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Tus dudas: ¿Por qué hay personas que se resisten a la verdad?

By Mons. Vittorino Girardi S. Julio 08, 2022

“Después de estos dos años duros de pandemia, hemos podido volver al trabajo con mis compañeros de antes. Ha sido motivo de alegría. Trabajar solo, desde mi casa, me estaba resultando “sin gusto”. Sin embargo, después de los primeros días, en que dominaba la alegría del encuentro, han empezado los “contrastes” por nuestro modo distinto de pensar acerca de temas de importancia, como son los valores morales y nuestra fe cristiana. Me pregunto, ¿a qué se debe tanta resistencia, cuando se trata de valores que para mí son tan evidentes? ¿Son algunos de mis compañeros más inteligentes y preparados que yo? ¿Qué me dice, Monseñor?

 Fabián Segura C. - Alajuela

Su comentario, estimado Fabián, me trae a la mente lo que leemos en el capítulo 9 del Evangelio de San Juan. Jesús acababa de sanar a un ciego de nacimiento. El milagro era más que evidente y todos lo podían constatar.

Sin embargo, las autoridades judías, después de cinco (nada menos) interrogatorios sucesivos, con el ciego curado y con sus padres, concluyeron que ¡no pudo haber milagro!... Según ellos, Jesús no podía realizar el milagro porque no guardaba -según ellos- el sábado como ellos hubiesen pretendido (cfr. Jn 9, 16). El ciego curado, con un natural “sentido común”, les hacía notar que si “éste (Jesús) no viniera de Dios, no tendría ningún poder” (Jn 9, 33). Era del todo evidente: Jesús había realizado el milagro con el poder de Dios. Sin embargo, las Autoridades judías no querían en absoluto admitir la evidencia del milagro, porque, de admitirla, debían creer en Jesús, y eso era lo que, en absoluto, no querían.

Negar lo evidente, estimado Fabián, es más bien frecuente, cuando hay “intereses” que no nos permiten ver y que, inclusive, nos ciegan. Y no hay peor ciego, nos dice Jesús, que aquel que viendo, dice, no ver (cfr. Jn 9, 41).

La misma preparación intelectual, cuando hay fuertes y egoistas intereses, en lugar de ayudarnos a conocer y admitir la verdad, fácilmente puede ser utilizada para buscar supuestos argumentos para negarla, precisamente como hicieron aquellos judíos, quienes con desprecio, le dijeron al ciego sanado: “has nacido todo entero en pecado, ¿y nos das lecciones a nosotros?” (Jn 9, 34).

Brevemente: es demasiado fácil negar la verdad, cuando, de admitirla, deberíamos cambiar nuestro modo de vida.

Es lo que constatamos con dolorosa frecuencia, en nuestro “mundo”, en el que lo falso y fácil, se transmiten con mayor rapidez, que lo verdadero y exigente, de modo que, como escribió San Pablo, “el corazón insensato queda envuelto en tinieblas” (Rom 1, 21).

¡Los ejemplos, los tenemos a mano y muy abundantes! Es tan evidente que no nos hemos dado la vida y que, en definitiva, todo don nos viene de Dios, creador y Padre… Sin embargo, admitir esta evidencia obliga a vivir en actitud de gratitud y de fidelidad a Dios… Y eso es lo que no se quiere.

Es evidente la insustituible importancia de ambos roles o papeles, de padre y madre, en la educación de los hijos, como es evidente que si los padres educaran correctamente a sus hijos, sobre todo, con el ejemplo, habría menos delincuentes, y una juventud más sana. Pero admitir esta verdad, me obligaría a mí a ser un padre mucho más responsable… Pero yo no quiero cambiar, y sigo culpabilizando a mis hijos.

Es evidente que la sexualidad, en el plan originario de Dios, está orientada a dar la vida, en la procreación, pero admitiéndolo, nos obligaría a la honestidad y al respeto, pero no lo queremos.

Y esto es aún más grave: Es evidente que la vida humana inicia en el momento de la fecundación, cuando el elemento masculino se encuentra con el femenino (cigoto), pero admitirlo nos obligaría a todos, a reconocer que el aborto es un horrendo delito. Pero no quiero reconocerlo y afirmo, con extrema superficialidad, que en el comienzo de la vida humana hay sólo un “conjunto indefinido de células” (¡!).

¿Cuántos ejemplos más podemos dar? Permítame un caso más, Fabián: Es evidente que el “placer” no es la verdadera alegría; sin embargo, cuántas veces, por “una gota” de placer que, además, cuesta dinero, perdemos la alegría.

En conclusión, muy verdadera y atinada es la siguiente afirmación: “si no se vive como correctamente se piensa, se termina pensando como no-correctamente se vive”. Y entonces, Fabián, que el Señor nos conceda su Espíritu para que queramos y podamos vivir con coherencia y para que tengamos tanta paciencia (sin ningún aire de superioridad) con quienes no quieren aceptar nuestras correctas convicciones.

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