En su homilía, Monseñor Fernández reconoció la alegría que embarga a toda la diócesis por esta ordenación, y a la luz de las lecturas proclamadas, recordó la historia de San Pablo, lo que era en el pasado, el momento extraordinario que lo transformó y lo que siguió a partir de ahí hasta su martirio.
San Pablo pasó de ser un perseguidor a muerte de la vida cristiana, y camino a Damasco, precisamente para buscar cristianos y traerlos a Jerusalén para que fueran castigados, cuenta que una luz resplandeciente lo lanzó al suelo y oyó la voz de Dios que le preguntó por qué lo perseguía, se reveló como el Señor Jesús y lo mandó a Damasco para saber lo que debía de hacer.
"Ricardo, que en este día que estás recibiendo tu ordenación sacerdotal, que esta luz nunca la dejes de ver, y que Dios te envuelva en tu vida de sacerdote en esta luz intensa y resplandeciente", le dijo Monseñor. "Podemos pensar que esa luz equivale a la misericordia de Dios Padre, al amor benevolente de Dios Padre, Dios es eso, Dios es así, él es esa luz esplendente que si nos toca nos transforma por completo", manifestó. "Podemos pensar también que esa luz es la caridad pastoral y redentora de Cristo crucificado y resucitado, es la gracia del Espíritu Santo transformante que nos santifica en la santidad de Cristo", agregó, solicitando al nuevo sacerdote esforzarse por nunca acostumbrarse a esa luz.
Monseñor explicó que todos en la Iglesia necesitamos que Dios nos envuelva en su amor y que nos permita tener los ojos limpios para ver ese amor y dejarnos transformar por Él. "Pablo pasó su momento difícil, de caer al suelo después de sentirse un gigante, sentir que era una nada, porque era soberbio, y en el suelo escucha la voz que le ofrece un despertar, un camino nuevo y que sea humilde para que alguien de la Iglesia que perseguía le ayude a entender qué es lo que le está pasando".
Tras la homilía, la celebración continuó con todos los ritos previstos, entre ellos el rezo de las letanías de los santos y postración del diácono, imposición de manos y oración consecratoria, unción de sus manos, entrega del cáliz y presentación al pueblo, momentos que fueron vividos con intensidad por los presentes y por el propio Ricardo.
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