Nació en la ciudad francesa de Alençon, el 2 de enero de 1873, sus padres ejemplares eran Luis Martin y Acelia María Guerin, ambos santos. Tuvo una infancia muy feliz. Sentía gran admiración por sus padres. Cuando sólo tenía cinco años, su madre murió. Desde entonces, pesaría sobre ella una continua sombra de tristeza, a pesar de que la vida familiar siguió transcurriendo con mucho amor.
Vocación
Cuando tenía nueve años, su hermana, que era para ella “su segunda mamá”, entró como carmelita en el monasterio de la ciudad. Nuevamente Teresa sufrió mucho, pero, en su sufrimiento, adquirió la certeza de que ella también estaba llamada al Carmelo.
Instrumento de Dios
En el Carmelo vivió dos misterios: la infancia de Jesús y su pasión. Por ello, solicitó llamarse sor Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Se ofreció a Dios como su instrumento. Trataba de renunciar a imaginar y pretender que la vida cristiana consistiera en una serie de grandes empresas, y de recorrer de buena gana y con buen ánimo “el camino del niño que se duerme sin miedo en los brazos de su padre”.
Muerte y patronazgo
A los 23 años enfermó de tuberculosis; murió un año más tarde en brazos de sus hermanas del Carmelo. En los últimos tiempos, mantuvo correspondencia con dos padres misioneros, uno de ellos enviado a Canadá, y el otro a China, y les acompañó con sus oraciones. Por eso, Pío XII quiso asociarla, en 1927, a san Francisco Javier como patrona de las misiones. En 1925 él mismo la había canonizado.
Doctora de la Iglesia
San Juan Pablo II, que anunció la declaración de santa Teresa de Lisieux como Doctora de la Iglesia, la propuso también como patrona de los jóvenes.