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Tus dudas: ¿Qué hacer cuando “termina” el amor?

By Mons. Vittorino Girardi S. Octubre 28, 2022

“He participado en la preparación de varios matrimonios, de familiares, y amigos, y siempre con cierta angustia, espero esa afirmación: “lo que Dios une, que no lo separe el hombre”. No pocos de esos matrimonios ya no viven unidos. Y por otra parte, ¿cómo podemos obligar a una pareja a que vivan juntos, cuando ya se terminó el amor? He oído relatos de señoras mayores quienes habiendo tomado muy en serio, la otra afirmación, “hasta que la muerte los separe”, han aguantado situaciones deshumanas de parte de maridos enfermos de machismo, violentos, y que sólo pretendían derechos. Esas situaciones no son sólo cosas del pasado. Yo no soy tan mayor, y ya estoy sola; todo se me hacía insoportable. Cuando me casé, jamás podía pensar, que tenía que aguantar tanto. No pido ninguna respuesta, Monseñor. El mío es sólo un desahogo y, por favor, póngame en oración para que no vuelva a equivocarme”.

Ch. M., Ana – Alajuela. 

- Estimada Ana, su “desahogo”, me motiva para que le presente a usted y a otros lectores de nuestros Eco, unas consideraciones, sencillas, aunque esté yo bien consciente de que se dan situaciones tales, en que las palabras de poco sirven. Lo que más ayuda, es compartir el propio dolor, la cercanía y la comprensión de personas amigas y lo que usted escribe al final, a saber, la ayuda de la oración confiada a aquel Dios que es nuestro Padre, que nunca nos abandona y que puede sacar el bien de cualquier situación, por cuanto adversa sea (cfr. Rm 8, 28).

Primera consideración. No pocas veces se me ha repetido la expresión, “cuando se termina el amor”. ¿Usted que piensa, estimada Ana? ¿Realmente puede terminarse el amor? Hasta ahora, nunca en casi 60 años de ser sacerdote, he escuchado a una mamá o a un papá que me dijeran: “se me ha terminado el amor hacia mi hijo o hacia mi hija”… No hace mucho, un joven homosexual caído en drogas, me comentaba: “hay una persona con quien todavía puedo contar y que me espera; es mi mamá”.

Hay que distinguir, y con valentía y sinceridad, entre amor, con el cual se busca el bien del otro, del “enamoramiento”, que nos impulsa hacia el otro o la otra, porque nos atrae, nos gusta… Mientras que el verdadero amor, es ante todo dar y darse, sin ningún interés, el enamoramiento implica por sí mismo, el buscar el propio interés, la propia ventaja. No pocos jóvenes hoy en día más que en el pasado, cuando experimentan un vínculo sentimental profundo, dicen, “¡Me gustas!”… Y en esto son sinceros, pues aún no sienten que puedan decir, con sinceridad, “te quiero, te amo”. Además, ya han experimentado, aunque todavía jóvenes, que es tan fácil pasar de un “me gustas”, dicho a la pareja “de turno”, a otra a la cual le repiten lo mismo.

Lo verdaderamente importante, consiste en saber pasar del “enamoramiento” al “amor”; del “me gustas” al “te quiero, te amo… porque te amo”.

El ideal se alcanza cuando constatamos que ya no hay motivos o razones que pesen más que el amor. Un ejemplo: que mi hijo no sea tan guapo, tan simpático, tan inteligente, tan… no son motivo para que yo no lo ame y me repita, “se ha terminado el amor”, más bien, puede acontecer precisamente lo contrario y que alguna limitación de mi hijo me impulse a amarle y a cuidarle más, con un amor hecho de gratuidad y de ternura.

Por el contrario, el “enamoramiento” sí que termina. Nada cuesta enamorarse, como nada cuesta tener hambre o desear descansar después de la fatiga. El amor auténtico, por el contrario, exige “conocimiento y decisión”, y cuando acontece, acontece para siempre. Es por eso que la aventura más noble de toda persona, y la más gratificante y a la vez la más comprometedora es el amor.

Segunda consideración. Todo esto, estimada Ana, no excluye que se den de hecho, situaciones matrimoniales que usted llama “insoportables”. Las causas que pueden llevar a esa dolorosa e invivible atmósfera, son muy diversas, unas que a lo mejor podrían ser previstas, y otras del todo imprevistas.

En tales circunstancias, hay que buscar humilde y confiadamente, ayuda: la de Dios, primero, con la oración y con una más intensa vida sacramental (confesión y santa comunión), y luego la ayuda profesional con personas que realmente crean que hay que hacer todo lo posible para recuperar el auténtico valor y contenido de aquel sagrado juramento con que cada uno se ha comprometido a “amar y respetar” a su propia pareja, durante toda la vida. Y, obviamente, todo eso en un clima de constante y respetuoso diálogo.

Hay casos, sin embargo, en que se va descubriendo que al momento del matrimonio, no se daban todos los elementos de un verdadero y consistente “contrato matrimonial”. Si se da tal circunstancia, se descubre la conveniencia de presentar un posible “caso de nulidad matrimonial”. Se creía que había matrimonio, cuando de hecho nunca lo hubo aunque la pareja conviviera de buena fe.

Tercera consideración. Desafortunadamente, puede darse el caso de un “verdadero matrimonio”, en que sin embargo, la convivencia resulta realmente imposible y por varias causas, como podría ser el caso de un profundo desequilibrio psiquiátrico que lleve a una violencia incontrolable, o una repetida infidelidad conyugal con el peligro de transmisión de alguna enfermedad… y pueden darse otras graves causas. En tales casos, tanto el “sentido común”, como la moral cristiana no excluyen la separación, inclusive muy prolongada, aunque, obviamente, el matrimonio no quede por eso anulado… Como sabemos, los procesos canónicos de nulidad, propiamente no anulan el matrimonio, sino que declaran -si es el caso- que el matrimonio en cuestión nunca existió.

Estimada Ana, todo cuanto hemos dicho y cuanto constatamos en nuestros ambientes, nos impulsa a que sigamos pidiendo para que tengamos familias que “oren unidas y se mantengan así unidas”.

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