En conversación abierta, franca y serena, Monseñor contestó una a una las preguntas de nuestro semanario. El siguiente es un extracto de ese diálogo:
De los pueblitos de un San Isidro de El General rural, pobre y alejado al corazón del país como Arzobispo Metropolitano… ¿Es su vida un signo de que cuando Dios llama es capaz de conducirlo a uno por caminos que nunca imaginó?
Cuando nací, el Valle de El General era una inmensa montaña, regada por grandes ríos, tierra fértil y aislada de la Meseta Central, a tres jornadas a caballo por el Cerro de la Muerte. En 1913 mi papá llegó a este Valle, en 1917 mi abuelo contrató un maestro para que le enseñara a leer y a escribir a él y a mis tíos, en 1931 aterrizó el primer avión. Durante la Segunda Guerra Mundial se construyó la Carretera Panamericana con el afán de comunicar los Estados Unidos con el Canal de Panamá. Entonces yo tenía 10 años y empecé a descubrir que había un mundo al otro lado del Cerro de la Muerte. Empezó a llamarme la atención la vida de los sacerdotes alemanes que pastoreaban la zona cruzando los ríos y las montañas a pie y a caballo. Creció en mí el deseo de ser sacerdote y a los 15 años dejé mi hogar para entrar en el Seminario. Ese fue el primer capítulo de mi historia vocacional. Los siguientes capítulos son igualmente misteriosos, en circunstancias que ni yo ni mi familia nunca imaginaron. Es Dios quien conduce la historia, y pone sobre los hombros de instrumentos humanamente débiles grandes tareas.
“El sacerdote de hoy, necesariamente, debe llevar en una mano el cayado de pastor y en la otra las redes del pescador. Esto último no está resultando fácil en algunos casos”.
Mons. Hugo Barrantes Ureña
¿Alcanzar los 75 años es, en su caso, un motivo de júbilo, de nostalgia o de ambas?
Cumplir 75 años es, sobre todo, motivo de acción de gracias. Siento que el Señor me ha amado y ha cuidado de mí. Experimento más alegría que nostalgia. Alegría por las personas que he encontrado en mi camino, incluyendo grandes colaboradores, aunque reconozco que no siempre he sido el mejor compañero en el peregrinaje por este mundo.
A su edad, la madurez pastoral alcanzada y las experiencias acumuladas son un verdadero tesoro para la Iglesia, ¿Le parece que el canon que le solicita poner la renuncia a su cargo es una medida necesaria y prudente?
El camino recorrido en 50 años de vida sacerdotal, durante los cuales he servido a tres diócesis, sin duda ha generado una acumulación de experiencias que se han convertido en una riqueza pastoral inmensa. Algunos de esos elementos se pueden rescatar como referencia para los responsables del pastoreo en la Iglesia. Lo que indica el canon 401 § 1 según mi criterio personal, es una providencia nacida de la experiencia. El ejercicio del ministerio pastoral, en el contexto de la sociedad de hoy, exige una gran agilidad, y capacidad física y mental. Normalmente a los 75 años se inicia el declinar de estas cualidades. En todo caso, es el Papa quien decide el momento de la aceptación de la renuncia.
Física, espiritual y anímicamente, ¿cuál es la condición actual del Pastor Arquidiocesano?
Espiritual y anímicamente me siento bien; físicamente empiezo a sentir, ante algunas circunstancias, la necesidad de quitar el pie del acelerador, lo cual afectaría el ritmo que exige el actual camino pastoral de la Arquidiócesis.
Usted Monseñor tiene la dicha de tener a su madre con vida, ¿ocupará ella su atención, Dios mediante, cuando el Santo Padre acepte su renuncia?
Mi madre tiene 94 años. Una posible jubilación me permitiría estar más atento, junto con mis hermanos, a la creciente atención que necesita un ser querido que envejece.
Cuando ese momento llegue, ¿le gustaría volver a su amado San Isidro, o tal vez a Puntarenas, su primer amor episcopal, o se quedará en San José donde concluye su servicio activo a la Iglesia?
La previsión es volver a San Isidro. En el caso de que el Señor Obispo del lugar lo considere necesario y oportuno, estoy dispuesto a colaborar en el campo pastoral que esté en capacidad de asumir.
¿Cómo le gustaría que fuera recordado su episcopado?... ¿y su persona?
Que me recuerden como un obispo que intentó y trabajó por poner a la Arquidiócesis en estado de misión: dejar las sacristías y salir a la calle, superar una pastoral de mera conservación para pasar a una pastoral decididamente misionera. Como persona, que me recuerden como un pastor que quiso ser un hermano y compañero en el camino de la fe, cercano a todos, intentando ser un discípulo misionero.
¿Cuál es el momento que recuerda con más alegría de su vida como obispo y aquel que desearía olvidar pero no puede?
Los momentos que recuerdo con más alegría son cuando tuve el privilegio de ordenar a mis dos hermanos obispos, Mons. Oscar Fernández y Mons. José Rafael Quirós. No puedo olvidar el rostro de algunos niños enfermos que vi en mis visitas pastorales: es impresionante estar delante del misterio del sufrimiento de los inocentes.
Remar mar adentro, su lema episcopal, ¿Hasta dónde ha remado la Iglesia arquidiocesana bajo su guía? ¿Nos aferramos todavía a la ‘seguridad’ de la arena o siente que la evangelización finalmente levantó anclas?
En ese “remar mar adentro” hemos logrado iniciar la Misión Continental Arquidiocesana. La plataforma de lanzamiento está lista, los motores también están encendidos, se han abierto las puertas de algunas sacristías y se ha salido a la calle. A la vez hay algunas resistencias, hay dudas. Los laicos muestran entusiasmo, algunos sacerdotes se mueven más lentamente, pero hay buena voluntad. El sacerdote de hoy, necesariamente, debe llevar en una mano el cayado de pastor y en la otra las redes del pescador. Esto último no está resultando fácil en algunos casos.
Siempre pasa que luego de gastarse y desgastarse, compartir con el pueblo y ‘encarnar’ la Palabra de Dios, el evangelizador más bien termina evangelizado… ¿Es éste su caso Monseñor?
Unamuno decía que la octava obra de misericordia es “despertar al que duerme”. La santidad y entrega de sacerdotes, consagrados y laicos que encuentro a diario en mi servicio como pastor, han abierto mis ojos y me han despertado para ver que no habrá misión si no empezamos por una profunda experiencia de Dios. Lo primero es ponernos de rodillas, a la escucha del Espíritu para leer los signos de los tiempos. Mirando a la Santísima Virgen María aprenderemos a ser discípulos misioneros.
“Cumplir 75 años es, sobre todo, motivo de acción de gracias. Siento que el Señor me ha amado y ha cuidado de mí. Experimento más alegría que nostalgia”.
Mons. Hugo Barrantes Ureña.