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La Pascua, el gran signo para nuestro tiempo

By Mons. Bartolomé Buigues O. / Obispo de Alajuela Abril 20, 2022

El gozo pleno de la Vida en Cristo rebose en ustedes.

La mañana de pascua, antes del amanecer, iban las mujeres al sepulcro donde depositaron el cuerpo de Jesús. No habían creído todavía en su resurrección, por eso, iban a embalsamar su cadáver. El cuestionamiento de los ángeles, les abre a la fe: ¿por qué buscan entre los muertos al que vive? La resurrección es la clave que les faltaba para hacer coherentes sus anteriores experiencias de discípulos. 

Es la pregunta que resuena hoy entre nosotros como Iglesia particular que peregrina en Alajuela, en este proceso de Discernimiento en el que nos encontramos. Contemplamos los Signos de los Tiempos, que nos interpelan hoy a descubrir la presencia de Dios, inspirándonos cómo encarnar y comunicar el Evangelio. Tenemos claro que, el gran Signo de todos los tiempos, porque se da en la eternidad de Dios, y que acontece hoy entre nosotros, es el misterio pascual de Cristo. Desentrañemos algunos de sus significados:

 

  • Solo el amor, la misericordia, es capaz de redimir el mal. El Padre escogió el camino del amor, de la misericordia, expresada en el culmen de la cruz de Cristo, para sanarnos de las heridas del mal, para liberarnos de sus esclavitudes. Solo la misericordia es capaz de neutralizar la fuerza deshumanizadora y disgregadora del mal y restablecernos en nuestra dignidad de personas, en nuestra cordialidad de hermanos.

 

El egocentrismo, el orgullo, la auto suficiencia, la prepotencia, causan amargura y muerte. Utilizan para sus fines la discriminación, la exclusión de los que no sirven, la violencia que genera más heridas y resentimientos, la intransigencia que origina odio irreconciliable. Claro ejemplo ahora es la guerra en Ucrania, el ambiente de inseguridad y violencia en nuestra sociedad, las carencias en salud mental, trastornos, depresiones...

 

  • La vida emerge de la entrega, de la ofrenda amorosa de la propia vida. Fue la ofrenda amorosa de Jesús al Padre, entregando su vida por nosotros hasta la muerte en cruz, lo que nos trajo la vida. Fue Jesús, como el grano de trigo que cae en tierra y muere para dar fruto. Porque entregó su vida, la ganó en abundancia para todos.

 

Esta lógica evangélica es cuestionada en nuestra sociedad, en donde, para ganar la vida, hay que buscar únicamente para sí, insensible a las carencias de los demás que llegan a ser “descartables”. Situaciones como la trata de personas que se lucra con la esclavitud de los sometidos. O el narcotráfico que se enriquece con el sufrimiento y la muerte de los que entran en su trama. La corrupción que busca el enriquecimiento fácil, aun ilícito, generando pobreza y deshumanización. Todo tipo de abusos…

 

  • La dinámica de la mesa compartida que genera vinculación en un proyecto de servicio a la medida de Cristo, es el icono de una sociedad nueva. Cuando Jesús quiso despedirse de los suyos y celebrar anticipadamente la pascua, lo hizo en torno a una mesa, a una cena fraterna. Su dinámica circular que genera fraternidad, eso sí, en torno a Jesús, su inmediatez en el compartir los alimentos y vivencias personales, su disponibilidad al servicio humilde y generoso, su perspectiva de afianzar las convicciones evangélicas, la pertenencia mutua a la comunidad… la convierten en icono para construir nuestra sociedad desde la alternativa del Reinado de Dios.

 

Es el encuentro, la disponibilidad para dialogar y compartir, para expresar la solidaridad con los necesitados, la ofrenda de un servicio humilde que busque verdaderamente el bien común, lo que puede construir una sociedad habitable para todos. De lo contrario, son los poderes fácticos e ideológicos que quieren imponer su visión del mundo, y los intereses grupales egocéntricos los que manipulan, haciendo la sociedad notoriamente desigual, inequitativa, que privilegia a unos pocos y margina a muchos, y provoca conflicto y amargura, un ambiente invivible. La destrucción de la Casa Común para el enriquecimiento de unos pocos, comprometiendo el futuro de la humanidad…

 

  • Nuestro Dios es el que está empeñado en dignificar nuestra humanidad, en que vivamos en plenitud, en salvarnos. El Padre de Jesús es el Dios que nos ha pensado siempre en el ámbito de su Amor y que, ante el pecado, no nos ha abandonado a la muerte, sino que, en una larga historia de salvación, culminada en la pascua de Cristo, nos ha rescatado en nuestra dignidad de hijos suyos. Respetando nuestra libertad, la autonomía de todo lo creado, no libró a Jesús de la cruz, pero sí estuvo junto a Él en todo este trance. Y no lo dejó en la muerte, lo levantó para regalarnos, en Él, vida abundante.

 

Muchos experimentan el escándalo de la cruz cuestionándose por el papel del Padre, aparentemente impasible ante la muerte de Jesús, hasta el punto de prescindir de Él y abandonar la fe. Sin embargo, el Padre de Jesús, es el Dios volcado en recuperar y restaurar nuestra humanidad, el que nos ensalza a la más alta dignidad de sus hijos, el que, liberándonos del mal, nos hace plenamente libres, y, amándonos hasta el extremo, nos redima y nos salva. La fe en ese Dios es lo que más nos humaniza y ensalza como personas y como hermanos, en la Casa Común que nos ha regalado.

Qué consolador ver que, esas mismas situaciones de muerte que he nombrado, hacen emerger corrientes de vida, de solidaridad, de esperanza. La guerra ha suscitado una sensibilidad especial para trabajar por la paz y el entendimiento, las heridas personales y sociales suscitan cadenas de compasión que van sanando, se levanta fuerte la voz contra la corrupción y se busca cómo reducir la pobreza, es posible reemprender el diálogo en clave de solidaridad para eliminar privilegios y ampliar la equidad. Tenemos una ocasión ahora, comprometiéndonos en esta nueva presidencia de nuestro país.

Los apóstoles y las primeras comunidades cristianas, desde la experiencia de la pascua, proclaman el kerigma, la belleza del amor salvífico de Dios manifestado en Jesucristo muerto y resucitado, camino de salvación para los que creemos en Él. Eso mismo estamos llamados nosotros a proclamar hoy desde la dimensión misionera de nuestra fe, como miembros de una iglesia sinodal y misionera, en salida para comunicar esa Buena Noticia.

María, que acompañó a Jesús hasta la cruz y colaboró especialmente en su Redención, sabe percibir, en el dolor de la cruz, un misterio que está por realizarse. Como mujer de fe, espera el mañana de Dios que se cumple al alba de la Pascua, la resurrección de Cristo. Ella, con el testimonio que nos regala desde el Pilar, junto a su esposo San José, nos hagan testigos de la resurrección para alumbrar la esperanza de la humanidad.

 

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