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¿Qué pasa con los que dicen no creer en Dios?

By Mons. Vittorino Girardi S. Julio 22, 2021

“Monseñor, soy un joven de los que se están preparando para el sacramento de la Confirmación y con mis compañeros le estaba escuchando, cuando nos habló vía Zoom, hace unas semanas. Usted iba contestando a las preguntas que nuestra Catequista ya le había enviado, pero no hubo tiempo para que contestara la mía. Se la envío, y le agradezco su respuesta. ¿Qué pasa con los que dicen no creer en Dios? ¿Y los conflictos que van enfrentando, se deben a que no se acercan a Dios?”

Byron Sequeira M. - Liberia

Una primera observación, mi estimado Byron: no es nada fácil establecer hasta qué punto alguien, joven o menos joven, logre realmente excluir de su conciencia, la creencia en Dios como causa primera y creador de todo este mundo, fascinante y a la vez, en algún momento, “trágico”, que nos rodea. Si a veces, por las manifestaciones del mal en el mundo, y especialmente por el sufrimiento de los inocentes, puede aflorar en nuestro propio corazón la duda e, inclusive, una dolorosa sensación de indignación y resentimiento, no resulta nada fácil convencerse que todo existe sin ninguna razón o causa y sin ningún sentido.

Por otra parte, la negación de Dios como creador, significaría que el Universo ha existido desde siempre, increado y autosuficiente. Sin embargo, tal afirmación, a su vez, implica una profunda y abierta contradicción: si cada realidad de las que nos rodean es finita y perecedera, ¿cómo es posible que su conjunto o su suma sea autosuficiente e increada? La suma de seres, todos ellos finitos y perecederos, nunca podrá resultar en un todo imperecedero y, por eso, eterno e incausado.

Lo que acabamos de afirmar, queda confirmado por el simple hecho de que no ha existido nunca, en ninguna parte del mundo, ningún pueblo que no haya tenido su religión, entendida como relación con la divinidad… El mismo filósofo K. Marx que se proclamaba ateo, tuvo que reconocer que la historia de todos los pueblos es, ante todo, la historia de su propia religión.

Usted Byron, que es de Guanacaste, sabe que la población chorotega era un pueblo muy religioso.

Hay otra razón, por la cual afirmamos que la creencia en Dios es mucho más común y mucho más difundida que el ateísmo, la indiferencia religiosa o la increencia. Se la voy a exponer: Dios es nuestro Creador y Padre y nos ha destinado a estar con Él, cuando termine nuestra peregrinación por este mundo. Es lo que leemos en la primera Carta de San Pablo a Timoteo: “Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (2, 4). Ya que Dios quiere que todos nos salvemos, Él, con su paciente bondad, llama al corazón de todos, para que le abramos y le podamos dar acogida en nuestra vida. Es precioso lo que leemos en el libro del Apocalipsis: “Yo estoy a la puerta y llamo; si alguien me abre, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo” (3, 20).

Todos los días comprobamos la verdad de esta afirmación: los que creemos en Dios, los que le hablamos en la oración, los que nos acercamos a Él con los sacramentos… vivimos con mucha más paz y serenidad, que los que se dicen “ateos” o que repiten la conocida expresión: “yo no creo en nada”.

El no creer en Dios, como podemos constatarlo, no es pues consecuencia de ningún lógico razonamiento. Con otras palabras, el ateísmo no se sostiene con posibles “razones”. Cuando alguien se declara “no creyente” lo hace por motivaciones “no racionales”. Lo puede hacer, a lo mejor, porque advierte la admisión y la presencia de Dios como un constante reproche de la propia vida desordenada, o porque no ha sido educado en ninguna religión, o por el influjo de malas compañías, o por causa de crítica presentada por algún profesor que ha sembrado la duda afirmando que la ciencia se opone a la fe, o por algún escándalo de parte de quien se proclama creyente… Las motivaciones son, pues, muy variadas.

Sin embargo, se observa que, con el pasar de los años, con las sorprendentes experiencias de la vida y de sus inevitables sufrimientos, muchos vuelven a la Fe.

Adelante, pues, estimado Byron y usted, con su testimonio cristiano, manifieste cuánto más bella y digna de ser vivida, es la vida del creyente, en comparación con la del no creyente, que inevitablemente resulta superficial, triste, sin sentido y, con frecuencia, inclusive agresiva.

Con todo esto, no queremos decir que los conflictos y sufrimientos que acompañan la vida humana se deban al no creer en Dios. No lo olvidemos: ¡Dios no nos castiga! Es el mismo pecado el que nos causa muchísimos sufrimientos, como los causan la droga, el alcohol, el narcotráfico, la violencia, la venganza, la corrupción, los desórdenes sexuales, la pornografía, la trata de personas, la desunión familiar… Bien lo saben los sociólogos que son sinceros: de cinco partes de sufrimiento humano, cuatro partes se deben a nuestros pecados, que siempre se derivan, de algún modo, del excluir a Dios de nuestra vida.

Estimado Byron, además de dar buen testimonio, pidamos para que Dios aumente nuestra fe.

 

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