En efecto, a lo mejor, uno acaba de confesarse precisamente llegando al templo antes que empiece la celebración de la Eucaristía… Él -como diría usted– “ya está limpio”, sin embargo participa en las demás oraciones de petición de perdón, con todos los demás fieles, no porque dude de que Dios le haya perdonado con el Sacramento de la Penitencia, sino para alimentar y sostener su “desapego” de toda forma de pecado, renovando su sincero arrepentimiento y el vivo deseo de reparar el daño que, pecando, ha podido causar a los demás y a sí mismo.
Es un proceso que acontece también en nuestras relaciones con los demás. A una persona a quien hayamos ofendido o disgustado, le pedimos perdón, y aunque seguros de su perdón, volvemos a decirle, repetidamente, que nos perdone, para expresarle así que de veras estamos arrepentidos y que estamos decididos a no volver a lo que ha causado el disgusto.
Si alguien, por el contrario, se encuentra en pecado grave o mortal, participando con fe en esas oraciones, va disponiéndose a un sincero arrepentimiento tan necesario para el Sacramento de la Penitencia y a la vez va acogiendo la gracia y la ayuda de Dios para quitar el pecado.
En síntesis: no hay que ver el Sacramento de la Penitencia (Confesión) como que “excluyera” los momentos penitenciales de la Celebración de la Eucaristía y no hay que considerar éstos como si “excluyeran” el Sacramento de la Penitencia.
Casi dijéramos: si me he confesado, ¿por qué vuelvo a pedir perdón en la Santa Misa? Si pedí perdón, y con fe, en la Celebración Eucarística, ¿por qué confesarme? Son realidades que se integran, en que unas preparan o prolongan (según los casos) a las otras: pidiendo perdón en la Santa Misa, me voy disponiendo y preparándome para el Sacramento de la Penitencia (Confesión) y si acabo de confesarme, prolongo y hago más profundo mi arrepentimiento y mi decisión de no volver a pecar, participando y haciendo míos los momentos penitenciales y las oraciones de petición de perdón de la Santa Misa.
En nuestra liturgia se refleja nuestra vida. Como en ésta hay “actos” y “procesos”, así en la liturgia: el Sacramento de la Penitencia, representa más bien un acto y por excelencia de la necesaria conversión, mientras que en la Celebración Eucarística, con sus varios momentos penitenciales, se manifiesta y se va realizando el proceso de conversión.