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Mons. Anselmo Llorente y Lafuente: Un legado inmortal

By Febrero 14, 2025
Mons. Llorente fue obispo durante la Campaña Militar de 1856-1857, cuando la nación hizo frente a la invasión de las tropas filibusteras. Mons. Llorente fue obispo durante la Campaña Militar de 1856-1857, cuando la nación hizo frente a la invasión de las tropas filibusteras.

Cuando fue nombrado I Obispo de Costa Rica, el país ni siquiera contaba con un Seminario para formar sacerdotes. Eso sirve para ilustrar la gran misión que tenía por delante Mons. Anselmo Llorente y Lafuente.

Antes, Costa Rica y Nicaragua formaban una sola diócesis. Sin embargo, en 1850, Pío IX decide erigir la Diócesis de San José de Costa Rica. En este punto, cabía preguntarse: ¿Quién tendría la capacidad para asumir la estructuración de un nuevo territorio eclesial en tan pobre e incipiente nación? ¿Había acaso un sacerdote costarricense que pudiera hacerse cargo?

De hecho sí, había un nombre que resonaba en la Santa Sede. Se trataba de Anselmo Llorente y Lafuente, nacido en Cartago el 21 de abril de 1800, en una familia profundamente católica.

Formado en un hogar privilegiado, tuvo la dicha de ir a estudiar a Guatemala, pues era común entre las familias adineradas enviar a sus hijos a prepararse académicamente en ese país. Una vez que terminó la secundaria optó por la vocación sacerdotal. De esta forma, fue ordenado presbítero el 19 de marzo de 1825, hace casi 200 años.

Ya por entonces destacaba por su inteligencia y su dedicación a los estudios. Por lo que la Iglesia en Guatemala se hizo rápidamente con los servicios de aquel joven brillante. Estuvo a cargo de diversos curatos (es decir, ejerció como cura en diversos lugares).

En ese hermano país fue elegido rector del Colegio Tridentino del Arzobispado. Aun más llamativo, fue nombrado diputado a la Asamblea Constituyente de Guatemala, donde durante sus intervenciones daba muestra de su firmeza, conocimiento y entereza.

I Obispo de Costa Rica

Tenía 51 años de edad y 37 de vivir en Guatemala cuando fue nombrado por el Papa Pío IX como I Obispo de Costa Rica. Fue consagrado como tal el 7 de noviembre de 1851.

Prácticamente había que empezar desde los cimientos. No había una estructura, los recursos era muy limitados, había una importante escasez de seminaristas, ni siquiera se contaba con un Seminario para formar a los futuros pastores, y tampoco había posibilidades de construir uno en el corto plazo.

Si una persona no poseía los suficientes recursos para ir estudiar al exterior, que era el caso de la grandísima mayoría de la población, sus opciones eran muy limitadas. Por entonces sucedía que quien quería formarse en Teología, Derecho Canónico o Liturgia necesitaba que un sacerdote lo tomara como estudiante.

Paralelamente, se trataba de un país pobre, con caminos poco accesibles o inexistentes, exiguos medios de comunicación… “Remediar esas necesidades, dirigir la nave entre esos escollos, fue la gran empresa del Ilmo. señor Llorente”, destaca la Breve Reseña de la Jerarquía Eclesiástica de Costa Rica.

“Serias dificultades debía presentarle un obispado nuevo donde era preciso crearlo todo y organizarlo todo. El Ilmo. Señor Llorente supo vencerlas más con su prudencia que con su autoridad, y la administración eclesiástica quedó pronta y definiti­vamente sistematizada”.

Uno de los logros más importantes recién iniciado su episcopado fue la promulgación de un Concordato entre Costa Rica y la Santa Sede en 1952. Lamentablemente, el acuerdo no fue suficiente para subsanar las muchas dificultades que enfrentaba.

Campaña Nacional 56-57

Mons. Llorente fue obispo durante la Campaña Militar de 1856-1857, cuando la nación hizo frente a la invasión de las tropas filibusteras, comandadas por William Walker.

El prelado brindó mensajes de aliento a los soldados costarricenses y envió presbíteros para que sirvieran como capellanes, uno muy recordado fue el Pbro. Don Pedro Cambronero, que destacó por su acompañamiento cercano a los combatientes nacionales.

La Asamblea Legislativa recuerda que justamente, el 22 de noviembre de 1855, Mons. Llorente dirigió a los costarricenses en edicto pastoral, excitando la fe y el patriotismo para que cooperaran en la guerra contra los filibusteros.

Luego, durante la peste del cólera, el obispo destacó por su labor caritativa y altruista. El Hospital San Juan de Dios lo considera, a justo título, como su benefactor insigne.

De hecho, Mons. Llorente realizó múltiples donaciones y actos de caridad. Donó terrenos para construir edificios necesarios para el Estado costarricense. Asimismo, daba dinero para la construcción de hospitales e iglesias. Él mismo sacaba de su bolsillo para que no se detuviera la construcción del Seminario que tanta falta hacía.

Destierro y retorno

Fue expulsado del país por diferencias con el gobierno en 1858. Según se cuenta, la gota que derramó el vaso fue cuando el presidente Juan Rafael Mora tenía interés en poner impuestos a los diezmos.

Esto el obispo lo consideró inaceptable y se mostró firme en su oposición. El mandatario, en un acto de autoritarismo, emitió un decreto en el que ordenaba el destierro del religioso. Así, Mons. Llorente y Lafuente sufrió una gran humillación y tuvo que salir rumbo a Nicaragua.

Después de ocho meses de destierro regresó en 1859, tras el derrocamiento de Mora. Comenzaron a verse frutos. Se construyó el Seminario Tridentino, se establecieron catequesis en la Catedral, realizó visitas pastorales, incluidos los lugares más recónditos de la época, entre otras. Las vocaciones crecieron, así como el número de parroquias.

Un hecho sobresaliente es que instauró una serie de becas para aquellos seminaristas que no contaran con recursos económicos para formarse.

Mons. Llorente y Lafuente falleció el 23 de setiembre de 1871. “Murió amado de todos y los miembros del clero que viven todavía refieren con cariño sus bondades y virtudes y bendicen su memoria. Dividió sus bienes en seis partes: una para sus deudos pobres, y las cinco restantes para la catedral y seminario, los pobres vergonzantes y las instituciones de caridad”.

En 1950, la Asamblea Legislativa lo declaró Benemérito de la Patria. De igual manera, en su honor se creó el distrito de Anselmo Llorente en el cantón de Tibás, provincia de San José. Sus restos yacen en la Catedral Metropolitana en San José.

Danny Solano Gómez

Periodista, licenciado en Producción de Medios, especializado en temas de fe católica, trabaja en el Eco Católico desde el año 2009.

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