El miércoles 29 de mayo de 1895, santa Francisca Javier Cabrini, fundadora de las Misioneras del Sagrado Corazón, llegó a Limón para hacer una escala en su viaje hacia Panamá. Fue recibida por un tío del presidente de la República quien la invitó a ir a San José, como huésped de una hermana suya. La prohibición del gobierno de ingresar al centro del país, la hizo permanecer ahí.
Le ofrecieron hospedaje en el mejor hotel de la ciudad. Ocupó una habitación que, por un lado, daba vista al mar: “domina el ancho golfo y el ojo se adentra en la inmensidad del mar, solo interrumpido en algún punto por hermosos y verdes islotes o por gondoletas […] Algunas rocas, justo en frente del balcón, muestran continuamente olas brillantes que rugen como las cataratas del Niágara”. Por el otro lado: “dominamos un inmenso parque con quioscos y fuentes, ciertamente digno de una gran ciudad”. De la descripción se deduce que se trata del parque Vargas, construido ese mismo año. Luego dice: “disfrutamos del aire más puro y confortable que hubiéramos podido desear”.
Aunque se siente a gusto, sabe que tiene una misión que le apremia: “Nos gusta mucho, solo lamentamos estar aquí sin hacer nada, a tan solo dieciséis horas de nuestras hermanas en Panamá”. Fiel a su celo misionero, no desperdicia ocasión para entrar en contacto con los lugareños y dar un discreto testimonio del evangelio: “damos un paseíto para quedarnos aquí y allá con los negros, que con tanto gusto nos escuchan”.
El viernes participó en las actividades de cierre del mes mariano “en la iglesita del pueblo, celebrada con suficiente propiedad por el párroco, que es uno de los de la Misión de San Vicente de Paúl”.
No sabemos si la madre conversó con el sacerdote. Parece que sí, porque conoce la congregación a la que pertenece y lo identifica como el párroco del lugar. Aunque ella no nos dice su nombre, es probable que fuera el P. José Vicente Krautwig, párroco de Limón aquel año. Este alemán había llegado al país en 1877 y sirvió en varias misiones en Guanacaste, Puntarenas, San José y Talamanca.
La santa cuenta las actividades en que participó: “por la mañana, después de la Misa, se hizo la procesión en la Iglesia, cantando las letanías, y a las 3 de la tarde, después de unos cantos y un discurso del párroco lleno de unción y verdadera piedad, coronaron a la Virgen por medio de una niña vestida de blanco y toda engalanada; después de eso, las madres presentaron a todos sus hijos al altar para que el Padre los bendijera, luego cada niño presentó una flor a María”.
Llamaron la atención de la religiosa los atuendos festivos, especialmente de las mujeres, los cuales describe con detalle. Luego, a modo de resumen sobre las celebraciones, dice: “María Santísima se complació y pareció extender el manto celestial de su protección sobre aquella población, sosteniendo el genio de Dios que es ayudar y salvar a todos”.
Pese al disgusto causado por las autoridades civiles, la madre se llevó una grata impresión del pueblo. Le obsequiaron un boleto de tren que no pudo utilizar, pero dice: “lo guardo conmigo […] en señal de la exquisita bondad y generosidad de los costarricenses”.