Usted, estimada Gema, en su correo me habla de “muchas razones” que una mamá podría tener para no llevar a término su embarazo. Tratándose de un tema tan importante como es el de la vida del propio hijo o hija y entonces el tema de “proteger” o eliminar una vida inocente, hay que ver si realmente nos encontramos frente a “muchas razones”, y si estas son verdaderas razones. Por ejemplo: ¿es razón que un feto tenga alguna seria deficiencia en su desarrollo, para que se pueda eliminar como sería el caso del Síndrome de Down? Me refiero a este caso porque creo que usted ya está enterada de ello, basta esta razón para que el médico por ejemplo en Islandia, parece también el el norte de España, en el País Vasco, tenga motivo para eliminar el niño del cual sabemos que si llega a salir del vientre materno saldría con Síndrome de Down. Ciertas regiones, con orgullo, diría -aunque la palabra sea muy dura- orgullo diabólico, pretenden llegar a un momento en que ya no haya niños o niñas que nazcan con Síndrome de Down. No es la salud que me da derecho a vivir o motivo para que me maten; no es ningún defecto físico que sea razón para eliminar a una creatura cuando además es el propio hijo o hija.
Con esto no se niega que se den realmente casos serios, como por ejemplo el de un aumento grave y peligroso de la presión de la embarazada que podría causar un infarto y en tal caso la muerte de los dos, la madre y el hijo que ella está esperando... en este caso, le corresponde al médico especialista, medir los riesgos en el momento de aplicar el remedio apropiado, aunque pueda implicar un posible real peligro de dañar al feto, al niño que la embarazada está esperando. Su intención no es dañar al niño -aún menos eliminarlo- sino sanar a la mamá que puede tener serio peligro de infarto. Lo que el médico especialista quiere directa y explícitamente es la salud de la madre y si la madre logra la salud esto termina beneficiando también a su creatura. Sin embargo podría una fuerte dosis necesitada para controlar la presión, dañar al feto pero no es esa su primaria intención. Estamos frente a lo que los moralistas llaman “acción de doble efecto”, en que lo que se busca es lo moralmente correcto aunque con el riesgo de un “daño” no querido en absoluto.
Desafortunadamente, un tema tan importante y fundamental como es el del derecho a la vida de todo ser humano, desde su primer momento de la concepción al momento de su muerte natural, está sometido a “visiones” de partido, de ideologías, de intereses económicos e inclusive de egoísmos de carácter racial...
Más allá de todos estos condicionamientos, hay que guardar y defender el irrevocable derecho universal a la vida. Como lo había repetido San Juan Pablo II, ¡no cabe “disponer del ser humano”! Es la verdad que ha sido consignada en el número 2271 de nuestro Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica a que hemos hecho referencia: “el aborto es gravemente contrario a la moral; es un horrible delito”. Es una afirmación que jamás ha cambiado desde los primeros tiempos del cristianismo y que ha sido confirmada por las intervenciones del magisterio de la Iglesia y particularmente de parte de los últimos Sumos Pontífices (son innumerables, en estos últimos años, las declaraciones de nuestro Papa Francisco).
De parte nuestra, hagamos todo lo posible para apoyar todo esfuerzo para que se evite el aborto, valorando a lo máximo las dos vidas, la de la mamá y la del hijo. No cabe “abaratar” ninguna de las dos, mientras nos resuena dentro el fundamental mandamiento: no matarás.