Desde el primer momento, me impresionó y muy positivamente, que me ofreciera la clara imagen de una persona libre, y entonces despreocupado de lo que los demás pudieran pensar y decir de él. Inmediatamente, desde su modo de presentarse allá, desde la logia de Basílica Vaticana, esa noche del 8 de mayo, y desde el texto escrito que había preparado y que con tono de profunda conmoción, nos dirigía, me transmitió que Mons. Robert F. Prevost había como “desaparecido” en la figura del nuevo Papa León XIV… Era del todo evidente que únicamente le importaba, como lo demostraría en los días siguientes, era cumplir con la nueva misión, de un modo - como él mismo lo hizo comprender - “desarmado y desarmante”.
En él, era tan fácil, ver a la Iglesia de Cristo, abierta al mundo, la de los brazos abiertos para acoger a todos, pero con las siempre sorprendentes propuestas, que le son propias, porque son de Cristo resucitado, verdad y vida.
La imagen del Pastor Universal, libre de sí mismo, para ser servidor de todos, se me confirmó en los días siguientes, cuando hacía referencia a aspectos y dimensiones de una Iglesia con historia y que desde su historia se ha ido comprendiendo y definiéndose en su misión - como lo diría otro Papa, santo y sabio, Pablo VI - de “experta en humanidad” y por eso testigo y defensora de la infinita dignidad de la persona humana, no “disponible” pues, para algo meramente finito y mundano.
De ahí, estimada Carmen, me fue muy fácil, y claro no solamente para mí, darme cuenta enseguida, que el nuevo Papa, aunque se llamara León XIV, no era copia de nadie, y no porque él se lo propusiera, sino por lo que Dios le había otorgado y por lo que él, con la gracia divina, haya ido adquiriendo.
Me lo ha confirmado en estos días, acá en Italia, un monje que le conoció, joven, allá en Chicago; me repetía: “¡Robert F. Prevost, en todo lo que emprendía era “distinto”!”.
Sin embargo, no se trata de una “distinción” que separa y aleja, sino que invita a unirse para colaborar, en el grande respecto hacia la diversidad.
Sin duda, el joven agustino, Padre Robert Francis, encontró la confirmación de una diversidad que no necesariamente es contraste a su gran modelo y maestro, San Agustin, que de varias maneras había cifrado su convicción en la conocida expresión: “Sumus diversi, sed non adversi”, somos diversos pero no adversos.
Es la diversidad de la Iglesia que nuestro Papa León XIV refleja en su historia y persona, de origen italo francés, nacido y crecido en los barrios de Chicago, formado en la atmósfera internacional de los Agustinos, misionero en el amplio Perú, y Pastor Universal… Es una diversidad puesta al servicio de la catolicidad y unidad de nuestra Iglesia. Desde el primer momento de su Episcopado supo recoger la dialéctica de unidad y universalidad, en su escudo: “In illo uno, unum”, Ser uno en Aquel que es uno.
Esto se hace resonancia y quiere hacer vivencia en la otra afirmación atribuida al mismo San Agustín: “in necessariis unitas, in dubiis libertas, in omnibus caritas”, en lo necesario unidad, en las dudas libertad, pero en todo caridad.
Estimada Carmen, después de agradecer su pregunta, quiero en nombre de todos nuestros lectores, amigos y hermanos expresar nuestra profunda y constante gratitud a Dios que nos ha dado a Papa León XIV pero también nuestro gracias sincero a los Cardenales que en tan poco tiempo han encontrado el acuerdo para darnoslo, siendo así signo patente de una Iglesia que sabe integrar variedad y en algún momento inclusive contraste, pero que vive siempre por aquella unidad que es a la vez catolicidad - universalidad, por la cual Cristo oró y se entregó.