Brevemente: es demasiado fácil negar la verdad, cuando, de admitirla, deberíamos cambiar nuestro modo de vida.
Es lo que constatamos con dolorosa frecuencia, en nuestro “mundo”, en el que lo falso y fácil, se transmiten con mayor rapidez, que lo verdadero y exigente, de modo que, como escribió San Pablo, “el corazón insensato queda envuelto en tinieblas” (Rom 1, 21).
¡Los ejemplos, los tenemos a mano y muy abundantes! Es tan evidente que no nos hemos dado la vida y que, en definitiva, todo don nos viene de Dios, creador y Padre… Sin embargo, admitir esta evidencia obliga a vivir en actitud de gratitud y de fidelidad a Dios… Y eso es lo que no se quiere.
Es evidente la insustituible importancia de ambos roles o papeles, de padre y madre, en la educación de los hijos, como es evidente que si los padres educaran correctamente a sus hijos, sobre todo, con el ejemplo, habría menos delincuentes, y una juventud más sana. Pero admitir esta verdad, me obligaría a mí a ser un padre mucho más responsable… Pero yo no quiero cambiar, y sigo culpabilizando a mis hijos.
Es evidente que la sexualidad, en el plan originario de Dios, está orientada a dar la vida, en la procreación, pero admitiéndolo, nos obligaría a la honestidad y al respeto, pero no lo queremos.
Y esto es aún más grave: Es evidente que la vida humana inicia en el momento de la fecundación, cuando el elemento masculino se encuentra con el femenino (cigoto), pero admitirlo nos obligaría a todos, a reconocer que el aborto es un horrendo delito. Pero no quiero reconocerlo y afirmo, con extrema superficialidad, que en el comienzo de la vida humana hay sólo un “conjunto indefinido de células” (¡!).
¿Cuántos ejemplos más podemos dar? Permítame un caso más, Fabián: Es evidente que el “placer” no es la verdadera alegría; sin embargo, cuántas veces, por “una gota” de placer que, además, cuesta dinero, perdemos la alegría.
En conclusión, muy verdadera y atinada es la siguiente afirmación: “si no se vive como correctamente se piensa, se termina pensando como no-correctamente se vive”. Y entonces, Fabián, que el Señor nos conceda su Espíritu para que queramos y podamos vivir con coherencia y para que tengamos tanta paciencia (sin ningún aire de superioridad) con quienes no quieren aceptar nuestras correctas convicciones.