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Sagradas Escrituras: El Cosmos en Génesis 1

By Pbro. Mario Montes M. Agosto 20, 2023

Si nosotros leemos o escuchamos el texto de Gén 1,1-19, nos podemos dar cuenta de la imagen del cosmos o del universo que el pueblo de la Biblia tenía. En efecto, la visión del mundo que tenían los hebreos de la antigüedad, era muy distinta a la nuestra. Nosotros sabemos que la tierra es redonda, que vivimos en un sistema solar, cuyo centro es el Sol  y los diversos planetas, satélites, asteroides y cometas que giran alrededor de él, entre ellos la Tierra, nuestro hogar, y que hay un universo infinitamente enorme con millones de estrellas, galaxias, nebulosas, planetas, soles, agujeros negros y demás. Pero, para el pueblo hebreo de aquellos tiempos las cosas eran muy distintas y su manera de entender el mundo y el universo, era la que todos los pueblos orientales de aquellos tiempos compartían y era común entre la gente. No olvidemos que la Biblia es un libro eminentemente religioso y no científico; sus preocupaciones no son científicas como las nuestras.

Es que nuestra visión del universo es muy distinta de la que tenían los antiguos. Sabemos que el cosmos es inmenso y que continúa expandiéndose. Hoy, nadie duda de que el planeta Tierra gira alrededor del Sol, ni de que las estrellas son astros grandes y lejanos. El pensamiento antiguo, sin embargo, comprendía el universo de otro modo. En efecto, el pueblo hebreo percibía un universo pequeño.

 

Una imagen antigua del mundo

 

Para los judíos y orientales en general, el mundo estaba formado por el “cielo y la tierra” (Gén 1,1), es decir, es la tierra y el firmamento que se extiende por encima de ella. La tierra era imaginada como un disco que descansaba o flotaba en el océano primordial (o aguas del abismo), y estas aguas la empujan hacia arriba. Un “firmamento”, es decir, una semiesfera sólida como una enorme cúpula, se extendía por encima de la tierra y separaba las aguas del océano celeste de la tierra, que quedaba abajo, la parte “seca”, es decir la tierra o el suelo. Algo así como partir una naranja en dos partes: la de arriba sería el firmamento con las aguas de arriba, la de abajo, la tierra firme (Gén 1,1-10).

 

Dios creó el cielo, la tierra y el abismo

 

Por encima del océano celeste se alza el cielo luminoso. En esa “cúpula” celeste van pasando el sol, la luna y las estrellas, tal como nosotros vemos salir el sol de este a oeste. Estos astros marcan las estaciones, los días, los meses y los años, como también las fiestas litúrgicas del pueblo de Israel (ver Lev 23). En los extremos de la tierra se alzan los montes como “columnas del cielo” que sostienen el firmamento. El planeta Tierra constituía una superficie plana, sostenida sobre unas columnas que, al temblar, ocasionaban terremotos (Sal 75,4; Jb 9,5-6). Los pilares de la tierra se sostenían, a su vez, sobre el abismo de un mar ubicado bajo la superficie terrestre (Sal 24,1-2). Bajo la tierra y entre las columnas que la sostenían se hallaba un habitáculo al que llamaban "seol" (Gén 37,35). Pero  ¿qué era el seol?

Los hebreos de la antigüedad se topaban con un dilema. Por una parte, no se imaginaban, como nosotros que después de la muerte las personas pudieran vivir eternamente con Dios. Pero, por otra parte, tenían la certeza de que Dios, al modelar la existencia humana, colocaba a la persona en una posición privilegiada en la creación (Gén 1,26-27; Sal 8,6-9). La grandeza humana mostraba que la muerte no tenía sentido o la idea de desaparecer para siempre, pero, a la vez, tampoco se imaginaban que los muertos llegarían a la morada superior, a lo que nosotros llamamos el cielo.

Entonces, para resolver este dilema, aquellos creyentes pensaban que, bajo la superficie terrestre, existía un lugar oscuro y tenebroso al que llamaban "seol", palabra que significa “abismo” y que nosotros traducimos como “lugar de los muertos”. Cuando alguien moría, su cuerpo se corrompía, pero "lo mejor" de la persona descendía al seol. De este modo, el ser humano no era aniquilado por la muerte, aunque tampoco iba hasta la morada divina: lo mejor de su ser quedaba en el seol, como una especie de sombra o fantasma aguardando la llegada del Mesías, a quien correspondería decidir el futuro de aquellas sombras humanas allí almacenadas.

Bajo la superficie terrestre había, además, un gran depósito de agua que alimentaba los mares, las fuentes y los ríos (Prov 8,28). El agua del cielo caía a través de unas “ventanas” o “compuertas” celestiales, cayendo en forma de lluvia (Gén 7,11; Mal 3,10). En lo más alto del cielo estaba Dios, rodeado de su corte de ángeles y desde allí observaba el mundo, como cuando decimos: el de arriba te está viendo (Sal 14,2), pensando que Dios vive allá arriba.  O sea, más allá del universo, según esta forma de entender el mundo estaba la habitación de Dios, el trono de Yahvé (ver Ez 1,22.26; 10,1), inaccesible para el ser humano.

Si comparamos la visión del universo elaborada por el pueblo hebreo con las representaciones del cosmos descubiertas en Mesopotamia, apreciamos una gran semejanza o parecido, pero en el fondo podemos descubrir una diferencia radical. Para un habitante de Mesopotamia (aquella región de la antigüedad regada por los ríos Tigris y Éufrates, donde vivieron los antiguos pueblos, llamados sucesivamente sumerios, asirios y babilonios), el universo vagaba al azar; en cambio, para un israelita, el cosmos estaba sostenido en las buenas y todopoderosas manos de Dios. En otras palabras, para la fe israelita, en el cosmos latía el proyecto de Dios en favor del hombre, mientras que, para los pobladores de Mesopotamia, el universo estaba sujeto al capricho de los dioses o a la fragilidad del destino o de cualquier eventualidad.

Pues bien, los autores del texto de Gén 1,1-2,4, que muchas veces hemos leído o escuchado, no pretendieron escribir un libro de cosmología. Afirmaron que bajo el mundo y en el corazón del hombre palpita el proyecto divino. El mapa del cosmos que presenta la Biblia se asemeja al de Mesopotamia, pero el fondo es distinto: el ser humano y el mundo están sostenidos por las buenas manos de Dios, y no aplastados por la fuerza de sus puños. Esto es lo que podemos aprender de esta forma hermosa y simbólica con que los autores sagrados escribieron este antiguo poema de la creación, que nos sigue fascinando y nos hace contemplar la obra armoniosa de Dios de su creación.

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