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Sagradas Escrituras: Caín y Abel

By Noviembre 10, 2023

Dos hermanos, hijos de Adán y Eva, llamados Caín y Abel, una historia de aparente preferencia divina, que termina con un fratricidio. ¿Historia real, simbólica o ejemplar? ¿Qué podemos aprender de ella? En primer lugar, es importante leer el texto de Gén 4,1-17, donde aparece especialmente la figura de Caín, el verdadero protagonista, junto a la de Abel, su hermano. Ambas figuras, como las de Adán y Eva, no son históricas en el sentido moderno de la palabra, sino simbólicas y teológicas. Es decir, el texto no cuenta con detalle la vida y milagros de ambos hermanos, sino una enseñanza válida para todos los tiempos, toda una bella catequesis.

Comienza afirmando que la “Viviente” (Eva), consiguió un hijo. Por eso, el nombre Caín significa “adquirir”. Es decir que, como hijo de “Eva” fue un don, anhelado por Eva, la que le dio la vida (Ver Gén 4,1). Pero su nombre, en hebreo, también significa “herrero”, de allí aquel que forja “lanzas”, que puede ser instrumento de guerra o instrumento de labranza, según el pasaje de Is 2,4-5.

Él es el verdadero protagonista aquí y no tanto Abel, cuyo nombre en hebreo significa “soplo”, “nada”, “cosa que se desvanece” y que en el relato es simplemente “el hermano de Caín”, con poco relieve e importancia, pues no habla ni dice nada y es víctima de su hermano. Y el texto como tal, puede ser interpretado en dos formas: la primera de forma colectiva, es decir, Caín sería un antepasado legendario de las tribus de los cainitas o quenitas, pueblo vecino y emparentado con el pueblo de Israel (ver Núm 7,29; Juec 1,16; 4,17) y la segunda, más conocida por nosotros, donde Caín es presentado como prototipo de asesino. De forma que, siguiendo a esta segunda interpretación, el pasaje bíblico enseña que todos somos hermanos, y todo aquel que mata a un ser humano, es un verdadero “fratricida”.

El P. Francesc Ramic Darder, con respecto a esta historia, nos enseña lo siguiente: “El Dios de Israel está siempre al lado de la víctima, del pequeño, del pobre; esta metáfora tapiza la Escritura. Abrahán tuvo un hijo con Agar, Ismael, el mayor, y otro con Sara, Isaac, el menor; pero la alianza prosiguió con Isaac: “Dice el Señor: En cuanto a Ismael […] lo bendigo […] pero mi alianza la estableceré con Isaac” (Gn 1720-21). Isaac tuvo dos hijos, el mayor Esaú, y el menor Jacob; aun así, el pacto divino recayó sobre el menor: “La tierra que yo di a Abrahán y a Isaac, te la doy a ti (Jacob)” (Gn 35,12).

Contra la costumbre antigua que privilegia al mayor, la Escritura enfoca la preferencia divina hacia el menor. Algo idéntico ocurre con la elección de David, el monarca emblemático. Cuando Samuel, enviado por Dios, se presentó en casa de Jesé para ungir al rey de Judá, creyó que había encontrado al candidato en la persona de Eliab, el hijo mayor de Jesé; entonces le dijo el Señor: “Yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la del hombre: el hombre ve las apariencias, pero el Señor escruta el corazón” (1Sm 16,7).

Aconsejado por Dios, Samuel preguntó a Jesé por el hijo más pequeño, David; entonces Dios le dijo: “Levántate y úngelo (a David), porque es este (el rey)" (1 Sm 16,12). Quizá lo más sorprendente, sea el discurso que Moisés, en nombre de Dios, dirige a los israelitas: “El Señor se fijó en vosotros y os eligió, no porque fuerais más numerosos que los demás pueblos, pues sois el más pequeño de todos, sino por el amor que os tiene” (Dt 7,7-8).

Como apreciamos, pues, el Dios de la Escritura está con las víctimas, Abel, con el menor, Isaac y Jacob, con el pequeño, David, y con la comunidad más sencilla, Israel. El Dios de Israel no se conforma con estar junto a la víctima, siente el ultraje contra ellas como violencia ejercida contra él mismo. Cuando Caín hubo matado a Abel, Dios le dijo: “La sangre de tu hermano me grita a mí desde la tierra” (Gn 4,10). La locución “me grita a mí”, traducida literalmente, señala el sufrimiento de Dios por el penar de la víctima. La espiritualidad bíblica constata el dolor de Dios ante el sufrimiento de los oprimidos, “Tú (Señor) ves la pena y la aflicción y la tomas en tus manos” (Sl 10,14), y la vez que advierte contra la injusticia: “No despojes al pobre […] ni oprimas al desvalido” (Pr 22,22).

El Señor está con la víctima, Abel, pero no abandona al asesino, Caín, pues “Dios no desea la muerte del pecador, sino que se convierta y viva” (Ez 18,32). Asustado por las consecuencias del crimen, Caín suplicó el auxilio divino. Entonces el Señor “puso una marca en Caín, para que no lo matara quien lo encontrase” (Gn 4,15); después, como hemos dicho, Caín se fue al país de Nod, para comenzar una nueva vida. La marca indica la entereza con que Dios protegerá a Caín, en la vida nueva que inicia. La protección es tan cierta que la tradición hebrea, anclada en el Tárgum, alcanza el hondón de la interpretación: “El Señor plasmó en el rostro de Caín una letra del nombre divino”. Como sabemos, el nombre divino será revelado a Moisés, durante el prodigio de la zarza: “Yo soy el que soy. Explícaselo así a los israelitas: Yo soy me envía a vosotros” (Ex 3,14).

Según la tradición bíblica, la protección divina sobre Caín se perpetuó sobre su descendencia. La Escritura certifica que Caleb, el quenita, alegoría del cainita descendiente de Caín, era “adorador del Señor” (Nm 32,12); igualmente, Otoniel, su hermano (Jc 1,5), experimentó como “el espíritu del Señor” se posaba en él (Jc 3,10); ambos hermanos participaron en la conquista de la tierra prometida (Jc 1,12-13; 3,7-11).

Cuando el texto establece que Caleb y Otoniel, de estirpe quenita, eran servidores del Señor, atestigua, desde el prisma simbólico, que la protección divina sobre Caín, ancestro simbólico de los quenitas, se perpetuó sobre su descendencia. Tampoco abandonó el Señor a Adán y Eva que, tras la muerte de Abel y la partida de Caín, habían quedado solos; permitió que engendraran un hijo, a Set. El cariz poético invita a interpretar el nombre como “aquel con quien de nuevo comienza la historia”, pues de Set nacerá Enós, ancestro de Abrán. En síntesis, el autor bíblico ha plasmado, desde el sentido común y la perspectiva antigua, la evolución de la sociedad; pero, plasmándola, ha subrayado cómo el Dios de Israel está siempre del lado de las víctimas y protege siempre al ser humano…”. Estamos, pues, ante un mensaje muy actual, válido en las circunstancias que estamos viviendo en Costa Rica y el mundo, donde la vida es vulnerada e irrespetada, como también se pisotean los derechos de los pobres y los marginados.

(¿Quiénes son Caín y Abel? Biblia y Oriente Antiguo. http://bibliayoriente.blogspot.com/2018/08/quienes-son-cain-y-abel.html).

 

Martín Rodríguez González

Periodista, licenciado en Ciencias de la Comunicación Colectiva y egresado de la maestría en Doctrina Social de la Iglesia. Trabaja en el Eco Católico desde el año 2002 y desde el 2009 es su director.

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