La celebración de la Ascensión tiene orígenes ancestrales, tal como lo demuestra Eusebio de Cesarea y se ve influenciada por la tradición judía, por ejemplo, en la imagen de la “ascensión” a Dios, no sólo física –si bien las catedrales y los monasterios se sitúan a menudo en posiciones elevadas– sino también espiritual, entendida como purificación y recogimiento para escuchar la Palabra.
Inicialmente se celebraba en Belén precisamente para subrayar que desde allí todo había comenzado, y constituía una unidad con la fiesta de Pentecostés, celebrada la tarde del mismo día, pero de la que ya se había separado entre los siglos V y VI, como lo demostraron San Juan Crisóstomo y San Agustín, quienes a la Ascensión dedicaron homilías enteras.
La felicidad eterna
Esta solemnidad es una de las más importantes celebraciones de la Pascua, inmediatamente anterior al día de Pentecostés. ¿Qué nos enseña?
El P. Mariano de Blas LC, un sacerdote español de los Legionarios de Cristo, formador y misionero en México por muchos años, escribió hace algún tiempo un artículo en el que reflexiona sobre la Ascensión del Señor.
Recuerda que al ascender al cielo Jesús no pensaba sólo en su triunfo; pues quería que todos subieran con Él a la patria eterna.
“Ascensión clava nuestra esperanza de forma inviolada en nuestra propia felicidad eterna. Así como Jesús, Hijo de Dios, de José y María, ha subido con su cuerpo eternizado a la patria de los justos, así el mío y el de mis hermanos, el de todos los fieles que se esfuercen, subirá para nunca bajar, para quedarse para siempre allí”.
La Ascensión, agrega además, es un subir, es un superarse de continuo, un no resignarse al muladar. “Subir, siempre subir; querer ser otro, distinto, mejor; mejor en lo humano, mejor en lo intelectual y en lo espiritual. Cuando uno se para, se enferma; cuando uno se para definitivamente, ha comenzado a morir. Se impone la lucha diaria, la tenaz conquista de una meta tras otra, hasta alcanzar la última, la añorada cima de ser santo”
“El cielo es mío, el cielo es tuyo. ¿Subimos o nos quedamos? Dios creó al hombre, a ti y a mí, para que, al final, viviéramos eternamente felices en la gloria. Si te salvas, Dios consigue su plan, y tú logras tu sueño. Entonces habrá valido la pena vivir...”, anima el Padre Mariano.
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