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¿Ansiedad?

By P. Charbel El Alam - Orden Maronita Libanesa Noviembre 10, 2022

“Porque Yo sé muy bien lo que haré por ustedes; les quiero dar paz y no desgracia y un porvenir lleno de esperanza, palabra del Señor” (Jeremías 29, 11)

Imagino yo que no existe un solo ser humano al que estas palabras, pronunciadas por el mismo Dios a Jeremías, le sean irrelevantes y no le provoquen más que felicidad, tranquilidad y confort.  

Descubrir que Aquel Todopoderoso, único dueño de los acontecimientos, tiene ya en su agenda planes divinos para mí, con un fin exclusivo de bienestar para el futuro; es evidentemente una garantía para transitar nuestra travesía personal en paz, aún en medio de cualquier circunstancia. La gracia de vivir tranquilos nace de la certeza de que Dios creó, sustenta y gobierna al mundo, según su voluntad y amor sin fin.

Esta invitación a la confianza en el amor indefectible de Dios se nos presenta de igual manera en el pasaje sugestivo del evangelio de Mateo: “Por eso os digo: No andéis preocupados por vuestra vida, qué comeréis, ni por vuestro cuerpo, con qué os vestiréis. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo: no siembran, ni cosechan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellas?”. (Mt 6, 25-26)

Siendo, así las cosas, ¿por qué razón es que eliges subestimar a Dios?, ¿qué te hace empoderar a los problemas?, ¿para qué das cabida a la ansiedad?

Contaba esta anécdota el Papa Juan Pablo I, llamado el papa de la eterna sonrisa: “En una ocasión un hombre fue a comprar un automóvil. El vendedor le hizo notar algunas cosas: - “Mire que el coche posee condiciones excelentes, trátelo bien. ¿Sabe?, requerirá gasolina “súper” en el tanque, y para el motor, sólo aceite del fino.”

El comprador le replicó: - “¡No, no, no! Para que sepa, le diré que de la gasolina no soporto ni el olor, y menos del aceite. Yo en el depósito pondré champagne, que me gusta tanto, y el motor lo untaré con mermelada. El empleado automotriz atónito le advirtió: - “Haga Ud. como le parezca, pero no venga a lamentarse si termina con el coche en un barranco”.

El Señor ha hecho algo parecido con nosotros: nos ha dado la existencia, un asombroso cuerpo, animado de un alma inteligente, y dirigido por una voluntad libre. Y nos ha dicho: - “Esta máquina es buena, pero trátala bien”.

El libre albedrío es la facultad que Dios le donó al ser humano para tomar sus propias decisiones, e implica entonces, que se convierte en el responsable de sus acciones y las consecuencias derivadas de ellas.

Dios nos ha dado el honor de elegir de qué manera enfrentamos la vida y dónde pasaremos la eternidad. ¡Cuidado con darle la superioridad a tus problemas y pruebas!, ¡Cuidado con ahogarse en un vaso de agua y pensar que no hay más esperanza! Cada mentira que desee anidar en la mente tiene que ser reemplazada por una verdad.

La ansiedad, la preocupación y las tensiones provienen del estado caído, y nadie tiene idea del enorme impacto destructivo que causan: “La angustia pesa en el corazón del hombre y te va encorvando el alma” (Prov 12, 25)

Mientras los regalos de Dios derraman luz en el corazón de las personas, el enemigo procura afligir tu espíritu y desanimarte, haciendo que únicamente fijes la vista en los afanes, y apartes tu mirada del Trono de la Gracia, que es de donde provienen la misericordia y la bondad. (cf. Hebreos 4, 16).

Cuanto mayor es la carga, mayor es la gracia que recibimos para llevarla. “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y Yo os daré descanso. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera” (Mateo 11, 28, 30).

Es vital que, en tu oración personal, en la meditación del Santo Rosario, en las Eucaristías y las visitas al Sagrario, le digas a Jesús cuánto te cuestan las pruebas y pedirle que aumente tu fe y confianza. Al Señor le encanta escuchar nuestras palabras, Él las atiende, las comprende y lo conmueven.

Pasar tiempo a solas en su presencia, aunque sean pequeños ratos cada día, hará que el Espíritu Santo alivie la presión y levante el peso de tus hombros. Se te aclararán los pensamientos, se renovará tu espíritu, se refrescarán las perspectivas y las fuerzas.  Nos lo aconsejaba San Pablo: “No os inquietéis por cosa alguna; antes bien, en toda ocasión, presentad a Dios vuestras peticiones, mediante la oración y la súplica, acompañadas de la acción de gracias” (Filipenses 4, 6).

De la misma manera, Isaías resaltando la grandeza del Señor, nos exhortaba a ser agradecidos: “Den gracias e invoquen al Señor, cuenten a las naciones las cosas que ha hecho, recuérdenles que Él está por encima de todo. Canten al Señor, porque ha hecho algo grandioso que debe conocerse en toda la tierra” (Isaías 12, 4-5).

Así como en el pasado el Señor se mostró grande en la Creación, en la concepción de Isaac durante la vejez de Abrahán y Sara, en el éxodo y liberación del pueblo de Israel, en el plan de redención a través de su Unigénito Hijo; así nuevamente dirá una palabra a favor de nosotros sus hijos.  

Les dejo con este tesoro traído desde el cielo al Tepeyac, por Nuestra Madre de Guadalupe, quien tiernamente nos anima y fortalece a mantenernos en la seguridad y en la confianza: “¿Acaso no estoy yo aquí que tengo el honor de ser tu madre? ¿Acaso no estás bajo mi sombra, bajo mi amparo? ¿Acaso no soy yo la fuente de tu alegría?”.

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