A veces las personas confunden castidad con la abstinencia, es decir, no tener relaciones sexuales. No obstante, la castidad se refiere a vivir la sexualidad -don de Dios- de manera ordenada, de acuerdo al plan del Señor.
Antes de abordar el tema, sería útil evitar pensar en “prohibición” u “obligación”. Lo que se busca es el bien y la felicidad del ser humano, para lo cual se necesita la gracia de Dios.
Libertad humana
Se trata, básicamente, de aprender a dominar el cuerpo y sus impulsos, en vez de dejarse dominar por ellos. De ahí que el Catecismo de la Iglesia Católica describa la castidad como una pedagogía de la libertad humana.
“La alternativa es clara: o el hombre controla sus pasiones y obtiene la paz, o se deja dominar por ellas y se hace desgraciado” (Num. 2339 - CIC). En este ejercicio de libertad individual, el cristiano puede elegir lo que le hace bien y liberarse de toda esclavitud de las pasiones.
El llamado es para todos
Esta virtud no está reservada solo para unos, en realidad todos los bautizados están llamados a llevar una vida casta, según la vocación de cada uno, ya sean solteros, casados, religiosos o presbíteros.
La castidad está relacionada con la virtud cardinal de la templanza, o sea, la capacidad de controlar los propios impulsos, emociones, deseos y tentaciones. Se trata de un regalo de Dios, tras un trabajo espiritual de la persona, como dice el numeral 2345 del Catecismo de la Iglesia Católica. “El dominio de sí es una obra que dura toda la vida” (Num. 2342- CIC).
En resumen, el cristiano trabaja en vivir castamente durante toda su existencia terrenal, y, de su cercanía con Dios, recibe y desarrolla esta virtud, para su bien y su felicidad.
De manera general, en el caso de los solteros, la recomendación es guardar la virginidad y reservar el don de la sexualidad para el matrimonio. Si alguien ha mantenido relaciones sexuales premaritales, el consejo es la continencia, es decir, abstenerse hasta el matrimonio.
La castidad en el matrimonio
La castidad no solo tiene que ver con el acto sexual, sino que va más allá, como en la manera de relacionarse con los demás y de actuar, incluso de escuchar y de ver. Cabe recordar, por ejemplo, las palabras de Nuestro Señor: “Todo el que mira a una mujer deseándola, ya cometió adulterio con ella en su corazón” (Mt 5, 27-28).
San Pablo VI en la Encíclica Humanae Vitae califica la sexualidad como un don divino, un regalo que Dios ha dado a los esposos para que lo vivan en plenitud.
Por eso, se afirma que la castidad conyugal permite vivir plenamente el acto sexual, ya que resalta la entrega libre, total, fiel y fecunda. Es reconocer al otro como don y no como un medio de satisfacción, lo cual libera de egoísmos y evita desvirtuar ese don divino.
Tres claves
El matrimonio Fernández Chacón de El Taller de San José ofrece tres claves para entender en qué consiste la Castidad en el Matrimonio.
La primera es “El Entrenamiento Previo”: Se reconoce que la castidad es una virtud, que en ocasiones puede resultar difícil desarrollar, pues requiere de fortaleza, disciplina y dominio de sí mismo. Por lo tanto, se necesita un “entrenamiento”, que empezaría justamente en el noviazgo. Si no ha sido así, tampoco es tarde para empezar.
La segunda clave es tener presente que “La castidad conyugal no te limita, te enriquece”: Hay parejas que a veces creen que al casarse ya tienen un “pase libre” de vivir el acto conyugal de la manera que ellos deseen sin importar el momento, la forma y el lugar.
Pero la realidad es que pueden presentarse múltiples situaciones, como una enfermedad, la convivencia con los hijos, el estrés, el trabajo, entre muchas otras. Ante esto, algunas personas pueden, por ejemplo, experimentar frustración al no poder vivir el acto sexual con su pareja y mostrar una actitud negativa.
No obstante, esos momentos de espera pueden ser una oportunidad para desarrollar virtudes relacionadas con la castidad, como la paciencia, la tolerancia, la empatía, la fidelidad, la comunicación y otras.
La tercera clave la llaman: Castidad desde lo natural. “Muchas parejas creen que los métodos naturales (como el Método Billings) no sirven, que son muy riesgosos o simplemente no saben ni quieren aprender a utilizarlos porque piensan que lo artificial es más sencillo y más útil”, aunque resulten perjudiciales a la comunión de los esposos.
Los métodos naturales y aceptados por la Iglesia sirven además para entender sobre el cuerpo propio y el de la pareja, y también permiten vivir una castidad conyugal. El método Billings, por ejemplo, consiste en reconocer los días fértiles de la mujer, ya sea para buscar el embarazo o bien para aplazarlo.
El matrimonio Fernández Chacón expone que: “El Método Billings nos ha enseñado a ser pacientes en los días de espera y recibir con más anhelo nuestros encuentros conyugales, viviendo así lo ordinario de manera extraordinaria”.
La castidad es una virtud moral. Es también un don de Dios, una gracia y un fruto del trabajo espiritual (Ga 5, 22).