El Tiempo de Cuaresma es efectivamente una llamada a la conversión que sirve a los creyentes para reconocer que somos pecadores y que necesitamos del Amor de Dios en nuestras vidas. Por esa razón, la Iglesia destaca la importancia de acudir siempre, pero especialmente en esta época, a recibir el Sacramento de la Reconciliación.
El Padre Rojas explicó que en los días de los primeros cristianos, los catecúmenos pasaban por un proceso antes de acceder al Sacramento del Bautismo y así formar parte de la Iglesia, este incluía el reconocimiento de los pecados y el recibimiento de la gracia del Perdón. Vivían una conversión radical, en la que empezaban una Vida Nueva en Cristo.
Después de bautizados, cuando cometían un pecado pasaban por un proceso para reintegrarse a la comunidad cristiana y rehacer su camino bautismal. Esto tenía una dimensión comunitaria, pues la comunidad apoyaba a los penitentes a superar sus debilidades. “No se trataba de señalarlos, sino de ayudarlos a reincorporarse”, comentó el especialista.
El sacerdote agrega que en aquel entonces los cristianos no se centraban en que un miembro de la Iglesia había cometido una falla, sino que este tenía una debilidad y que necesitaba acompañamiento para superarla. Se veía como una responsabilidad conjunta.
Según explica el Padre Manuel, hacia el segundo milenio de la Iglesia, ese enfoque de reconciliación integral y esa dimensión comunitaria comenzó a perderse. Se pasó a una visión con un tono jurídico y se volvió algo más individual.
Por eso, el Concilio Vaticano II, que miraba a las raíces de cristiandad, pidió que se revisara el rito y las fórmulas de la penitencia, de manera que expresaran más claramente la naturaleza y efecto del sacramento (Num. 72, Constitución Sacrosanctum Concilium)
El antiguo ritual habla de “indulgencia, absolución y remisión” de los pecados, así como de absolver los vínculos de “excomunión, suspensión y entredicho”. Nótese el tono jurídico, como si se tratara de un juicio, en el que hay un tribunal y un acusado.
Existe una gran diferencia con el ritual reformado, donde de entrada se solicita al sacerdote acoger con bondad al penitente y saludarlo con palabras de afecto. Cabe señalar que es el único ritual que pide expresamente una acogida bondadosa y con palabras de efecto.
Asimismo, al momento de la confesión de los pecados, el sacerdote ayuda al penitente, le da consejos oportunos y lo exhorta a la contrición para que sea renovado en el misterio pascual. “No dice por ningún lado que lo regaña”, aclara con firmeza el especialista en Liturgia.
Añade que este momento va más allá del sentimiento de culpa, más bien se trata de “la conciencia de que hice algo que no está conforme al plan de Dios en mi vida”, indicó.
Y agrega: “La contrición es una acción serena de reconocimiento, se hizo algo mal y se requiere hacer lo necesario para corregirlo. No significa que me sienta mal, me humille y me desprecie (...) más bien se recuerda que por el Sacramento de la Reconciliación va a ser renovado”.
El liturgista reitera que el verdadero sentido no es llegar a decir: “Yo hice esto mal y me vengo a acusar”, sino más bien decirle al Señor: “Esto me cuesta, esta es la parte de vivencia cristiana que me cuesta”.
“No es tanto decir: “Fui infiel a mi mujer”, sino: “Señor a mí me cuesta ser fiel”, ejemplificó. Y añade: “Sabiendo qué he hecho mal me doy cuenta de mis fragilidades”.
Después de confesar los pecados viene el momento de la aceptación de la satisfacción. Llama la atención que el ritual dice que “el sacerdote debe acomodarse en todo a la condición del penitente, tanto en el lenguaje como en los consejos que le dé”.
Es decir, se propone una obra de penitencia que el fiel la acepta para satisfacción de sus pecados y para enmienda de su vida, algo que ayude a resarcir el mal ocasionado o que le ayude en el proceso de cambio, o ambas.
El sacerdote reconoce que probablemente rezar un Padre Nuestro no baste para remediar un homicidio o para curar el alcoholismo, pero sí se le podría sugerir al penitente que asista a varias sesiones de Alcohólicos Anónimos, por ejemplo.
Pero el especialista insiste en que el sacerdote debe siempre de tratar de meterse en los zapatos del penitente, escuchar, tratar de entender y ayudarlo en su camino.
El Padre Manuel también destaca que en el momento de la imposición de manos y la absolución, el sacerdote extiende ambas manos o, al menos la derecha, sobre la cabeza del penitente. Dice que este es un signo de benevolencia y cercanía, que recuerda cuando un niño ha hecho algo mal y se acerca avergonzado al papá, quien lo acaricia con cariño.