Durante este tiempo de confinamiento, aunque no haya disminuido el ritmo de trabajo, muchos han sido los pensamientos que han aflorado a mi mente y muchas las preguntas que me han surgido, particularmente en relación con la post pandemia. De entre ellos le expongo aquí tres, aunque, por necesidad muy brevemente.
El primero, con frecuencia está acompañado por un audio que me enviaron hace unos meses. Un día subió a un autobús una joven señora con muchos bultos, y sin ningún cuidado y más bien con prisa, golpeó con ellos groseramente a una señora, un poco adelante en los años. Sin embargo, ésta no pareció molestarse, lo cual sorprendió a la que acababa de sentarse, sin ninguna atención, a su lado. Y entonces, cobrando confianza, le preguntó: Señora, ¿por qué no se molestó por mi actitud tan descuidada y grosera? La señora, con tono sereno, le contestó: “no se preocupe, yo bajo en la próxima parada, y el viaje es corto”.
La pandemia del Covid-19 ha matado con “preferencia”, a los adultos mayores, pero, en cualquier caso, el “viaje” de la vida siempre es corto… Lo que más interesa es la pregunta acerca de la Parada. ¿Adónde vamos? ¿A dónde se dirige el viaje? ¿Alguien nos está esperando en la Parada? Una vez más, el tener la muerte en estos meses tan “a mano” (todos los días nos informan de los miles y miles que mueren), me ha hecho pensar en el mensaje de Vida que fundamentalmente es el cristianismo… Ya no había “esperanza” humana para muchos de los que eran admitidos en Cuidados intensivos (UCI) y, sin embargo, el cristiano sabe que la muerte no es el final, es el comienzo de la Vida que “esperamos”. Sí, ser cristiano es tener esperanza: la que se impone a toda desesperanza en este mundo.
El segundo pensamiento, o más bien, experiencia, ha sido la de una creciente y, más bien, amarga sorpresa… Una de las más graves dificultades que muchísimos de nosotros, quizá todos, hemos experimentado durante este último tiempo, ha sido la de no poder conocer la verdad. La persistente invasión de noticias y opiniones e informes, en lugar de hacernos conocer la verdad, más bien la han ido opacando, cerrándonos el camino para llegar a ella.
Esta situación se ha traducido necesariamente en desconfianza e inseguridad alimentando así, no sólo una justificada preocupación, sino el “virus” del pánico. ¡Cuánto se ha dicho, escrito, comunicado y programado acerca del Covid-19, pero qué poca certeza hay acerca de su naturaleza, acerca de su posible propagación y de los posibles responsables de su “descontrol”!
¿A qué y a quién hay que acudir para conocer la verdad y así enterarnos si cabe abrir camino hacia el control de este virus asesino?...
Una sociedad, la que sea, jamás podrá construirse sobre la falsedad y la mentira de parte de quien controla o pretende controlar los medios de comunicación. La historia nos ha mostrado muchos casos, demasiados, de quienes luchando y con los medios que sean, para lograr el poder, terminan siendo ellos mismos, sus víctimas. Cuando el poder, del tipo que sea, no es entendido como servicio, se vuelve dañino inclusive para aquellos que lo detentan.
El tercer pensamiento, que encierra a la vez una profunda enseñanza, ha sido el siguiente. La pandemia nos ha hecho “tocar con la mano”, e insistentemente, que tenemos muy poco control de nuestra propia vida. Un minúsculo virus nos tiene a todos de rodillas. ¡Somo tan frágiles!
Entonces, ¿por qué no cuidamos, en cualquier circunstancia y en favor de todos, este precioso don? ¿Por qué hacernos tan ciegos y gastamos tantos medios económicos (y en muchas naciones, con dinero público, fruto de impuestos), para matar, eliminar fríamente a inocentes por medio del aborto? ¿Cómo se puede llegar a afirmar que “matar” es un derecho de la madre de la propia criatura? Si la pandemia del coronavirus justamente nos ha preocupado, el virus del “aborto libre”, horrible delito, como de hecho lo es y lo presenta la Iglesia Católica, nos debe indignar. ¡Este horrible delito se nos ha vuelto inaguantable!
Espontáneamente he vuelto a recordar y a leer el siguiente texto de H. Böll, premio Nobel de literatura de 1972. “Yo antepondría el peor de los mundos cristianos al mejor de los mundos paganos, porque en el mundo cristiano hay lugar para quien no tiene lugar en el mundo pagano (sin Dios y sin esperanza): los mutilados, los enfermos, los ancianos, los débiles (como lo son los embriones, descartados con el apelativo de “producto”) y porque hay algo más que lugar: hay amor para aquellos que resultan inútiles para el mundo pagano y ateo”.