Los entendidos explican que Lucas escribe su evangelio para comunidades con graves diferencias sociales y en donde el pobre es explotado por el rico. Entre esos pobres, muchos cristianos que, además son perseguidos. Lucas asegura que el Reino de Dios es para estos pobres. Mateo, en la primera bienaventuranza, se refiere a los pobres “de espíritu”, atendiendo más a lo interior, lo personal, lo propio de una pobreza no necesariamente impuesta, sino elegida, que por su condición es capaz de acelerar la llegada a ellos del Reino.
A propósito, en un texto del profeta Sofonías, se invita a los “pobres de la tierra” a buscar al Señor, la justicia y la humildad (Sof 2,3). A la luz de este texto comprendemos mejor que el comportamiento espiritual exigido por Mateo a sus pobres consiste en abandonarse a Dios y solamente a Él. En ese sentido, el “pobre de espíritu” es verdaderamente el que no confía en seguridades humanas.
Por lo mismo cuando emprende el camino de salvación que se le anuncia, la acepta y vive en espera vigilante y activa. Haciendo lo que ha de hacer para superar la pobreza material, entiende que el Reino viene verdaderamente sólo para aquel que añade la pobreza espiritual a su propia condición humana.
Así, pues, en resumen, dar preferencia a los pobres de Jesús, de acuerdo a su ejemplo y enseñanza. Y, al mismo tiempo también, seguirlo en su condición de “pobre de Yahveh”, según Isaías. Una cosa no quita la otra. Se complementan. Ahora lo que resta, después de comprender mejor las cosas, es vivir el espíritu de las bienaventuranzas en esa doble dirección: ser pobre y atender a los demás pobres, dentro del Reino que Jesús está ya instaurando entre nosotros.
Prosigo otro día, Dios mediante.