Lo verdaderamente importante, consiste en saber pasar del “enamoramiento” al “amor”; del “me gustas” al “te quiero, te amo… porque te amo”.
El ideal se alcanza cuando constatamos que ya no hay motivos o razones que pesen más que el amor. Un ejemplo: que mi hijo no sea tan guapo, tan simpático, tan inteligente, tan… no son motivo para que yo no lo ame y me repita, “se ha terminado el amor”, más bien, puede acontecer precisamente lo contrario y que alguna limitación de mi hijo me impulse a amarle y a cuidarle más, con un amor hecho de gratuidad y de ternura.
Por el contrario, el “enamoramiento” sí que termina. Nada cuesta enamorarse, como nada cuesta tener hambre o desear descansar después de la fatiga. El amor auténtico, por el contrario, exige “conocimiento y decisión”, y cuando acontece, acontece para siempre. Es por eso que la aventura más noble de toda persona, y la más gratificante y a la vez la más comprometedora es el amor.
Segunda consideración. Todo esto, estimada Ana, no excluye que se den de hecho, situaciones matrimoniales que usted llama “insoportables”. Las causas que pueden llevar a esa dolorosa e invivible atmósfera, son muy diversas, unas que a lo mejor podrían ser previstas, y otras del todo imprevistas.
En tales circunstancias, hay que buscar humilde y confiadamente, ayuda: la de Dios, primero, con la oración y con una más intensa vida sacramental (confesión y santa comunión), y luego la ayuda profesional con personas que realmente crean que hay que hacer todo lo posible para recuperar el auténtico valor y contenido de aquel sagrado juramento con que cada uno se ha comprometido a “amar y respetar” a su propia pareja, durante toda la vida. Y, obviamente, todo eso en un clima de constante y respetuoso diálogo.
Hay casos, sin embargo, en que se va descubriendo que al momento del matrimonio, no se daban todos los elementos de un verdadero y consistente “contrato matrimonial”. Si se da tal circunstancia, se descubre la conveniencia de presentar un posible “caso de nulidad matrimonial”. Se creía que había matrimonio, cuando de hecho nunca lo hubo aunque la pareja conviviera de buena fe.
Tercera consideración. Desafortunadamente, puede darse el caso de un “verdadero matrimonio”, en que sin embargo, la convivencia resulta realmente imposible y por varias causas, como podría ser el caso de un profundo desequilibrio psiquiátrico que lleve a una violencia incontrolable, o una repetida infidelidad conyugal con el peligro de transmisión de alguna enfermedad… y pueden darse otras graves causas. En tales casos, tanto el “sentido común”, como la moral cristiana no excluyen la separación, inclusive muy prolongada, aunque, obviamente, el matrimonio no quede por eso anulado… Como sabemos, los procesos canónicos de nulidad, propiamente no anulan el matrimonio, sino que declaran -si es el caso- que el matrimonio en cuestión nunca existió.
Estimada Ana, todo cuanto hemos dicho y cuanto constatamos en nuestros ambientes, nos impulsa a que sigamos pidiendo para que tengamos familias que “oren unidas y se mantengan así unidas”.