Cuando los hijos prevén y presienten que sus padres están a punto de separarse y divorciarse, experimentan la angustiosa sensación de inseguridad acerca de dónde vivirán, con quién, a qué colegio asistirán, de cuándo podrán estar y convivir con el progenitor que se fue a vivir a otro lugar… Cuando, además, constatan niveles altos de conflicto entre los papás viven una muy dolorosa experiencia de abandono, porque, ¿cómo esperar amor de personas tan agresivas y violentas?
Uno de los aspectos más negativos del divorcio es la pérdida de relaciones cercanas, confiadas, con el padre. La ausencia de la figura paterna tiene fuertes consecuencias emocionales, ya en niños, como en niñas y, que influyen en el desarrollo de la propia identidad. No hay que engañarse: las visitas, las convivencias de fines de semana, no suplen la ausencia y, además, esos encuentros con frecuencia les exigen a los hijos encontrarse con la nueva pareja del papá.
Todos estos problemas se agravan, en gran medida, cuando uno o los dos divorciados tienen hijos con la nueva pareja. El sentido de “extrañeza” y de abandono que experimentan los hijos del primer matrimonio es de muy intenso dolor, que lleva fácilmente a profundos desequilibrios psíquicos e inclusive a serios malestares físicos…
Todo lo que le estoy escribiendo, estimada Madre Divorciada, lo he constatado a lo largo de mis ya numerosos años de apostolado.
No lo hago, obviamente, para desanimarla, sino, para expresarle que le comprendo y que le acompaño, como usted me lo pide, con mi oración y apoyo.
Ahora, unos breves y respetuosos consejos. Ante todo, no dude de la presencia amorosa de Dios; usted no está sola: Dios es nuestro Padre, nos conoce y nos ama y nos da la fuerza para aceptar y, de algún modo, superar dificultades que nos parecen insuperables. ¡Oremos mucho, y confiemos!
Además de mantener y expresar el cariño hacia sus dos hijos, mantenga también, y con perseverancia, la debida disciplina con ellos. Me refiero a una disciplina serena, que no dependa del estado de ánimo y sin temor a que, exigiendo disciplina, pueda perder el cariño de sus hijos. Ellos, aunque a veces fallen, perciben que la necesaria y justa disciplina, brota de la misma fuente del amor de madre. Anímelos al bien, al compromiso como estudiantes, a la ayuda mutua, pero más con su ejemplo que con la insistencia verbal y, menos aún con expresiones de ira y de agresividad… Ore con ellos, mi estimada Carmen, aunque con prudencia y paciencia. Y por último, nunca les “hable mal” de su papá y alégrese de sus encuentros frecuentes, positivos, con él.
Sé que todo esto suena a “heroísmo”, pero no se trata de algo imposible, cuando pedimos y contamos con la ayuda de Dios.