Al contemplar al crucificado contemplamos al Hijo y al hermano, y eso nos revela, para todos, que nuestra vocación, nuestra misión en este mundo es ser y vivir como hijos y como hermanos. Ni solo hijos sin los hermanos, ni solo hermanos sin el Padre. Hemos de integrar la cruz, ambos ejes, para que sea la cruz completa, la cruz que nos representa y nos habla de Hijo de Dios crucificado en ella. Somos hijos y hermanos.
Estamos en un momento cultural y ha sido una tendencia de siempre del ser humano de desarmar la cruz, es tan fácil desarmarla, es tan fácil quitar un eje y con solo que quitemos un eje ya no hay cruz, la hemos deshecho y en la cultura contemporánea es fuerte la tendencia a eliminar el eje vertical, la dimensión trascendente nuestra, la relación con el transcendente, la relación con el Padre. Es un sector muy grande de la sociedad que ha amputado esta dimensión inscrita en nuestro ser, la dimensión de la relación con Dios, con el Padre de Jesucristo que es nuestro Padre. Está amputada esta dimensión en muchísimas personas y cómo se persigue ese ideal de amputar la dimensión trascendente en la vida social y civil, sacar la relación con Dios a como sea de todos los sistemas de la vida social.
También la tendencia es en la práctica eliminar el eje horizontal. El eje horizontal que es el eje de nuestra relación con el prójimo. Qué relación con el prójimo tenemos, no todo el mundo por supuesto, yo confío en que los miles de peregrinos de este día aquí, de estos días, de los que están en las ocho diócesis de Costa Rica caminando hacia filiales, ermitas y diaconías para venerar la imagen de la Virgen de los Angeles, no somos así, queremos estar en la cruz y mantenernos fieles a ella.
Nosotros traemos la cruz, yo traigo mi cruz pectoral, y está bien que la traigamos, pero sobre todo, es ella la que nos tiene que llevar, no es tanto que yo traiga la cruz, sino que sea la cruz de Cristo la que me lleve, que permanezca en ella los 365 días del año y toda la vida que Dios nos tenga en esta tierra, que es corta, breve, porque Dios en su sabiduría nos creó no para una vida de más o menos 80 años, no es miserable Dios en su dádiva con nosotros, no nos quiso dar una vida marcada nada más que del nacimiento a la muerte. Su generosidad no es tan miserable, su generosidad es dar sin límite y nos ha creado para ser sus hijos y para concedernos no una vida de 80 años sino una vida eterna y todos sabemos que eterno quiere decir, no tiene fin, y que después de terminar nuestro paso por este mundo que terminará, nos pasa de este mundo al Padre, que para eso murió Cristo y resucitó para convertir la muerte en puerta de paso, en pasar de este mundo al Padre, en ser glorificados con Él, como el niño, cuando se desprende del seno materno no se aniquila, no desaparece, pasa a su madre con quien ha estado y nunca la ha visto y empezará a reconocer ese rostro que le sonríe , los ojos que lo miran con ternura y empezará a ver un amor que hasta entonces escondido para él.
Así que la cruz de Cristo es ese doble eje, vertical y horizontal que ha de medir nuestra relación con Dios y con el prójimo todos los días de la vida. Hermanos, para abrazar la cruz de veras, fielmente, como Cristo espera, como Él lo hizo, como lo han hecho los santos, como lo han hecho costarricenses de ayer, de hoy y de mañana. Para abrazar la cruz con fidelidad no bastan nuestras fuerzas ni facultades, ya nos lo ha dicho San Pablo, los griegos buscan sabiduría y consideran la cruz como una insensatez y los otros, los judíos buscan milagros y consideran que la cruz no tiene razón de ser.
Para abrazar la cruz decía, necesitamos otro don del Señor, sin ese don quedamos en pura carne y debilidad, sin la fuerza y las motivaciones. Para abrazarnos a la cruz de Cristo que es abrazarnos a Cristo y seguirlo a Él por el camino de la vida, como nos ha invitado, contemplemos este punto. La muerte de Jesús en el Calvario fue una entrega paulatina de sí. Morir para Cristo es entregarse, donarse a sí mismo y en la cruz se dona hasta que llega a la donación fundamental, como la última donación que hace, primero ha donado los vestidos, primero le donó la libertad a un bandido a cambio de Él que se quedó en la cárcel, le dio la vida eterna a un malhechor en el último minuto, brazos abiertos en la cruz, pronuncia una frase que yo creo en el diccionario del Gólgota no se pronunciaría nunca: “Perdónalos, no saben lo que hacen”.
Da un perdón ilimitado no solo a aquella generación que lo crucificaba sino a todas las generaciones de la historia. Dona un perdón. Hemos oído en el texto este pasaje impresionante que Jesús en la cruz, viendo a su madre, con esa mirada propia del que ama y viendo al lado al discípulo dice: “mujer ese es tu hijo” y viendo al discípulo “ella es tu madre” junto a la cruz de Jesús.
Hermanos, estamos junto al altar eucarístico y estar junto al altar eucarístico equivale estar junto a la cruz de Jesús, porque la Eucaristía hace presente para nosotros aquel acontecimiento del Calvario y Cristo instituyó la Eucaristía para que todas las generaciones posteriores a Él, al estar en la Eucaristía junto al altar eucarístico, es como si hubiésemos estado aquel viernes santo junto a la cruz de Jesús. De tal manera que ese acontecimiento se repite en cada celebración eucarística.
Pidamos luz al Espíritu para entender el misterio de la Eucaristía, a veces nos quedamos con los manteles y los ramos y no entramos en la entraña que contiene el misterio eucarístico. Siguen los dones de Jesús, dona el cuerpo. Horas antes había dicho al instituir la Eucaristía “esto es mi cuerpo que se entrega” y ahí lo está entregando en el Calvario “esta es la sangre que se derrama por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”.
Para Cristo morir es esta donación progresiva de dones impresionantes hasta darnos el último don, el don fundamental. Sin ese don no sé qué haríamos nosotros. ¿Cuál es ese don? dice san Juan que al final ya en la cruz agotado, Jesús echó como un vistazo a su vida y a su obra y dijo “todo está consumado” y agrega san Juan, “inclinó la cabeza y entregó el Espíritu”. Nos entregó el Espíritu, fue la ultima donación suya, entregarnos su Espíritu, el Espíritu que nos hace iguales a él, si queremos que nos haga, el Espíritu que viene a nosotros a provocar una transformación para continuar la entrega de Cristo, para seguir a la cruz en una relación fiel con el trascendente y en una relación fiel con nuestro prójimo.
Es la donación capital. Sin ese Espíritu nosotros no podríamos experimentar una transformación que nos hace hijos de Dios y experimentar esa filiación divina, mantener la esperanza y experimentar un amor fraterno. Una fraternidad para superar tantas cosas con nuestro prójimo, tanta violencia, estamos muy violentos no solamente los que cogen el gatillo para matar a otro, estamos muy violentos en nuestra vida intrafamiliar y en la calle.
La sociedad en la que estamos no nos enseña a manejar la cólera. No nos enseña a controlar la ira. No nos enseña a manejar el enojo. No somos educados para eso. Somos violentos y agresivos, solo el Espíritu nos puede infundir la vida de Cristo, del pastor magnánimo, bondadoso, que da la vida por los demás.
Voy a terminar esta meditación estimados hermanos, contemplando de nuevo la cruz y al crucificado. En esa cruz y en esta crucifixión hay dos palabras presentes: una es la palabra amor y se refiere al amor de Dios por nosotros que no lo echó atrás nada, ni el viernes santo ni los gritos ¡fuera con él! ¡crucifícalo! Llegó hasta el final a donde tenía que llegar en su fidelidad por nosotros, en la fidelidad de su plan que podemos meditar en el capítulo primero de la carta a los Efesios. Manifestó su fidelidad hasta el extremo, el amor suyo por nosotros, ni nuestros insolentes rechazos a él lo echaron atrás, ni la violencia desatada, llegó hasta el final.
Jesus como humano experimentó una inseguridad en el huerto cuando oraba “ Padre si es posible aparta de mi este cáliz tan amargo”. Faltaban unas cuantas horas , las horas más difíciles pero las horas decisivas de la redención. El Padre escuchó esa oración pero no lo complació, lo confortó, pero el Padre caminó con El hasta el final, hasta ese momento en que Jesús dijo “todo está consumado” y entregó el Espíritu.
La palabra amor está en la cruz pero a la vez está la palabra nuestra, la que escribimos con Dios, el odio, el rechazo, el grito “fuera con él”, “crucifícalo”, “no tenemos más Dios que al César”, el César de la riqueza, del poderío, el César de los placeres, de una vida libertina, sin oriente, sin razones para vivir. El amor y el odio, podemos cambiar esas palabras por dos adverbios, el si y el no. El Sí de Dios al hombre escrito con su sangre en el Gólgota y el no del hombre a Dios ¡fuera con él, crucifícalo, queremos una vida sin Dios, queremos una sociedad, economía, política, familias ,y personas sin Dios, fuera con él, crucifícalo, amputando la dimensión trascendente. Amputada la dimensión trascendente queda inservible el eje horizontal.
Adán y Eva desobedecieron a Dios, cortaron la relación con Dios y en el capítulo siguiente Caín asesina a su hermano Abel. La consecuencia de una cosa con otra. Muchas cosas más. Solo quiero terminar leyendo un parrafito muy breve: “El obispo de Nicaragua y Costa Rica Mons.Pedro Agustín Morel de Santa Cruz, hace 263 años, cuando vino como parte de su visita pastoral a la Provincia de Costa Rica, llegó a Cartago, visitó el barrio los Ángeles, que describió como un barrio de mulatos, añadiendo que por esta tacha los vecinos de Cartago lo han segregado desde la ciudad, poniéndole por lindero una cruz de Caravaca y agregó, de este modo despreciativo son tratados de los hombres pero la Reina del Cielo que tanto se esmera en favorecer a los humildes, les ha hecho la honra de habitar entre ellos y que aquel barrio tenga su mismo apellido, quiero decir que en el propio barrio hay una efigie de Nuestra Señora de los Angeles muy milagrosa”.
María de Nazareth se sentía a gusto entre los suyos, entre los pequeños y los pobres. Al estar junto a la cruz y contemplarla, María metía en su alma la existencia de su Hijo y la cruz de Cristo. Virgen fiel, junto a la cruz de Jesús, ruega por nosotros.