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Luz para a un católico “desconcertado”

By Mons. Vittorino Girardi S. Diciembre 30, 2024

“Monseñor: Me han enseñado, desde muy joven, que hay que respetar y amar a la Iglesia y que hay que considerarla como nuestra madre. Sin embargo, estoy desconcertado. Hace algún tiempo, antes de la época del Covid-19, los medios nos informaban, con insistencia, acerca de los casos de abuso de parte de algunos sacerdotes. Ahora ya muy poco se dice y se escribe acerca de ese tema. Pero nos enteramos de algún obispo que ha sido excomulgado y de unas monjitas españolas, que han recibido la misma condena. Me pregunto, ¿qué sucede? Nunca en mi vida había oído de casos semejantes. Le he escuchado en varias ocasiones, Monseñor, y desearía saber qué piensa usted de todo esto”.

Johnny Campos L. – Heredia.

Estimado don Johnny: ante todo, mi espontánea reacción, es igual a la suya. Todo esto nos desconcierta y nos hace sufrir. No se trata de personas de “afuera”, quienes critican a la Iglesia y rompen la comunión que la caracteriza, sino, personas que más bien la deben representar, como son los obispos, religiosos y religiosas.

De mi parte, dejando a Dios el juicio, ya que sólo Él ve lo íntimo de cada persona, su historia y las circunstancias que han podido llevarla a la desobediencia, constato que con demasiada frecuencia, los fuertes intereses personales, fácilmente nos llevan a negar lo que, de suyo, es del todo evidente.

La historia de la Iglesia y de la sociedad civil, nos da muy numerosos casos de personas y de grupos, que por el peso psicológico de intereses propios, pierden la capacidad de juzgar los hechos, de acuerdo al normal sentido común, y terminan negando lo evidente.

Veamos algún caso. En el capítulo 9 del Evangelio de San Juan, se nos narra el asombroso milagro de la curación de un ciego de nacimiento. La autoridad judía, llevó a cabo cinco interrogatorios, y todo daba para que se admitiera ese milagro: sin embargo, aquellas autoridades, no quisieron admitir la evidencia de los hechos. Y es que, si lo hubieran admitido, necesariamente hubiesen debido reconocer a Jesús como profeta y Mesías… Lo cual, no querían en absoluto admitir, porque Jesús no aprobaba ni su conducta ni su modo de interpretar la ley… Sus intereses egoístas los “cegaban” y terminaban negando lo que era del todo evidente.

Aun más “increíble” es la reacción de la autoridad judía, con ocasión de la resurrección de Lázaro (cfr. Jn 11). ¡Todo era tan evidente! Desde hacía cuatro días él estaba en el sepulcro y Jesús le grita, “¡Lázaro, sal afuera!” Todos lo vieron vivo. Sin embargo, Caifás, sumo sacerdote aquel año, se ciega, no quiere ver lo evidente e inclusive -caso del todo absurdo- insiste en que no sólo se elimine a Jesús, sino también a Lázaro.

Cuanto más profundos y arraigados son los propios intereses egoístas, más fácilmente se cae en la ceguera y se niega lo evidente.

Por extraño que parezca, negar lo evidente, es un rasgo de muchos de nuestros contemporáneos y -dolorosamente- también de parte de algunas personas de la Iglesia.

Un ejemplo. Después del Concilio Vaticano II (1965), se han dado casos de católicos, y entre ellos obispos, presbíteros, religiosos que, “anclados” en sus convicciones e intereses, no fueron capaces de leer e interpretar correctamente lo documentos conciliares. De ahí que unos nunca los aceptaron, como fue el caso del obispo Lefebvre y su grupo; otros consideraron los documentos no suficientemente actuales. Las consecuencias fueron muy graves, ya de parte de los que se aferraron a formas de rígido tradicionalismo, como de parte de los progresistas que, desafortunadamente, cooperaron a numerosos abandonos de la vida sacerdotal, de la vida consagrada y de la vida misionera… Aún no nos hemos recuperado de aquellas graves pérdidas y nos preguntamos si eso será posible.

Si ahora pasamos al campo del vivir social, los casos de quienes niegan lo evidente, nos pueden incluso desanimar. Describamos unos ejemplos.

Es evidente que si la familia se descompone, también la sociedad se descompone. Pero reconocerlo obligaría al poder público a proteger la familia y nos obligaría a comprometernos para recomponer la propia familia. Pero no queremos comprometernos y no admitimos lo evidente.

Es evidente que la sexualidad distingue a hombre y mujer y que la naturaleza, de esa manera, asegura la procreación. Pero es fácil (aunque absurdo) negar esa evidencia por el egoísta interés de seguir los propios instintos.

Es evidente que no hay éxito en la vida que compense el fracaso de la familia. Pero reconocerlo, nos obligaría a renunciar a ciertos intereses egoístas, y no lo queremos.

Es evidente que la vida humana inicia en el momento de la concepción (fecundación), pero admitirlo implica afirmar que el aborto es un horrible crimen… Sin embargo, por intereses egoístas absurdos, lo negamos y así hablamos de… derecho al aborto.

¡Cuántos casos más, estimado don Johnny!

Supliquémosle a Jesús, como el ciego Bartimeo: ¡Señor, que yo vea! Y esa súplica equivale en la práctica a gritarle: ¡Señor, libérame de mis intereses egoístas que tan fácilmente me ciegan!

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