“Monseñor, una amiga mía tuvo un aborto espontáneo. Y me comentaba que cuando se presentó en el hospital ya que no cesaba la hemorragia, se sorprendió, incluso, se sintió humillada y ofendida de que la doctora le preguntara cuándo y cómo había expulsado el producto… Me decía: yo he perdido a mi bebé, y ella me lo califica de producto. ¿Por qué dicen eso en los hospitales y a las mamás? Le dirigí una pocas palabras de consuelo por su pérdida, pero yo misma quedé sorprendida y no supe darle una razón que justificara el uso de esa palabra, producto. ¿Qué debemos pensar, Monseñor? Para usted, nuestra estima y nuestra gratitud”.
Y. Q. – Alajuelita
Estimada A. Y., su correo me trajo a la mente una entrevista que, en la época del Covid-19, una periodista tuvo con el entonces ministro de salud Dr. Daniel Salas Peraza. Entre varios temas que se referían al decreto presidencial acerca del “aborto terapéutico”, le preguntó, precisamente, por qué se introdujo en el texto del decreto esa palabra, producto.
Recuerdo muy bien, que el ministro Salas sencillamente contestó que esa palabra es comprensible por todos y no necesitaba explicaciones; no añadió nada más.
Ahora bien, cualquiera sabe que cuando se sustituyen los términos y palabras comunes con nuevos modos de nombrar las cosas, a primera vista pudieran parecer inocentes, pero siempre hay una o más intenciones detrás. Lo mismo sucedió cuando el término “aborto” fue sustituido por “interrupción voluntaria del embarazo” y se quiso darle un adjetivo que podía hacer pensar que el embarazo es una enfermedad o casi, a la cual se le podrá aplicar el “aborto terapéutico”…
Se trata de casos en que ya no es la verdad clara y llana la que realmente nos debe interesar, sino, la “mentira” que queda disfrazada por el uso de nuevas palabras. Se trata del uso ideologizado de palabras. Es decir, con términos que a primera vista parecieran inocentes, de hecho son utilizados para encubrir intereses, es decir, mentiras.
Sigamos con nuestro ejemplo. La palabra “producto” a primera vista, parece un término inocente, pero de hecho, aunque exprese parte de la verdad, no la dice toda y claramente. Me explico: es verdad, el embrión, un feto, un bebé en el útero de la mamá, va “produciéndose” gracias a los órganos propios de la reproducción, pero el resultado, no es un producto cualquiera del cuerpo humano, como pueden ser las uñas, el pelo… sino que es un ser humano, de tanta dignidad personal como lo es la dignidad de la mamá y del papá y de cualquiera de nosotros… Pero si en lugar de embrión, feto humano, bebé… decimos sencillamente “producto” como que, a todas luces, se rebaja su dignidad y si lo pierdo o si incluso lo echo, lo destruyo, pareciera que no debo sentirme tan responsable ni culpable… Y más fácilmente podría introducirse el otro término, “derecho a la interrupción del embarazo” e inclusive, con el tiempo, proponer que se introduzca en la Constitución Política, como aconteció vergonzosamente en Francia. Pasó lo mismo en relación con la eutanasia. Se empezó hablando de “muerte digna” y el mismo término, eutanasia, del griego, significaría “buena muerte”… Y poco a poco, procurando el adormecimiento de la conciencia se ha llegado a hablar y a proponer abiertamente el “suicidio asistido”.
En los dos casos, nos topamos con propuestas indignas y deshumanas, aunque presentadas con “eufemismos”, otra vez una palabra del griego que indica términos “elegantes” e “inocentes”.
Lo que es urgente, estimada A. Y., es esclarecer la conciencia moral y sin introducir palabras y términos que cooperarían para adormecerla y a engañarnos, para que así se pueda llegar -casos muy frecuentes actualmente- a llamar bien al mal y mal al bien. Si algunos (actualmente ya son muchos) consideran la legislación permisiva del aborto y del suicidio asistido, como la afirmación de un principio de libertad, hay que declarar con valentía, siempre, a tiempo y a destiempo que, más bien, es el triunfo de intereses egoístas sobre el valor más sagrado, el de la vida humana y además, inocente. El aborto voluntario y directo, como lo declara nuestro nuevo Catecismo, es un horrible delito.
Para concluir, estimada A. Y., en fidelidad a la transparencia del lenguaje y libre de toda ideología, su amiga bien podía haberle contestado a la médico: “¡doctora, no he expulsado a un producto, sino que, desafortunada y dolorosamente he perdido a mi bebé!”
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