El Padre Nacho nació en Bogotá, Colombia, un 8 de setiembre de 1935, a los 8 años sus papás decidieron encomendar su educación a los salesianos. Con ellos recibió una formación llena de alegría, entusiasmo y gusto por diferentes disciplinas académicas y artísticas.
Allí también fue creciendo en la fe y pasó al Seminario Menor Salesiano. Hizo estudios en la Universidad Salesiana de Turín. Se ordenó sacerdote y comenzó su misión. Como dato curioso, hace 11 años terminó su doctorado en la Universidad Bolivariana de Medellín, allí tuvo como compañero a Mons. Mario Quirós, Obispo de Cartago.
A finales de la década de 1970, con permiso de sus superiores, tuvo lugar el primer Campamento Misionero Juvenil. Lo había marcado mucho el documento emanado de la Conferencia de Puebla, celebrada en 1979, presidida por el Papa Juan Pablo II y que contó con la presencia de los obispos latinoamericanos.
Ese documento hacía un llamado urgente por evangelizar a la juventud y a las personas en condición de pobreza, dos poblaciones con las que el Padre Nacho amaba trabajar. Al sacerdote se le vinieron a la mente las palabras del filósofo Ortega y Gasset: “Yo soy yo y mi circunstancia, si no la salvo a ella no me salvo yo”.
Luego, la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II, Gadium et Spes (Alegría y Esperanza) lo había impresionado mucho, precisamente ese texto habla de la Iglesia en diálogo con el mundo y también le daría el nombre a la Comunidad.
Todo esto sirvió de inspiración para pensar en una propuesta para evangelizar a los jóvenes, pero no en un salón parroquial, en las aulas de una escuela o un colegio, sino que los propios jóvenes fueran a un barrio popular a evangelizar.
Participaban 100, 200, 300 y hasta 500 jóvenes misioneros, quienes pasaban un mes entero conviviendo con los hermanos de esos barrios humildes. Un ejército de chicos entre los 15 y 22 años, vestidos con una gorra y una camiseta distintiva llevaban alegría y esperanza.
En los inicios, el Padre Nacho junto a otros hacían una investigación previa para buscar un sitio donde los misioneros se pudieran instalar y llevar a cabo actividades, solía ser un centro educativo, un gimnasio o un salón de la comunidad. Hasta que un día, camino a uno de los pueblos vieron un circo.
¡Qué útil sería tener una carpa de circo como esas para hacer los campamentos! Pensaron. De pronto se les encendió el bombillo. Fueron a preguntarle al dueño del Circo Acrobático Internacional si les alquilaba la carpa, el hombre accedió.
Desde entonces se convertiría en un símbolo. Bajo esa carpa iban a suceder cosas maravillosas. Allí los pequeños reían con las sorpresas y espectáculos que realizaban los misioneros, shows de magia, proyecciones de cine, presentaciones de danza, recreación… pero también momentos de oración, cantos de alabanza y la celebración de la Santa Misa.
Bajo esa carpa se celebraron bautizos de pequeños que aun no lo había recibido, confirmas y hasta matrimonios.
“Una carpa es una iglesia que camina”
Era una novedad, se trata de una iglesia trashumante, dice el Padre, una iglesia caminante, una iglesia que no se queda en el mismo sitio a esperar a que vengan a buscarla, sino que va a buscar a sus ovejas. “Una carpa de circo es de repente una iglesia que camina”, comentó.
El cura recuerda con cariño a aquel niño que le decía a su papá: “Papá, mira, el circo se volvió iglesia”. En 40 años ha habido Campamentos Misioneros Juveniles en Venezuela, Colombia, Nicaragua y Costa Rica.
En Costa Rica, la Comunidad Alegría y Esperanza aun no han contado con los medios para adquirir una carpa de circo, aunque siempre han encontrado alternativas, pues nunca ha faltado quien les preste unas instalaciones.
En los campamentos, los jóvenes pasan semanas en una comunidad, llevan a cabo actividades de catequesis con niños, visitas casa por casa a las familias, labores sociales, como pintar el colegio, limpiar la casa de una viejita, lavar la ropa de un viejito. El Padre incluso recuerda que los muchachos y muchachas llegaron a construir unas 50 letrinas.
Los miércoles suele tener lugar una noche de talentos, con diferentes espectáculos. Por supuesto, también se organiza de manera solemne una procesión con el Santísimo por el barrio y se celebra la Eucaristía, usualmente presidida por el párroco o el obispo.
El Padre Nacho recuerda aquellas veces cuando los muchachos iban a recoger basura y luego iban a dejarla a un botadero, allí podían ver a niños pobres buscando comida o juguetes entre los desechos o disputas de adultos que peleaban por alguna cosa que encontraran. “Ellos (los jóvenes) llegaban cambiadísimos ¿¡qué sermón más que ese!? No sabían de esas cosas y allí las pudieron ver con sus propios ojos”, contó.
Así, se han sembrado semillas que han crecido y dado como fruto vocaciones misioneras, ya sean consagradas o laicas, varones o mujeres dispuestos a servir a Dios y a los hermanos.
En 2005 el Padre Nacho una noche sintió unas molestias pequeñas, sin embargo, había tenido un ataque cardíaco, lo supo hasta el día siguiente. Tuvo una operación a corazón abierto, por lo que sus médicos le recomendaron residir a menor altura, su pueblo en Bogotá está a 2600 m de altura, por lo que le recomendaron buscar un lugar con menor altitud, una serie de acontecimientos lo llevaron hasta Guanacaste, donde reside actualmente con una pequeña Comunidad Misionera Alegría y Esperanza.