La Biblia con su relato del paraíso hace que ese lugar inhóspito, pero potencialmente feraz de los inicios de la civilización, se convierta por obra divina en un jardín. Fue Dios “el que plantó un jardín en Edén” (Gén 2,8); no fue obra humana. En esa frase, el vocablo “edén” significa lo “excelente” y “delicioso” (ver 2 Sam 1,24; Jer 51,34; Sal 36,9). De ahí que este lugar no es más que el resumen de la idea, de que la región era una suerte de jardín protegido por los reyes, lugartenientes de los dioses, para propiciar la felicidad del hombre.
Por eso, el término “jardín” en este pasaje, plantado por mano de Dios, nos hace recordar el ámbito divino en el que Yahvé protege y defiende especialmente al ser humano, citando a Is 58,11: “El Señor te guiará incesantemente, te saciará en los ardores del desierto y llenará tus huesos de vigor; tú serás como un jardín bien regado, como una vertiente de agua, cuyas aguas nunca se agotan”, como también a Jer 31,12: el pueblo judío, liberado de sus enemigos, “llegarán gritando de alegría a la altura de Sión, afluirán hacia los bienes del Señor, hacia el trigo, el vino nuevo y el aceite, hacia las crías de ovejas y de vacas. Sus almas serán como un jardín bien regado y no volverán a desfallecer”.
Dios colocó al hombre en el jardín (oasis en medio del desierto) que había creado para que lo cultivara. Dios asocia al hombre, “al que había hecho poco inferior a los ángeles y que había coronado de gloria y dignidad” (Sal 8,8), en la obra de la creación. La tarea humana, el trabajo humano está en el proyecto original de Dios sobre el hombre. No es un castigo como consecuencia del pecado. Colaborar en la creación con su Creador es un don, es una oportunidad de realización del hombre como obra del amor de Dios y la acción del Espíritu. El significado global del jardín de Edén es teológico, pero no geográfico.
Hablar entonces del paraíso es la dramatización de algunas verdades fundamentales: significa el bienestar por excelencia, es símbolo de la felicidad, es imagen plástica de la comunión misteriosa del hombre con Dios. En él se cultivan árboles de toda clase que el hombre puede disfrutar: dramatización de todos los bienes que proporcionan al hombre su bienestar. De forma que este lugar tiene una fuerte carga simbólica. Muchas canciones como, por ejemplo, la de Alejandro Fernández y Gloria Stefan (“En el jardín”), expresan la dicha y el encuentro de las personas consigo mismas y con quienes aman, comparándolas con un paraíso: En el jardín de mis amores, donde sembré tantas noches de locura, tantas caricias colmadas de ternura, que marchitaron dejando sinsabores. En el jardín de mis amores, he cultivado romances y pasiones, que con el tiempo se han vuelto desengaños, que van tiñendo de gris mis ilusiones…
¿Existió este lugar tan bello y encantador? El paraíso descrito así no es localizable, por más que los exploradores de todos los tiempos hayan intentado encontrarlo. Los autores sagrados más bien intentaron decirnos lo que puede ser un mundo armonioso, sin pecado y sin males. El paraíso es un “proyecto” divino de paz, justicia, felicidad y fraternidad, que está todavía pendiente de lograr por parte nuestra, porque este mundo lo hemos convertido en un “valle de lágrimas”. Bien sabemos que, tanto en Costa Rica (“vergel bello de aromas y flores”), como en el mundo entero, la falta de solidaridad, la corrupción, el egoísmo y el pecado en todas sus formas, campean a sus anchas…, como también la explotación de nuestros recursos naturales, que han convertido a nuestro país es un erial, es decir, en un desierto en todos los sentidos… Cuando esta realidad y situación cambie, es posible hacerlo entre todos, unidos de la mano de Dios, viviremos pues en un verdadero paraíso (ver Is 11,6-9; Ap 22,1-5).