El Catecismo Universal de la Iglesia enseña: “Para que la gracia pueda desarrollarse es importante la ayuda de los padres. Ese es también el papel del padrino o de la madrina, que deben ser creyentes sólidos, capaces y prestos a ayudar al nuevo bautizado, niño o adulto, en su camino de la vida cristiana. Su tarea es una verdadera función eclesial (officium). Toda la comunidad participa de la responsabilidad de desarrollar y guardar la gracia recibida en el Bautismo” (CEC, 1255) Podemos comprender que la misión del padrino o de una madrina “será convertirse en una ayuda espiritual” (CEC, 1311).
Además, las orientaciones doctrinales y pastorales del ritual del Bautismo de niños recuerdan que, en caso del bautismo de los adultos, “el padrino le habrá ayudado, al menos, en la preparación del sacramento, y después de bautizado, contribuirá a su perseverancia en la fe y en la vida cristiana”. En el bautismo de un niño (el padrino o madrina) representa a la familia, como extensión espiritual de la misma, y a la Iglesia madre, y cuando sea necesario ayuda a los padres para que el niño llegue a profesar la fe y a expresarla en su vida” (Praenotanda n. 16) Por eso, interviene en la celebración del Bautismo para profesar la fe, juntamente con los padres, la fe de la Iglesia en la cual es bautizado el niño (17).
Es importante recordar, concluye el comunicado, que los “padres han de tomar en serio la elección de buenos padrinos, para que el padrinazgo no se convierta en una institución de puro trámite o formalismo. No deben dejarse guiar únicamente por razones de parentesco, amistad o prestigio social, sino por un deseo de asegurar a sus hijos unos padrinos que, por su edad, proximidad, formación y vida cristianas, sean capaces de influir, en su día, eficazmente en la educación cristiana de sus hijos (praenotanda. 20)