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“El Espíritu Santo y… nosotros”

By Mons. Vittorino Girardi Stellin Julio 22, 2022

Hace 155 años, el 1° de junio de 1867, nuestro Fundador, San Daniel Comboni, entonces joven sacerdote de 36 años, dio comienzo a la Familia Misionera para África, y que actualmente lleva su nombre, los Misioneros Combonianos; y en el pasado 1° de junio se inauguró en Roma nuestro 19 Capítulo General.

No cabe duda, en la historia de nuestra Congregación misionera, después del período fundacional, los Capítulos Generales han sido los momentos más densos de sentido y de peso histórico en nuestro caminar, que Comboni quería al servicio amoroso de los “más pobres y abandonados”.

Un Capítulo General es ante todo un acontecimiento eclesial. No es nunca un acontecimiento privado, aunque se celebre sin publicidad alguna. Afecta de manera muy real a toda la Iglesia y, no solo a los religiosos y comunidades de la Congregación que lo celebra. Y es que las órdenes y congregaciones que el Espíritu Santo, con la mediación de los Fundadores, ha ido suscitando en la Iglesia, son como su “brazos” con que ella abraza a la humanidad para ofrecerle los dones con que Jesús la ha enriquecido y la ha enviado al mundo, después de haberle asegurado su permanente presencia.

De ahí que todo Capítulo General debe celebrarse con viva conciencia eclesial; todos los miembros del Capítulo, que representan a toda la propia Congregación, deben sentirse Iglesia (Asamblea) en actitud de sincera fidelidad y de amoroso servicio a la misma y de valiente disponibilidad y respuesta a sus urgencias y necesidades.

En el caso de nosotros, combonianos y, entonces, de nuestro Capítulo General, debe tener conciencia de que está llamado a ser la expresión de un renovado e incondicional compromiso de fidelidad a lo que los Evangelistas expresaban de la “conciencia” de Jesús, cuando le referían esas afirmaciones: “El celo de tu casa me devora” (Jn 2, 17) y “fuego vine a traer al mundo y ¿qué quiero, sino, que se encienda?” (Lc 12, 49). Son  afirmaciones cuyo sentido Cristo quiso transmitir a los suyos diciéndoles: “Como el Padre me ha enviado, así les envío yo” (Jn 20, 21) y “vayan por todo el mundo, hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19).

Con la conocida expresión de nuestro Papa Francisco, un Capítulo General debe evitar toda tentación de “auto referencialidad” gastando tiempo y energías en largos análisis, en estadísticas, en estériles lamentaciones acerca de lo que no somos y de lo que no hemos hecho… Obviamente, un Capítulo General, también debe “tomar el pulso” a la propia Familia, pero sólo en la medida en que le sirva para dar un renovado impulso, en fidelidad al “carisma fundacional”, que equivale a decir, “en fidelidad a Comboni”, al por qué y al para qué el Espíritu Santo nos ha hecho nacer en la Iglesia.

 

Un acontecimiento eclesial

 

El Capítulo General es acontecimiento eclesial, cuanto más es un acontecimiento congregacional, es decir, cuanto más la entera Congregación “está presente” en la Sala Capitular… Y hay varios modos con que puede hacerse presente, como son las encuestas y cuestionarios a que todos los combonianos hemos sido invitados a responder. Otro modo, sin duda menos constatable, pero de mayor importancia, es el “sentido de pertenencia” que debe ser propio de cada uno de nosotros y, por el cual, nos sentimos en “responsable comunión” con los delegados al Capítulo, que nos representan a todos. ¡El Capítulo no es de ellos, es de toda la Congregación!

La voluntad de verdadera corresponsabilidad, se ha hecho realidad y de un modo especial y particularmente valioso, con la oración con que todos, durante meses, hemos acompañado la preparación y ahora la realización del nuestro 19 Capítulo General. Con ella nos hemos dirigido al Dios de la vida y de la historia, por intercesión de María, primera discípula y Reina de las Misiones, y de San Daniel Comboni, suplicándole: “Danos ojos para ver el mundo como los ves tú, danos oídos para escuchar como tú escuchas; danos un corazón para amar como tú amas; danos un espíritu de discernimiento para conocer, recibir y cumplir tu voluntad con coraje, lealtad, humildad y confianza en ti que eres Amor.

Espíritu Santo, que nos inspiras consagrarnos totalmente a la Misión y a hacer causa común con los más pobres y necesitados, mira con benevolencia a tus hijos que están celebrando nuestros Décimo noveno Capítulo General”.

Un Capítulo debe ser también un volver allá en donde tomó fuerza y arrancó la salida misionera y evangelizadora, a saber, al Cenáculo, “en donde los discípulos perseveraban en oración con María, la madre de Jesús” (Hch 1, 14). Y Comboni sueña con su naciente Instituto Misionero para África que sea como un “pequeño cenáculo de apóstoles que, con los rayos que de él se irradian, manifieste su verdadera naturaleza”.

 

Docilidad y disponibilidad

 

Si nuestro Capítulo General es un volver al Cenáculo y, entonces, a la fuerte experiencia de la comunión, de la escucha, del lavatorio de los pies, de la Eucaristía, del mandamiento del amor… no olvida que el Cenáculo es también, realística y dolorosamente, el lugar de la mezquina discusión acerca de quién ocupa el primer lugar; es también el lugar de la revelación de la identidad del traidor y de la profecía de que todos le hubieran abandonado al Señor… El Capítulo, entonces es también, un prolongado trabajo de discernimiento de la voluntad de Dios, para evitar que se introduzcan, en la vida de la Congregación, criterios no evangélicos, sino, “mundanos”… Y de ahí que si nosotros desde afuera, acompañamos a nuestros capitulares con la oración, la fraterna simpatía y nuestra gratitud, a ellos les corresponde una actitud interior de humilde docilidad y de disponibilidad para descubrir y aceptar la voluntad de Dios, que siempre implica “conversión”. Y, entonces, “sorpresas”. Implica ir contra corriente; exige aceptar y vivir la lógica de las Bienaventuranzas y aceptar que Cristo, quien las pronunció, fue juzgado “loco”, o peor aún “endemoniado” (cfr. Mc 3, 20-22).

Con otras palabras, el Capítulo General está llamado a ser “lugar de la profecía” para anunciar y proponer a toda la Congregación el “proyecto” de Dios para los años venideros, en sintonía con el carisma fundacional. Se trata de lograr el “milagro” para que vuelva a hablarnos nuestro Fundador y para hacerlo así, nuestro “contemporáneo”, como él lo supo ser en su tiempo y con su grito de guerra, “si tuviera mil vidas, todas las entregaría por los más pobres”, consciente de que la forma de pobreza más extrema, es la de no conocer a Jesús, Camino, Verdad y Vida.

En aquel que es considerado el Concilio de Jerusalén, en que se trató todo lo referente a la admisión de los no judíos a la naciente Iglesia (cfr. Hch 15, 1-29), tuvieron lugar “largas discusiones” (15, 7) y prolongadas intervenciones de Pedro, Santiago y de otros, pero todos sabían que no estaban solos. Entre ellos y con ellos, estaba el Espíritu que Cristo había prometido; estaba el Maestro y Consolador que les llevaría a conocer toda la verdad (cfr. Jn 16, 13). Y es por eso que pudieron encabezar las conclusiones para la Iglesia de Antioquía, con la conocida afirmación: “El Espíritu Santo y nosotros hemos tenido a bien…” (Hch 15, 28).

Con eso, soñamos todos los combonianos, a saber, que los próximos Documentos capitulares que nuestros delegados y nuevos Superiores nos “envíen”, sean ante todo “frutos” de la acción e inspiración del Espíritu Santo. ¡Sólo si Él nos guía podremos ser auténticos Misioneros Combonianos!

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