“Tengo ganas, sí”: con estas palabras, el Papa Francisco confirma su disposición de realizar un viaje apostólico a China, en una entrevista concedida al Padre Pedro Chia, director de la Oficina de Prensa de la Provincia de China de la Compañía de Jesús.
El diálogo de casi diecisiete minutos fue publicado en las redes sociales de la congregación y grabado en la Biblioteca del Palacio Apostólico del Vaticano el 24 de mayo, memoria de Nuestra Señora Auxiliadora, patrona del santuario de Sheshan. El Pontífice manifiesta su deseo de visitar dicho santuario, en Shangái, y comenta que tiene una imagen de esta advocación mariana en su residencia, en Casa Santa Marta.
No puede pasar desapercibido el liderazgo moral del Papa Francisco alrededor del tema de la Inteligencia Artificial, esa auténtica revolución cognitiva-industrial a cuyas puertas estamos y que contribuirá a la creación de un nuevo sistema social.
Así quedó demostrado con la intervención del Pontífice en el Foro Intergubernamental del G7 realizado en Italia hace pocas semanas, en el que los líderes de los países más ricos debatieron sobre los efectos de la Inteligencia Artificial en el futuro de la humanidad.
A pesar de que este tema suscita por igual adeptos y detractores, el Papa recordó que tanto la ciencia como la tecnología son productos del extraordinario del potencial creativo que poseemos los seres humanos y que nos ha sido dado por Dios.
Un potencial que, en este caso, tiene implicaciones en numerosas áreas de la actividad humana: de la medicina al mundo laboral, de la cultura al ámbito de la comunicación, de la educación a la política, por lo que es normal suponer que su uso influirá cada vez más en nuestro modo de vivir, en nuestras relaciones sociales y en el futuro, incluso en la manera en que concebimos nuestra identidad como seres humanos.
Como toda herramienta, el uso de la Inteligencia Artificial será el que determine si se orienta al bien o si, por el contrario, lo hace al mal.
Por ejemplo, la inteligencia artificial podría permitir una democratización del acceso al saber, el progreso exponencial de la investigación científica, la posibilidad de delegar a las máquinas los trabajos desgastantes; pero, al mismo tiempo, podría traer consigo una mayor inequidad entre naciones avanzadas y naciones en vías de desarrollo, entre clases sociales dominantes y clases sociales oprimidas, poniendo así en peligro la posibilidad de una “cultura del encuentro” y favoreciendo la “cultura del descarte”.
En todos los pueblos del mundo (y Costa Rica no es la excepción), encontramos lugares ligados a acontecimientos. Por ejemplo, Los Ángeles en Cartago gracias al hallazgo de la imagen de la Patrona de Costa Rica, Nuestra Señora de los Ángeles. El Codo del Diablo, un lugar de Siquirres, Limón, donde ocurrió un terrible crimen de seis presos políticos, un 19 de diciembre de 1948. En la capital, San José, el famoso Paseo de los Estudiantes, por citar alguno de tantos. Es uno de los bulevares más transitados diariamente en San José, pero pocas personas conocen el porqué de su nombre. En 1937 se le llamó así para reconocer el esfuerzo que hicieron los estudiantes josefinos, en la lucha contra la dictadura del presidente Federico Tinoco, junto con trabajadores y otros personajes importantes de la tradición costarricense. En la actualidad, es más reconocido como “Barrio Chino”, pero es importante recordar el valor histórico que este lugar representa para el país. Y así por el estilo. Tienen un valor simbólico para todos nosotros.
Los diáconos permanentes de la Arquidiócesis de San José celebraron una santa misa para dar gracias a Dios por los diez años de su ordenación.
Este lunes 19 de agosto, la Diócesis de San Isidro celebró nada menos que 70 años de haber sido erigida. Por este aniversario, la Iglesia particular ha venido viviendo una serie de actividades dentro de un Año Jubilar, con momentos celebrativos y de fraternidad en todas sus parroquias y comunidades.
Concretamente, ese día celebró una santa misa en agradecimiento a Dios por el aniversario, en la Catedral diocesana a las 10 de la mañana, presidida por Monseñor Juan Miguel Castro, obispo diocesano, y concelebrada por varios obispos del país, el clero generaleño y fieles, que se espera lleguen en gran cantidad.
“Qué bendición para esta querida diócesis llegar a esta edad donde se han vivido infinidad de momentos lindos e importantes”, motiva la participación en la Eucaristía Mons. Castro.
Datos para la historia
El 19 de agosto de 1954, el Papa Pío XII erigió la Diócesis de San Isidro mediante la bula “Neminem Fugit”. Esta nueva jurisdicción eclesiástica es desmembrada de la Arquidiócesis de San José y de la Diócesis de Alajuela, comprendió los cantones de Dota, Tarrazú, y Pérez Zeledón de la Provincia de San José, y los cantones de Aguirre, Osa, Buenos Aires y Coto Brus de la provincia de Puntarenas, atendidos hasta ese momento por la Diócesis de Alajuela.
Después, con la creación de la Diócesis de Puntarenas, el 17 de abril de 1998, el territorio diocesano quedó modificado al separársele los territorios pertenecientes a los cantones de Aguirre y Parrita, así como los correspondientes a la Isla del Coco, al pertenecer al cantón de Puntarenas, geografía comprendida en la nueva jurisdicción.
La Diócesis de San Isidro de El General, está bajo el patrocinio de San Isidro Labrador, humilde santo madrileño, agricultor y jornalero que muere hacia el año 1130, y es canonizado por el Papa Gregorio XV, el 16 de junio de 1622.
La diócesis, está actualmente conformada por cinco vicarías foráneas, que agrupan 26 parroquias y más de seiscientas comunidades o filiales, distribuidas en los 7.857,04 km² de territorio, con una población estimada para el 2020, según datos del INEC, en 410.244 personas.