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Tus dudas: ¿Cuándo instituyó Jesús el Sacramento de la Confirmación?

By Mons. Vittorino Girardi S. Junio 30, 2022

“Monseñor, soy catequista desde hace varios años, y cuando se daba la necesidad, siempre he enseñado que los Sacramentos otorgan la gracia porque han sido instituidos por Jesucristo que es la fuente de toda gracia. Sin embargo, y lo digo con pena, nunca he sabido cuándo y cómo Jesús instituyó el Sacramento de la Confirmación. Le agradezco muchísimo, Monseñor, si me da un poco de luz sobre esta inquietud mía”.

Gabriela Castro L. - Alajuela

 

Estimada Gabriela, no podemos pretender encontrar en el Nuevo Testamento, textos bíblicos que de una manera explícita, nos informen que Jesús fue constituyendo, uno tras otro, los siete Sacramentos, con que ha dotado a su Iglesia.

Lo que debemos hacer es ver cómo la Iglesia, guiada por el Espíritu Santo que Cristo le aseguró (cfr. Jn 16, 13) ha podido comprender la intención de Jesús en relación con cada uno de los siete Sacramentos, considerando y analizando el conjunto de cuanto Jesús “hizo y enseñó”.

Ahora bien, si aplicamos este criterio para “descubrir” el origen o institución de parte de Cristo, del Sacramento de la Confirmación, constatamos fácilmente múltiples indicaciones o “insinuaciones” al respecto. Veamos algunas.

El descenso del Espíritu Santo sobre Jesús en su Bautismo por Juan, fue el signo de que Él era el que debía venir, a saber, el Mesías, el Hijo de Dios (cfr. Mt 3, 17-18; Jn 1, 33-34). Habiendo sido concebido por obra del Espíritu Santo, toda su vida y toda su misión se fue realizando en una total comunión con el Espíritu Santo que el Padre le dio “sin medida” (Jn 3, 34).

Esta plenitud del Espíritu no debía ser considerada y, no es en efecto, un “privilegio” del Mesías-Jesús, sino, que debía ser comunicada a todo el pueblo mesiánico, como lo leemos en la profecía de Joel (3, 1-5), que San Pedro recordó al pueblo, precisamente el día de Pentecostés: “En los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre todos los hombres […]; derramaré en aquellos días mí Espíritu y proferirán palabras divinas” (Hch 1, 16.19).

Por otra parte, no hay que olvidar que Jesús, en repetidas ocasiones, había prometido la efusión o el derramarse del Espíritu: “No se apuren -les dijo Jesús a sus discípulos- pensando cómo se deban defender o qué tengan que decir, porque el Espíritu Santo les enseñará lo que deban decir” (Lc 12, 12). Y cuando se despide antes de su ascensión a los cielos, les promete a los apóstoles: “quédense en Jerusalén, y recibirán la fortaleza del Espíritu Santo que descenderá sobre ustedes y asegurarán así la verdad de mi doctrina y de mis hechos” (Hch 1, 8). Bien sabemos que esta promesa se realizó en el día de Pentecostés (cfr. Hch 2, 1-4).

Llenos del Espíritu Santo, los Apóstoles empezaron a proclamar “las maravillas de Dios” (Hch 2, 11) y de ese modo empezó la Evangelización que llevaba a los creyentes a pedir el Bautismo y a ser “confirmados” en él por la efusión del Espíritu Santo (cfr. Hch 2, 38).

Desde aquel tiempo, los Apóstoles, en cumplimiento de la voluntad de Cristo que, -como hemos recordado- había prometido el don del Espíritu, comunicaban a los recién bautizados, mediante la imposición de las manos, el Espíritu Santo, destinado a completar la gracia del Bautismo.

Nos da mucha luz, al respecto, cuanto leemos en los Hechos de los Apóstoles acerca del trabajo misionero del Diácono Felipe. Él había predicado el Evangelio en Samaria y los que lo habían aceptado, fueron bautizados. Entonces, “cuando los apóstoles estaban en Jerusalén se enteraron de que los samaritanos habían recibido la Palabra de Dios, les enviaron a Pedro y a Juan. Éstos bajaron allá e hicieron oración por ellos, a fin de que recibieran el Espíritu Santo […]. Pues, sólo estaban bautizados en el nombre de Jesús, el Señor. Los dos apóstoles, les impusieron las manos, y así recibieron el Espíritu Santo” (Hch 8, 14-17).

Esto explica por qué en la Carta a los Hebreos, se recuerda entre los primeros elementos de la formación cristiana, “la doctrina del Bautismo y de la Imposición de las manos” (6, 2).

Es esta imposición de las manos la que ha sido, con toda razón, considerada por la Tradición Católica, como el primitivo origen del Sacramento de la Confirmación, el cual perpetúa en cierto modo en la Iglesia la gracia de Pentecostés, como lo afirmó el Papa San Pablo VI, en su Constitución Apostólica “Participación de la Naturaleza divina”.

Como puede apreciar, estimada catequista Gabriela, aunque no quepa encontrar en el Nuevo Testamento las palabras precisas con que Cristo “instituyó” el Sacramento de la Confirmación, en los Evangelios y en los Hechos, se nos ofrecen múltiples “indicaciones” o sugerencias de parte de Cristo, que la Iglesia, desde su comienzo, entendió e interpretó como voluntad de Jesús mismo, para que los Apóstoles y luego sus sucesores, los Obispos, impusieran las manos a los nuevos Bautizados, para otorgarles una nueva efusión del Espíritu.

Pronto, y en consonancia con la tradición ya presente en el Antiguo Testamento, a la imposición de las manos se le añadió la unción con el aceite perfumado llamado “Crisma”. Es el rito actual de la celebración del Sacramento de la Confirmación, que con el Bautismo y la Eucaristía, constituyen los llamados “Sacramentos de la Iniciación Cristiana”.

 

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