Monserrat Carbonell Ramírez, vecina de San Pedro de Montes de Oca, acostumbra hacer Adoración Eucarística. “No concibo mi vida sin la presencia del Santísimo, desde las cosas más simples, hasta la más complejas”, afirma.
A veces solo siente necesidad de hablarle al Señor, contarle algo, preguntarle, hacerle una consulta, pedirle ayuda para tomar una decisión e incluso para cuestiones específicas, como enviar un mensaje de texto sobre un tema delicado a una persona o compartir una canción.
Cuando recibió el diagnóstico de esclerosis múltiple sintió que su vida se derrumbaba. Tenía grandes proyectos y sueños. Era una docente de Educación Especial que estaba apunto de emprender un proyecto de mucho crecimiento a nivel profesional.
No obstante, pasó de ser una mujer independiente, con grandes aspiraciones, a prácticamente perder su propia autonomía. Cuando él especialista la vio, ya estaba en silla de ruedas. El diagnóstico era que posiblemente no volvería a caminar.
Tuvo que someterse a quimioterapia. En la primera sesión, recuerda que la acostaron en una cama y podía ver un cuadro del Sagrado Corazón de Jesús. Si antes de esto, sentía rechazo por la fe, en ese momento estaba todavía más enojada con Dios.
Sin embargo, miraba aquella imagen del Sagrado Corazón y sentía una mirada humana, acogedora. Monserrat tiene muy presente aún aquella mirada. En ese instante, llegó una Ministra Extraordinaria de la Comunión y ella pidió comulgar, después de muchos años. Aquello marcó un antes y un después.
Comenzó a conectar con lo que su mamá le había enseñado de pequeña, empezó a leer el evangelio y a conmoverse con ciertos pasajes. Por entonces, escuchó de la visita del Padre Patricio Hileman, misionero de la Adoración Perpetua, a la Parroquia de San Pedro, y quiso asistir.
Unos días antes, su mamá la llevó a la Capilla de Adoración Perpetua. Dada su condición, para ir tenía que levantarse a las 3:30 a.m. Cuando entró, experimentó de manera clara y contundente, que en la hostia consagrada había una persona.
“Eso me derrumbó, porque sentí una presencia que nunca había sentido antes, me sentí muy querida, eso me desarmó la parte emocional, pero me reconfortó mucho”, compartió Monserrat con Eco Católico. Desde entonces se convirtió en adoradora.
Días después asistió a la charla del Padre Hileman. Debido a su enfermedad, asistir implicaba toda una logística, sin embargo allí estuvo. Escuchaba sobre los testimonios de otras personas y comparaba esas vivencias con la suya.
“Hablo con usted como hablo delante de Él, por supuesto que con el respeto de saber que quien está ahí es Dios, pero en mi caso -porque cada experiencia es diferente- ha sido muy acentuada la cercanía personal”, explicó la mujer de 42 años.
Pasó de aborrecer el Sacramento de la Reconciliación como acto humano, a comprender la gracia y el valor de que alguien (el sacerdote) pudiera perdonar en Nombre de Él. Y comenzó un proceso de sanación de heridas que cargaba y aún carga.
Monserrat dice que cuenta su testimonio como cuenta la historia de un milagro eucarístico. “En estos siete años de vivir esta experiencia, todo en mi vida ha sido mediado por el Santísimo Sacramento, de ahí fui a los otros sacramentos”, comentó.
Y continúa: “Lo recomiendo para las personas que por alguna razón no pueden comulgar sacramentalmente, para el que cree y el que no, solo con llegar pasa algo, algo se lleva la persona (...) cinco minutos o tres horas, es increíble la riqueza que uno encuentra”.
Aunque parezca irracional, afirma que si tuviera que escoger entre su vida antes y la de después de la esclerosis, escogería la segunda. “Es una enfermedad degenerativa, usted puede no encontrar sentido a eso, pero Dios vino a darme vida, a darle sentido y a sanar heridas con otros proyectos”, contó.
Monserrat pasó de tener un diagnóstico poco alentador a volver a trabajar y emprender nuevos retos. A pesar de las dificultades de su condición de salud, recuerda la cita bíblica: “Te basta mi gracia; mi mayor fuerza se manifiesta en la debilidad”. Mejor, pues, me preciaré de mis debilidades, para que me cubra la fuerza de Cristo” (2 Cor. 12, 9).