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“Papá, mamá, me voy para el convento”

By Enero 31, 2025
La Hermana Vanessa ingresó el 2 de febrero de 1999 a las Misioneras Clarisas. Desde entonces ha sido una servidora incansable al servicio del Señor y de la salvación de las almas. La Hermana Vanessa ingresó el 2 de febrero de 1999 a las Misioneras Clarisas. Desde entonces ha sido una servidora incansable al servicio del Señor y de la salvación de las almas.

La han visto subirse a una motocicleta, en una mano lleva su maleta y con la otra se agarra al conductor, para ir rumbo a las comunidades más alejadas y de difícil acceso de la Zona Norte y compartir con sus pobladores la Buena Nueva.

Se trata de la Hermana Vanessa Meléndez Sandoval, quien actualmente sirve en Coopevega de Cutris, distrito de San Carlos. Es común verla con una gran sonrisa y siempre con muchas ganas de servir.

Esta misión de las Religiosas Clarisas ha hecho posible que muchas personas se acerquen al Señor, pidan el Bautismo y los Sacramentos. Allí, las hermanas realizan un trabajo pastoral, de catequesis, acompañamiento y asistencia social a familias de escasos recursos.

Son comunidades que pasan hasta semanas sin celebrar Misa, ante la escasez de sacerdotes en la Diócesis de Ciudad Quesada. De ahí que a veces ellas se encargan de organizar la Liturgia de la Palabra, así como formar laicos para que sean Ministros Extraordinarios de la Comunión, Ministros Lectores, Servidores del Altar, Animadores del Canto, entre otros.

Sin permiso para ir al Convento

La Hermana Vanessa cumple en febrero 25 años de haber ingresado al Convento de la Orden de Santa Clara. Nació en una familia muy católica de Llano Grande Cartago. Tiene una hermana gemela.

Según contó, cuando su madre estaba embarazada su abuelo le profetizó que iban a nacer dos niñas y le dijo: “Me vas a regalar una”. Sin duda, una petición bastante extraña. El caso es que efectivamente nacieron dos niñas gemelas y, aunque su madre obviamente no regaló a ninguna, aquello podría decirse que fue una especie de preparación.

De todas formas, Vanessa creció muy cerca de sus abuelitos, personas muy devotas que le transmitieron el amor por la Eucaristía y el rezo del Santo Rosario. La pequeña pronto comenzó a sentirse atraída por las cosas de la fe.

Si bien sentía esa afinidad por la religión, durante su juventud en su mente estaba la idea de casarse y tener muchos hijos. Tenía amigos y hasta una relación de noviazgo. Pero un día llegaron las Clarisas a su comunidad.

Nunca había estado en contacto con religiosas. Tenía ya 17 años de edad. Verlas, su forma de ser y su alegría la cautivaron. “Comencé a sentir que Dios quería algo de mí”, cuenta.

“Vi que lo que el mundo me ofrecía no era suficiente ni era todo, sino que Dios me llamaba algo más completo, infinito”, contó. Habló con una de ellas y esta la invitó a un encuentro en la Casa de la congregación, en Moravia.

Un proceso vocacional a escondidas

Vanessa llegó muy contenta a contarle a sus papás. Pero la respuesta de su padre fue tajante: “No”. Esto tiene una explicación: Su hermana mayor hizo un proceso vocacional con otra congregación y no fue admitida, pues uno de los requisitos era tener formación académica, que no poseía. Fueron momentos duros y su papá no quería que su otra hija pasara por lo mismo.

Así que no le dieron permiso. Vanessa un día le contó a una compañera de trabajo y le pidió un favor: Que fuera a la convivencia en vez de ella y que le contara todo lo que había pasado, ella le daba el dinero de los pasajes con tal de que fuera.

Su amiga le hizo el favor y regresó emocionada a contarle toda la experiencia, de hecho, le confesó que le había gustado tanto que iba a continuar en el proceso. Mientras tanto, Vanessa pensaba cómo llevar el proceso a escondidas y se le ocurrió una idea: Llamó a las religiosas y les pidió que le dieran guía vocacional por teléfono.

Dadas las circunstancias, le dieron acompañamiento vocacional vía telefónica. Por supuesto, esto no era lo ideal. Un día la invitaron a ir a la Casa de las Clarisas en Moravia. “Le dije a mi mamá: “Voy para San José con una prima para hacer unas vueltas”. Era mentira, era para ir al convento a conocer a las hermanas”, relató.

Según cuenta, desde que llegó al portón sintió un temblor en todo el cuerpo, junto a una inmensa alegría. El sentimiento fue aun más fuerte cuando llegó a la capilla y se postró frente al Sagrario. “Resumo esto como San Juan María Vianney dijo: Él me mira y yo lo miro”. En el sagrario fue un encuentro de miradas, lo supe, este es mi lugar”, agregó.

Llegó el momento de hacer una experiencia de una semana. Era la hora de hablar con sus padres de nuevo, no sabía cómo decirles y esperó hasta el día anterior. Hizo sus maletas y les dijo: “Me voy para el convento, si quieren me pueden ir a dejar y sino me voy sola”. Fue un momento de lágrimas, pero finalmente la acompañaron.

Pronto sería admitida. “Mi mamá no espera que fuera tan rápido, yo le dije: Dios le dio dos hijas, una para él otra para ustedes, no sea egoísta dele una al Señor. Pero uno no piensa en el dolor de un padre o una madre… En realidad no iban a perder una hija, porque en ella iba a ganar muchas”, expresó la Hermana Vanessa.

Ingresó el 2 de febrero de 1999 a la Casa de las Misioneras Clarisas. Desde entonces ha sido una servidora incansable al servicio del Señor y de la salvación de las almas. Ha estado en México y Roma y principalmente ha servido en la Zona Norte, donde ha visitado comunidades lejanas, en bicicleta, en moto o a caballo para llevar la Buena Nueva.

Danny Solano Gómez

Periodista, licenciado en Producción de Medios, especializado en temas de fe católica, trabaja en el Eco Católico desde el año 2009.

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