo hizo, sobre todo, con su fortaleza espiritual. Siguiendo al Cardenal Julián Herranz (quien compartió con el Pontífice varios años y muchas experiencias), esta devino de “su record más importante”: incontables horas orando frente al tabernáculo. Su constante esperanza en el porvenir era un reflejo de su amor por la humanidad, que resultaba de su inquebrantable fe en Dios. Esta, sin duda, fue la que lo sostuvo cuando sus fuerzas físicas le abandonaron al final de su apostolado y, en palabras del Papa Emérito S.S. Benedicto XVI, “soporta los sufrimientos para completar en su vida terrena lo que aún falta a los padecimientos de Cristo”.

Como bien dice Valentina Alazraki, periodista que acompañó a Juan Pablo II en casi todos sus viajes: “Su santidad consistió en mostrarnos el rostro humano de Dios, en asumir una paternidad universal, en acercar el cielo a la Tierra, para que todos participáramos del misterio de la fe”. Así las cosas, su “veloz” beatificación y canonización (para alegría y bendición de todo nuestro país, intercediendo por la sanación milagrosa de una costarricense) no toma casi a nadie por sorpresa. Para muchos ya era santo mucho antes de su partida al regazo del Padre Eterno. Su capacidad para identificarse y comprender al ser humano hará de Juan Pablo II uno de los papas más importantes de la historia de la Iglesia y, además, le convirtió—en palabras de Mikhail Gorbachov—, “en el político más grande de la época contemporánea”.

Yo le recordaré siempre como el papa que me acompañó desde la niñez; el que con una mirada me regaló paz, con una sonrisa me brindó gozo, con una bendición me llenó de seguridad y con su ejemplo (perdonando de inmediato a quien atentó contra su vida y sin bajarse de su cruz en momentos de extremo dolor, siguiendo el ejemplo del mismo Jesús) me enseñó el misterio del liderazgo. Hay muchas maneras de caracterizar el apostolado de Juan Pablo II. Para mí fue, sobre todo, el gran político de Dios.

 

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