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María está junto a la cruz

By Redacción Agosto 03, 2024

Homilía de Mons. Oscar Fernández, Obispo de Puntarenas

Fiesta a la Virgen Nuestra Señora de los Angeles, 2 de agosto 2024

 

Estimados Hermanos, para esta homilía, me he detenido y me he concentrado en el relato de San Juan que acabamos de escuchar.   Un relato bello e impresionante y quiero compartir con todos ustedes aquí presentes y quienes nos escuchan en televisión, radio y otros medios, una meditación que he hecho sobre este texto.  Particularmente, sobre la frase de la Virgen, junto a la cruz de Jesús estaban, junto a la cruz de Jesús, no junto a otra cruz, la cruz de Jesús.  Y María esta junto a esa cruz y contempla al crucificado, es su Hijo y contempla la cruz.

Ese es nuestro lugar, nuestro lugar como fieles cristianos, discípulos y seguidores de Cristo, nuestro lugar en la vida, en la existencia, es permanecer junto a la cruz de Jesús, sin dejar de contemplar a quien esta ahí crucificado y sin dejar de leer y contemplar la elocuencia de la cruz.   Jesús culminó su vida y misión en el Gólgota.  Se adhirió a la cruz y adhirió la cruz a su persona, a su ser, a su cuerpo y la cruz hace cuerpo con Jesús y hace una sola cosa con Él.   Cristo y la cruz son una sola cosa, el sentido de la cruz Cristo se la ha dado y la cruz nos habla de ese sentido de la vida y de la existencia de la cruz.

El Gólgota es el punto mas álgido de la Encarnación del Hijo de Dios, podemos ver la Encarnación del Hijo de Dios como un abajamiento suyo hasta la bajura donde nosotros nos encontramos.  Es el Hijo de Dios que baja hasta nosotros, movido por un amor que nos cuesta comprender, para levantarnos, para sacarnos.  Cuando veo a personas de la cruz roja y bomberos descendiendo a precipicios, lugares peligrosos y difíciles para rescatar una persona que está allí viva, herida y que por sí misma no puede salir, pienso en la Encarnación.   Pienso en el abajamiento del Hijo de Dios hasta nuestra bajura, pero el punto álgido de ese abajamiento es el Gólgota. 

Es el Gólgota porque ahí estaban los seres humanos en extrema necesidad, los seres humanos víctimas de una muerte cruel, violenta, muerte de crucifixión.  Jesús culmina su vida en ese punto.  Es el abajamiento más extremo del misterio de su Encarnación, como solidarizándose, uniéndose y uniendo consigo a todas las personas que en la historia han muerto de esa manera y siguen muriendo.

Así que la cruz, el acontecimiento del Calvario, es la expresión máxima y final del acontecimiento de la Encarnación del Hijo de Dios. Cristo cargó la cruz Él mismo y llegó al Gólgota con ella, hizo suya la cruz y no se desprendió de ella ni la desarmó y nos invita a seguirlo así.  Nos hace una invitación que para responderla hemos de dar cuatro pasos:

  1. El que quiera venirse conmigo, el que quiera, no impone su voluntad a nadie y su llamamiento es una invitación dirigida a nuestra libertad, voluntad, inteligencia y persona. El que quiera venirse conmigo.
  2. Niéguese a si mismo. Nosotros constantemente estamos diciendo no a otras personas. Los papás a los niños, el conyugue al cónyugue, el jefe los trabajadores. Constantemente estamos diciendo que no a otras personas y en esta ocasión Jesús nos dice que quizás antes de decir no a los otros nos digamos no a nosotros mismos.  Hay muchas cosas en nuestras personas y vidas a las que tenemos que decir que no, tanta violencia, tanta mentira, tanta corrupción, tanta depravación, ¡no!.  Dice nuestro Señor, el quiera seguirme niéguese a sí mismo, dígase ¡NO! con ganas a sí mismo.
  3. Cargue la cruz cada día.
  4. Sígame.

Esa es la invitación que nos hace el Señor, para toda la humanidad, pero se supone que nosotros que nos confesamos cristianos hemos aceptado de corazón esa invitación, y hemos de permanecer en ello. Estar optando por nuestro Señor Jesucristo es la opción, es nuestra opción. Cristo no es una opción entre otras opciones de igual tamaño, es la opción, la opción que determina nuestra vida, presente y futuro; toda nuestra vivencia personal, familiar y social que abarca todos los órdenes y todos los aspectos.

Nos tenemos que decir no, cargar la cruz y seguir a nuestro Señor. Otros textos de las escrituras nos hablan de la cruz, me permito leer a san Pablo en la carta primera a los Corintios, en el capítulo primero tiene unas expresiones impresionantes sobre la cruz, que él meditaba y comprendía cada vez mas y nos transmitió su enseñanza.  Dice en la carta a los Corintios: “el mensaje de la cruz es locura para los que se pierden, pero para los que nos salvaremos por la gracia de Dios es fuerza de Dios.  Como el mundo con su sabiduría no reconoció a Dios en las obras que manifiestan su sabiduría, dispuso Dios salvar a los creyentes por la locura de la cruz, porque los judíos piden milagros, los griegos buscan sabiduría, mientras que nosotros anunciamos un Cristo crucificado, escándalo para los judíos, locura para los paganos,  pero para nosotros los llamados, tanto judíos como griegos, un Cristo que es fuerza y sabiduría de Dios, porque la locura de Dios es más sabia que la sabiduría de los hombres y la debilidad de Dios más fuerte que la fortaleza de los hombres”, texto impresionante, para pasar con el muchas horas, meditándolo e interiorizándolo.

Pablo que no dejó de entrar cada vez más en la hondura de la cruz, llegó a decir en la carta a los Gálatas, “lejos de mi gloriarme si no es en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por quien el mundo está crucificado para mi y yo para el mundo”.

San Juan Pablo II cuando era pontífice, en una visita a su patria Polonia, en un discurso que dirigió a los jóvenes universitarios, repitió un concepto de la cruz que en la Cuaresma anterior había dicho a los universitarios de Roma, lo repite en este discurso dirigido a los universitarios polacos el 8 de junio de 1979.  Me limito a leer las palabras exactas que dijera entonces brevemente: “Cristo es quien ha realizado un cambio fundamental en el modo de entender la vida, ha enseñado que la vida es un paso, no solamente hacia la frontera de la muerte, sino hacia la vida nueva, así la cruz ha venido a ser para nosotros la catedra suprema de la verdad de Dios y del hombre, todos debemos ser alumnos de esta cátedra en curso o fuera de curso, entonces comprenderemos que la cruz es la cuna del hombre nuevo, la cátedra de Dios en la historia para que todos aprendamos de ella en curso o no en curso.

Hermanos, la figura de la cruz es una figura geométrica, sencilla, simple, sobria pero elocuente.  Son dos ejes que están integrados formando una unidad magnífica del eje vertical y el eje horizontal.  La cruz nos revela en que consistió la vida del Hijo de Dios, como fue la existencia del Hijo de Dios de siempre, especialmente cuando vino a nuestro mundo por la Encarnación y cuando muere en la cruz por todos.

Desde luego todos podemos comprender que el eje vertical de la cruz revela la relación de Cristo con su Padre, el Hijo fiel de su Padre, el Hijo que se dedicó y consagró a cumplir la voluntad de su Padre.  El Hijo que justamente está allí crucificado obedeciendo designios arcanos de la voluntad amorosa de su Padre por nosotros.  Un amor que no cabe en nuestra cabeza a no ser que el Espíritu Santo nos lo infunda para experimentarlo y nos dé su luz propia para contemplarlo y comprenderlo. De modo entonces que el eje vertical de la cruz refleja, manifiesta, la relación propia de Cristo como Hijo de su Padre, nunca lo negó, nunca se alejó de Él, nunca lo olvidó, el Hijo fiel, en una intimidad con su Padre y totalmente consagrado a Él y al cumplimiento de su voluntad.  El Gólgota es la muestra extrema de la fidelidad de Cristo a su Padre.

Todos podemos comprender que el eje horizontal, se refiere a las relaciones con nuestros hermanos y nuestro prójimo, porque en la cruz, si por una parte es el Hijo de Dios que está muriendo allí en obediencia a designios arcanos del Padre, también es el hermano que está entregando la vida por todo el género humano, por cada hombre y cada mujer. Es el hermano que ha venido a entregarse hasta la muerte y muerte de cruz para redimir a cada hombre y cada mujer. El eje horizontal revela la fraternidad fiel, penetrante del Hijo de Dios con nosotros.   En una palabra, en la cruz al contemplar el rostro de Cristo, contemplamos, por una parte, como decía San Juan Pablo II, en el rostro de Cristo vemos el rostro humano de Dios y a la vez el rostro divino del hombre, Dios y hombre. 

Al contemplar al crucificado contemplamos al Hijo y al hermano, y eso nos revela, para todos, que nuestra vocación, nuestra misión en este mundo es ser y vivir como hijos y como hermanos.  Ni solo hijos sin los hermanos, ni solo hermanos sin el Padre.  Hemos de integrar la cruz, ambos ejes, para que sea la cruz completa, la cruz que nos representa y nos habla de Hijo de Dios crucificado en ella.  Somos hijos y hermanos.

Estamos en un momento cultural y ha sido una tendencia de siempre del ser humano de desarmar la cruz, es tan fácil desarmarla, es tan fácil quitar un eje y con solo que quitemos un eje ya no hay cruz, la hemos deshecho y en la cultura contemporánea es fuerte la tendencia a eliminar el eje vertical, la dimensión trascendente nuestra, la relación con el transcendente, la relación con el Padre.  Es un sector muy grande de la sociedad que ha amputado esta dimensión inscrita en nuestro ser, la dimensión de la relación con Dios, con el Padre de Jesucristo que es nuestro Padre. Está amputada esta dimensión en muchísimas personas y cómo se persigue ese ideal de amputar la dimensión trascendente en la vida social y civil, sacar la relación con Dios a como sea de todos los sistemas de la vida social.

También la tendencia es en la práctica eliminar el eje horizontal.  El eje horizontal que es el eje de nuestra relación con el prójimo.   Qué relación con el prójimo tenemos, no todo el mundo por supuesto, yo confío en que los miles de peregrinos de este día aquí, de estos días, de los que están en las ocho diócesis de Costa Rica caminando hacia filiales, ermitas y diaconías para venerar la imagen de la Virgen de los Angeles, no somos así, queremos estar en la cruz y mantenernos fieles a ella.

Nosotros traemos la cruz, yo traigo mi cruz pectoral, y está bien que la traigamos, pero sobre todo, es ella la que nos tiene que llevar, no es tanto que yo traiga la cruz, sino que sea la cruz de Cristo la que me lleve, que permanezca en ella los 365 días del año y toda la vida que Dios nos tenga en esta tierra, que es corta, breve, porque Dios en su sabiduría nos creó no para una vida de más o menos 80 años, no es miserable Dios en su dádiva con nosotros, no nos quiso dar una vida marcada nada más que del nacimiento a la muerte.  Su generosidad no es tan miserable, su generosidad es dar sin límite y nos ha creado para ser sus hijos y para concedernos no una vida de 80 años sino una vida eterna y todos sabemos que eterno quiere decir, no tiene fin, y que después de terminar nuestro paso por este mundo que terminará, nos pasa de este mundo al Padre, que para eso murió Cristo y resucitó para convertir la muerte en puerta de paso, en pasar de este mundo al Padre, en ser glorificados con Él, como el niño, cuando se desprende del seno materno no se aniquila, no desaparece, pasa a su madre con quien ha estado y nunca la ha visto y empezará a reconocer ese rostro que le sonríe , los ojos que lo miran con ternura y empezará a ver un amor que hasta entonces escondido para él. 

Así que la cruz de Cristo es ese doble eje, vertical y horizontal que ha de medir nuestra relación con Dios y con el prójimo todos los días de la vida.  Hermanos, para abrazar la cruz de veras, fielmente, como Cristo espera, como Él lo hizo, como lo han hecho los santos, como lo han hecho costarricenses de ayer, de hoy y de mañana.  Para abrazar la cruz con fidelidad no bastan nuestras fuerzas ni facultades, ya nos lo ha dicho San Pablo, los griegos buscan sabiduría y consideran la cruz como una insensatez y los otros, los judíos buscan milagros y consideran que la cruz no tiene razón de ser.

 Para abrazar la cruz decía, necesitamos otro don del Señor, sin ese don quedamos en pura carne y debilidad, sin la fuerza y las motivaciones.  Para abrazarnos a la cruz de Cristo que es abrazarnos a Cristo y seguirlo a Él por el camino de la vida, como nos ha invitado, contemplemos este punto.  La muerte de Jesús en el Calvario fue una entrega paulatina de sí.  Morir para Cristo es entregarse, donarse a sí mismo y en la cruz se dona hasta que llega  a la donación fundamental, como la última donación que hace, primero ha donado los vestidos, primero le donó la libertad a un bandido a cambio de Él que se quedó en la cárcel, le dio la vida eterna a un malhechor en el último minuto, brazos abiertos en la cruz, pronuncia una frase que yo creo en el diccionario del Gólgota no se pronunciaría nunca:  “Perdónalos, no saben lo que hacen”.   

Da un perdón ilimitado no solo a aquella generación que lo crucificaba sino a todas las generaciones de la historia. Dona un perdón.  Hemos oído en el texto este pasaje impresionante que Jesús en la cruz, viendo a su madre, con esa mirada propia del que ama y viendo al lado al discípulo dice: “mujer ese es tu hijo” y viendo al discípulo “ella es tu madre” junto a la cruz de Jesús.

Hermanos, estamos junto al altar eucarístico y estar junto al altar eucarístico equivale estar junto a la cruz de Jesús, porque la Eucaristía hace presente para nosotros aquel acontecimiento del Calvario y Cristo instituyó la Eucaristía para que todas las generaciones posteriores a Él, al estar en la Eucaristía junto al altar eucarístico, es como si hubiésemos estado aquel viernes santo junto a la cruz de Jesús.  De tal manera que ese acontecimiento se repite en cada celebración eucarística.

Pidamos luz al Espíritu para entender el misterio de la Eucaristía, a veces nos quedamos con los manteles y los ramos y no entramos en la entraña que contiene el misterio eucarístico. Siguen los dones de Jesús, dona el cuerpo. Horas antes había dicho al instituir la Eucaristía “esto es mi cuerpo que se entrega” y ahí lo está entregando en el Calvario “esta es la sangre que se derrama por ustedes y por muchos para el perdón de los pecados”. 

Para Cristo morir es esta donación progresiva de dones impresionantes hasta darnos el último don, el don fundamental.  Sin ese don no sé qué haríamos nosotros.   ¿Cuál es ese don? dice san Juan que al final ya en la cruz agotado, Jesús echó como un vistazo a su vida y a su obra y dijo “todo está consumado” y agrega san Juan, “inclinó la cabeza y entregó el Espíritu”.   Nos entregó el Espíritu, fue la ultima donación suya, entregarnos su Espíritu, el Espíritu que nos hace iguales a él, si queremos que nos haga, el Espíritu que viene a nosotros a provocar una transformación para continuar la entrega de Cristo, para seguir a la cruz en una relación fiel con el trascendente y en una relación fiel con nuestro prójimo.

Es la donación capital.  Sin ese Espíritu nosotros no podríamos experimentar una transformación que nos hace hijos de Dios y experimentar esa filiación divina, mantener la esperanza y experimentar un amor fraterno.  Una fraternidad para superar tantas cosas con nuestro prójimo, tanta violencia, estamos muy violentos no solamente los que cogen el gatillo para matar a otro, estamos muy violentos en nuestra vida intrafamiliar y en la calle.

La sociedad en la que estamos no nos enseña a manejar la cólera.   No nos enseña a controlar la ira.  No nos enseña a manejar el enojo. No somos educados para eso.  Somos violentos y agresivos, solo el Espíritu nos puede infundir la vida de Cristo, del pastor magnánimo, bondadoso, que da la vida por los demás.

Voy a terminar esta meditación estimados hermanos, contemplando de nuevo la cruz y al crucificado. En esa cruz y en esta crucifixión hay dos palabras presentes:  una es la palabra amor y se refiere al amor de Dios por nosotros que no lo echó atrás nada, ni el viernes santo ni los gritos ¡fuera con él! ¡crucifícalo! Llegó hasta el final a donde tenía que llegar en su fidelidad por nosotros, en la fidelidad de su plan que podemos meditar en el capítulo primero de la carta a los Efesios. Manifestó su fidelidad hasta el extremo, el amor suyo por nosotros, ni nuestros insolentes rechazos a él lo echaron atrás,  ni la violencia desatada, llegó hasta el final. 

Jesus como humano experimentó una inseguridad en el huerto cuando oraba “ Padre si es posible aparta de mi este cáliz tan amargo”.   Faltaban unas cuantas horas , las horas más difíciles pero las horas decisivas de la redención.  El Padre escuchó esa oración pero no lo complació, lo confortó,  pero el Padre caminó con El hasta el final, hasta ese momento en que Jesús dijo “todo está consumado” y entregó el Espíritu. 

La palabra amor está en la cruz pero a la vez está la palabra nuestra, la que escribimos con Dios, el odio, el rechazo, el grito “fuera con él”, “crucifícalo”, “no tenemos más Dios que al César”, el César de la riqueza, del poderío, el César de los placeres, de una vida libertina, sin oriente, sin razones para vivir.   El amor y el odio, podemos cambiar esas palabras por dos adverbios, el si y el no.  El Sí de Dios al hombre escrito con su sangre en el Gólgota y el no del hombre a Dios ¡fuera con él, crucifícalo, queremos una vida sin Dios, queremos una sociedad, economía, política, familias ,y personas sin Dios, fuera con él, crucifícalo, amputando la dimensión trascendente.  Amputada la dimensión trascendente queda inservible el eje horizontal.

Adán y Eva desobedecieron a Dios, cortaron la relación con Dios y en el capítulo siguiente Caín asesina a su hermano Abel.   La consecuencia de una cosa con otra.  Muchas cosas más.  Solo quiero terminar leyendo un parrafito muy breve: “El obispo de Nicaragua y Costa Rica Mons.Pedro Agustín Morel de Santa Cruz, hace 263 años, cuando vino como parte de su visita pastoral  a la Provincia de Costa Rica, llegó a Cartago, visitó el barrio los Ángeles, que describió como un barrio de mulatos, añadiendo que por esta tacha los vecinos de Cartago lo han segregado desde la ciudad, poniéndole por lindero una cruz de Caravaca y agregó, de este modo despreciativo son tratados de los hombres pero la Reina del Cielo que tanto se esmera en favorecer a los humildes, les ha hecho la honra de habitar entre ellos y que aquel barrio tenga su mismo apellido, quiero decir que en el propio barrio hay una efigie de Nuestra Señora de los Angeles muy milagrosa”.

María de Nazareth se sentía a gusto entre los suyos, entre los pequeños y los pobres.  Al estar junto a la cruz y contemplarla, María metía en su alma la existencia de su Hijo y la cruz de Cristo.  Virgen fiel, junto a la cruz de Jesús, ruega por nosotros.

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