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¿Quién decidió la fiesta del hijo pródigo?

By Mons. Vittorino Girardi S. Marzo 30, 2025

“Monseñor, tuve ocasión de escucharle en varias celebraciones y a veces me sorprende lo que nos dice. En una de las últimas veces nos dijo que el que decidió la fiesta, cuando el hijo pródigo volvió a casa, no fue el papá, sino, el hijo. Como yo, muchos otros quedaron sorprendidos. ¿Tiene la bondad de volver a explicárnoslo? Creo que un poco le entiendo, pero me parece tan nuevo ese modo suyo de hablarnos del padre bondadoso que perdonó al hijo, para hablarnos de Dios Padre. Pido a Dios que le conceda vida y salud para que nos siga ayudando en nuestro caminar cristiano”.

Lidieth Sancho T. – Desamparados

 

Estimada Lidieth, comprendo que le haya sorprendido mi afirmación porque cuando, en los varios grupos lanzo la pregunta: ¿quién decidió la fiesta de que nos habla San Lucas en el capítulo 15 de su Evangelio, el papá o el hijo? Todos, en un primer momento, me contestan con un tono que no admite duda: ¡el papá! Sin embargo, cuando voy haciendo notar que el papá nunca había dejado de amar a su hijo, y que nunca había cambiado de actitud y que siempre había pensado en la posible acogida y en la fiesta con que hubiese celebrado el retorno de su hijo “pródigo”… poco a poco, todos los oyentes van comprendiendo que el que determinó que se celebrara la fiesta, fue el hijo. Si él no se hubiese decidido a volver a casa, programando su retorno, con las tan conocidas expresiones: “me levantaré, iré a la casa de mi padre y le diré, padre, he pecado contra Dios y te he ofendido…” (15, 18), nunca hubiese tenido la extraordinaria fiesta de acogida.

Su pregunta, estimada Lidieth, hizo que me acordara de unas expresiones del Beato Juan Pablo I, el Papa de la sonrisa, con que comentaba para sus sacerdotes, precisamente la parábola del Hijo pródigo o mejor del Padre misericordioso. Les dijo: “Miren, es Él (el Padre Dios) quien quiere salir a nuestro encuentro y no se desanima, aunque nosotros escapemos. Quiero intentarlo aún más días, mil veces… Él espera, siempre. Y nunca es demasiado tarde. Es así, está hecho así… es Padre. Un Padre que espera en la puerta. Que nos divisa cuando todavía estamos lejos y se enternece, y viene corriendo a echarse a nuestro cuello, a besarnos con ternura… Nuestro pecado se convierte entonces casi en una extraña, absurda “joya” que podemos regalarle para procurarle el consuelo de perdonar”.

Cuando, hace algún tiempo, me encontré con estas afirmaciones pensaba: “sólo un santo y un sabio puede expresarse de este modo”.

El Beato Juan Pablo I, afirma con toda claridad que es el hijo quien, con su decisión, le procura al papá el consuelo de ofrecer y celebrar el perdón. Esto equivale a afirmar, que es el hijo el verdadero responsable de la fiesta. Su decisión: “me levantaré e iré a mi padre”, hizo que el papá pudiera realizar, finalmente, lo que desde siempre había deseado: volver a abrazar a su hijo y devolverle aquello de lo  que su mala decisión de irse de casa, lo había despojado.

Estimada Lidieth y compañeras, es verdad, de mi parte insisto en todo esto, para hacer comprender que Dios es Amor, sólo Amor, pero un amor que para ser tal, implica ante todo “absoluto respeto”. Su amor no es impuesto, sólo es ofrecido, propuesto. La decisión de aceptarlo o rechazarlo es exclusivamente nuestra: nunca Dios nos quita el precioso don de la libertad. Es ese don -la libertad- que más que cualquier otro don natural, expresa que Dios nos ha hecho a su imagen y semejanza. Lo afirma con toda claridad la Constitución pastoral del Concilio Vaticano II, Gozo y Esperanza, en su número 17 y citando el texto bíblico del Eclesiástico: “La verdadera libertad es signo evidente de la imagen divina en el ser humano “Dios ha querido dejar al hombre en manos de su propia decisión” (Eclo 15, 14), para que adhiriéndose libremente a él, alcance la plena y bienaventurada perfección”.

Lidieth, nadie nos respeta tanto como nos respeta Dios; a nosotros, pues, nos deja la última palabra. Él acepta nuestra decisión, aunque le pueda causar un muy intenso dolor de ver que nos vamos de casa, traicionando su amor.

El conocido texto del libro del Apocalipsis 3, 20 es extremadamente luminoso al respecto. En él Cristo nos dice: “Estoy a la puerta y llamo, si alguien oye mi voz y me abre entraré y cenaré con él y él conmigo y le haré partícipe de mi trono”.

No es Él, Jesús, quien abra la puerta. Él por amor, llama, e insistentemente, a nuestra puerta, pero somos nosotros, cada uno, los responsables de la decisión de abrir o no abrir…

¡La decisión es tuya! Cantábamos en alguna ocasión.

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