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El papel de los creyentes

By Mons. José Manuel Garita H. Julio 12, 2021

“Los que por la fe y el Bautismo pertenecen a Cristo deben confesar su fe bautismal delante de los hombres”, nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica en su número 14.

Como he dicho en otras oportunidades, la fe no es algo para esconder en lo privado, pues la fe es una experiencia viva que nos impulsa y nos anima a compartir con otros el acontecimiento de Jesucristo, muerto y resucitado, que se entregó por nosotros para darnos la salvación.

Decía en mi II Carta Pastoral, “Dichosos los que crean sin haber visto”, en el número 16: “Los valores de la fe deben impregnar el corazón y la mente de todos los bautizados. Solamente así sus palabras y sus obras serán creíbles, dignas de fe, coherentes y capaces de cuestionar los actuales paradigmas de la identidad de la persona”.

No se entiende un católico que no esté en verdadera comunión con la Iglesia y con su enseñanza. Lamentablemente, no son pocos los llamados católicos que practican o predican cosas contrarias al Magisterio. “Todos los fieles laicos deben dedicar a la Iglesia parte de su tiempo, viviendo con coherencia la propia fe”, decía San Juan Pablo II en Redemptoris Missio, número 74.

Cuando corrientes e ideologías del mundo nos mueven a apagar o esconder la fe, o a vivirla solo en el ámbito de lo privado, debemos recordar que podemos y debemos vivirla y profesarla en el ámbito público, no solo por la convicción de nuestras creencias, sino porque se trata de un derecho humano fundamental en virtud de la libertad religiosa.

Decía el Papa Francisco en Fratelli tutti, número 85: “la fe colma de motivaciones inauditas el reconocimiento del otro, porque quien cree puede llegar a reconocer

que Dios ama a cada ser humano con un amor infinito y que con ello le confiere una dignidad infinita. A esto se agrega que creemos que Cristo derramó su sangre por todos y cada uno, por lo cual nadie queda fuera de su amor universal”.

Si nos consideramos testigos de esto que expresa el Santo Padre, podríamos hacer grandes contribuciones a la sociedad, en el respeto a la dignidad humana, en la búsqueda del bien común, en la práctica del amor solidario como lo realizaron los primeros cristianos que se reconocían por sus gestos y desprendimiento, porque se mantenían unidos y testigos de su fe (cfr. Hechos 2, 44-47).

Tener esa correspondencia entre lo que creemos y lo que hacemos es lo que nos permitirá mostrarnos como testigos verdaderos del amor de Jesucristo; nos permitirá mostrar la Iglesia que él edificó, en la cual, nosotros, como sus miembros, estamos llamados a predicar la Buena Noticia con palabras y con obras.

Nosotros, los católicos, no creemos en algo, creemos en alguien, ese alguien es Jesucristo, a quien confesamos como nuestro Señor y Salvador. Como lo expresó el Papa Benedicto XVI: “Hemos creído en el amor de Dios: así puede expresar el cristiano la opción fundamental de su vida. No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva” (Encíclica Dios es amor, número 1).

Que el Dios de la vida nos ayude a ser valientes, decididos y coherentes en la vivencia y testimonio de nuestra fe; que podamos manifestar la opción por el Evangelio y seamos verdaderos testigos de la enseñanza salvífica que hemos recibido desde el momento del Bautismo.

 

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