“Monseñor: me han enviado un breve artículo acerca de la tan discutida Misa en latín, y las observaciones, de tono molesto se refieren a un término para mí desconocido. El ultramontanismo. ¿Qué debemos entender precisamente con esta palabra? ¿Acaso es una ofensa decirle a un católico, usted es un ultramontanista? Mucho le agradezco su atención y su respuesta”.
Adrián Espinoza L. - San José
Estimado don Adrián, como acontece con casi todas las palabras, el término “ultramontanismo” ha ido evolucionando en su sentido originario. Y actualmente mucho depende de quién lo utilice. La palabra, ultramontanismo, deriva del latín “ultra-montes”, a saber, más allá de los montes. ¿Y de cuáles montes? Cuando se empezó a usar ese término, en Italia, se hacía referencia a la cadena de montañas propias del norte y, concretamente, a los Alpes.
Durante el Medioevo, cuando esta palabra se usaba para hacer referencia a cosas o a personas de la Iglesia, ella tenía sencillamente el sentido geográfico. Por ejemplo, para los italianos un Papa o un Cardenal alemán, era “ultramontano”, ya que Alemania se haya más allá de los Alpes, pero también había el sentido a la inversa: un Papa italiano era para los alemanes o franceses “ultramontano”.
Con el tiempo, la palabra fue perdiendo su clara acentuación geográfica y pasó a indicar la actitud o el sentimiento de cuantos, no teniendo en cuenta los intereses de la propia nación (Francia, Austria, Alemania… Italia misma) se proponían seguir integralmente las directrices y las orientaciones del Papa de Roma. Este significado se fue acentuando con la Reforma protestante y con el afirmarse de un espíritu “nacionalista”, inclusive en el ámbito religioso. Se fue considerando, entonces, al Papa y a su país (Estados Pontificios) como un potencia extranjera con la cual los italianos, naturalmente, eran considerados aliados, y de ahí que los católicos que no se “alineaban” abiertamente con los movimientos locales de carácter nacionalista, eran tachados de “ultramontanos” o “ultramontanistas”.
Después de la Revolución francesa (1789), habiendo logrado el Papa, en general, una renovada estima y autoridad moral, en Europa, se les acusaba de “ultramontanistas” a todo escritor, o político, u obispo, o movimientos del tipo que fuera… que demostraran una acentuada “devoción” al Papa y un total respeto de sus directrices, inclusive de tipo social y político. Y así, son llamados “ultramontanos”, en Alemania, a cuantos defendían una total y plena libertad de la Iglesia en abierto contraste con el excesivo poder estatal.
Actualmente, pues, el término “ultramontano” o “ultramontanista” puede ser usado en dos sentidos opuestos: o para señalar a toda persona y a todo movimiento o grupo que se caracterizan por una actitud de “preferencia”, de adhesión a la autoridad del Papa y, en general, de la Santa Sede.
Sin embargo, puede significar, también lo contrario, a saber, la actitud de los organismos propios de la Santa Sede en pretender difundir e imponer su autoridad y sus decisiones mermando así la autoridad y la responsabilidad de los Obispos locales. Esta actitud se opone muy abiertamente a lo que afirma el Concilio Vaticano II, en su Constitución dogmática Lumen Gentium (Luz de las Gentes) en su número 27: “Los Obispos rigen, como Vicarios y legados de Cristo, las Iglesias Particulares que les han sido encomendadas, con sus consejos, con sus exhortaciones, con sus ejemplos, pero también con su autoridad y sacra potestad, de la que usan únicamente para edificar a su grey en la verdad y en la santidad, teniendo en cuenta que el que es mayor ha de hacerse como el menor, y el que ocupa el primer puesto, como el servidor (cfr. Lc 22, 26-27). Esta potestad que personalmente ejercen en nombre de Cristo, es propia, ordinaria, e inmediata, aunque su ejercicio esté regulado en definitiva por la suprema autoridad de la Iglesia […] En virtud de esta potestad, los Obispos tienen el sagrado derecho, y ante Dios el deber, de legislar sobre sus súbditos, de juzgarlos y de regular todo cuanto pertenece a la organización del culto y del apostolado”.
Precisamente, por lo que acabamos de constatar en estas disposiciones del Concilio Vaticano II, no pocos teólogos y Obispos consideran que lo que la Santa Sede, con la anuencia del Santo Padre ha establecido acerca de la práctica prohibición de celebrar la Santa Eucaristía en Latín y usando el Misal aprobado en 1962, sería fruto de una actitud ultramontanista que opacaría la autoridad de los Obispos en sus diócesis.
Personalmente, creo que convenga dejar que pase algún tiempo (¿unos años?) para ver si en nuestra Iglesia Romana desaparezca la celebración en latín y con el rito anterior a la reforma conciliar o si vuelve a “entrar” por la puerta grande de la aprobación, al lado de los muchos otros ritos y en distintos idiomas, que existen ya en la Iglesia, Una, pero también Católica, es decir, universal, llamada a ser familia de muchas razas, culturas, idiomas, ritos…
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