Mensaje de los Obispos de la Conferencia Episcopal a la Iglesia y al pueblo de Costa Rica al finalizar la CXXIX Asamblea Ordinaria
Al finalizar nuestra Asamblea, los obispos de la Conferencia Episcopal de Costa Rica nos dirigimos a la comunidad eclesial y a todas las personas de buena voluntad para manifestarles una palabra de esperanza y ánimo en el Señor. Efectivamente, la virtud teologal de la esperanza constituye el mensaje central del Jubileo que el Papa Francisco ha inaugurado el pasado 24 de diciembre, siendo fiel a una práctica de la Iglesia desde el año 1300 y que se repite cada 25 años. Este “año de gracia del Señor” (cf. Lc 4,19), es un tiempo para anunciar la buena noticia a los pobres, curar y levantar el ánimo de los que sufren, perdonar a los que nos han ofendido y acudir a Dios para pedir misericordia. El lema escogido para el Jubileo es “Peregrinos de la esperanza”. Invitamos a todos a aprovechar este tiempo especial de gracia, peregrinando a los lugares destinados en cada una de las diócesis de nuestro país, ganando la indulgencia plenaria y recibiendo los dones de Dios.
El apóstol Pablo, escribiendo a los cristianos de Éfeso, les hace ver que antes de conocer a Cristo ellos estaban sin esperanza, porque estaban en el mundo sin Dios (Cf. Ef 2,12). En cambio, quien tiene esperanza, vive de otra manera. Se le ha dado una vida nueva (SS[1], n.2). La esperanza es algo propio de la naturaleza humana. Al respecto dice el Papa Francisco: Todos esperan. En el corazón de toda persona anida la esperanza como deseo y expectativa del bien, aun ignorando lo que traerá consigo el mañana (SnC[2], n.1). El problema es cuando la esperanza está puesta en cosas que pasan y no en una realidad más grande, trascendente, capaz de dar sentido (cf. Hb 11,1) o fundamento a nuestra vida. Esa esperanza solo puede ser Dios (SS, n. 31). Preguntémonos si Cristo sigue siendo el fundamento y esperanza de nuestra sociedad costarricense o lo estamos desplazando por “esperanzas” que se acaban. Sacarlo de la vida personal o reducirlo solo a un espacio privado, es dar muerte a la esperanza en un mundo cada vez más necesitado de ella.
Ahora bien, tal como dice el Papa, encontramos con frecuencia personas desanimadas, que miran el futuro con escepticismo y pesimismo, como si nada pudiera ofrecerles felicidad (SnC, n.1). Observamos un mundo marcado aún por la guerra, las divisiones, los conflictos migratorios, el hambre, los desastres ambientales, la violencia social e intrafamiliar, las pobrezas y carencias deshumanizantes y una fuerte disminución en la tasa de natalidad. Nuestro país no escapa de estos problemas, incluso con datos preocupantes. Ante esta realidad, ¿cuál debe ser nuestra respuesta? El Papa nos anima en este Jubileo a ser peregrinos de esperanza, que significa, entre otras cosas:
- Transformar los signos de los tiempos en signos de esperanza
El término signo de los tiempos hace referencia a los acontecimientos, aspiraciones y expectativas, incluso de índole dramática, que se presentan en el mundo (cf. GS, n.4). Los creyentes estamos llamados a percibir esos signos del tiempo presente en signos de esperanza. Y esto se hace, como dice el Papa: poniendo atención a todo lo bueno que hay en el mundo para no caer en la tentación de considerarnos superados por el mal y la violencia (SnC, n. 7). Aún en medio de la situación más difícil, siempre hay espacio para observar lo bueno, el paso de Dios por dicho acontecimiento. Signos de esperanza en nuestro país son las opciones que tenemos para una vida digna en el acceso a la salud y la educación y diversas ayudas sociales, el trabajo honesto de la mayoría de los ciudadanos, una juventud con grandes aspiraciones, la institucionalidad democrática, el cuidado de la naturaleza, una sociedad que busca la paz, y el deseo de Dios presente en los corazones, entre otros. Sigamos buscando estos signos y no nos quedemos en el pesimismo o la negatividad.
- Cultivar la virtud de la paciencia
El Papa la presenta como “hija” de la esperanza. La paciencia no es dejadez ni pasividad, sino el compromiso que intenta unirse al ritmo del Señor. El tiempo de Dios y sus caminos son muy diferentes a los nuestros (cf. Is 55,8). En la era del internet la paciencia resulta extraña, es relegada por la prisa, pero, redescubrirla, hace mucho bien a uno mismo y a los demás (cf. SnC, n.4).. Nuestro país se forjó a partir de una sociedad con raíces agrícolas, y es el agricultor quien mejor entiende de paciencia pues sabe esperar los frutos de la tierra. Como sociedad debemos recuperar esta virtud para producir los mejores frutos, sin dejarnos llevar por la inmediatez y la prisa de la vida que le quitan tiempo a lo más importante: a la vida familiar, a la alegría de recibir una nueva vida en los hijos, a disfrutar de pasar tiempo juntos, al placer de la lectura, la reflexión y el encuentro con el Señor en la oración, a la belleza de la paz y la contemplación de la naturaleza.
- Ser signos tangibles de esperanza para los que más necesitan
Aquí el compromiso es directo para cada uno de nosotros, porque, más que tener esperanza, se trata de ser esperanza, en otras palabras, es nuestra vida la que debe ser portadora de esperanza, esto equivale a tener una visión de la vida llena de entusiasmo para compartir con los demás (SnC, n. 9). Y existen personas concretas que necesitan de esto, el Papa enumeraba en su mensaje de convocación a los privados de libertad, los enfermos, los jóvenes, los migrantes, los ancianos y los pobres. También podemos añadir, en el contexto de nuestro país, a las personas víctimas de violencia, las que sufren por los desastres naturales, los alejados y los que viven sin esperanza. A todos ellos estamos llamados a proclamar este año de gracia del Señor que trae esperanza para sus vidas, pero esto no se puede hacer de lejos, necesitamos una sociedad más presente en todas estas realidades y el involucramiento de cada uno en esta tarea, como el Buen Samaritano que no pasó de largo, sino que bajó de su cabalgadura y atendió a quien lo necesitaba, llevándole consuelo y paz (cf. Lc 10, 33). Se puede ser signo de esperanza en medio de las condiciones más adversas, como nos enseñan los santos y los mártires. Sabían que la esperanza nunca defrauda (cf. Rm 5,5), porque, aunque les quitaran incluso la vida, no podían robarles lo más importante: la esperanza de la vida eterna, fundamentada en el amor incondicional de Dios.
Nos reafirmamos en la convicción de la centralidad del encuentro con Cristo y de la necesidad de vivir la dimensión comunitaria de nuestra fe convocando a caminar en comunidades que sean decididamente misioneras y significativas en el entorno social; de la importancia de trabajar por la familia que es núcleo de humanización, socialización y evangelización para gestar relaciones sanas y prevenir tantas problemáticas, los abusos, la violencia que nos abruma segando tantas vidas; y en la familia estar abiertos a la vida en los hijos, expresión de amor del matrimonio, fuente de esperanza para nuestra sociedad.
En un año electoral ya en marcha, hacemos un llamado a los actores políticos para evitar la demagogia y trabajar en consensos que respondan a las verdaderas necesidades del pueblo costarricense. Todos estaos llamados a vivir en actitud de esperanza, pidámosla como un don para todos los habitantes de nuestra tierra, de manera que, sin dejar de ver aquello que nos preocupa como sociedad, sepamos también ver los signos positivos presentes en los acontecimientos, asumamos la responsabilidad que nos corresponde, recuperemos la confianza en los otros, y caminemos hacia un futuro mejor por la convicción de que el Señor es el mayor interesado en conducirnos a la plenitud que desea para nosotros sus hijos.
Nuestra Madre, la Reina de Los Ángeles, nos convoca y guía como signo de esperanza.
Obispos de Costa Rica
[1] Carta Encíclica Spe Salvi del Papa Benedicto XVI
[2] Bula de convocación del Jubileo 2025 Spes non confungit del Papa Francisco.
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